Miércoles, 23 de julio de 2008 | Hoy
LITERATURA › ANTONIO ORLANDO RODRíGUEZ Y CHIQUITA, PREMIO ALFAGUARA 2008
El autor cubano concibió la biografía imaginaria de la liliputiense Esperidiona Cenda combinando la verdad histórica con sus invenciones. “Ese personaje vino a mí reclamando que le diera una segunda oportunidad”, asegura.
Por Silvina Friera
A veces conviene empezar por el final para entender el principio. “Soy un novelista; es decir, un mentiroso profesional”, escribe Antonio Orlando Rodríguez en la última página de Chiquita, novela con la que obtuvo el premio Alfaguara 2008. Aunque la narración se inspira en la vida de Espiridiona Cenda –liliputiense cubana de sesenta y seis centímetros que a fines del siglo XIX llegó a Nueva York con el deseo de triunfar como bailarina y cantante y pronto se convirtió en una de las celebridades de los teatros de vaudeville y las ferias de su tiempo–, dista mucho de reproducirla con fidelidad. Obra concebida desde la libertad absoluta que permite la ficción, subrayar que es una novela, o una biografía imaginaria sobre un personaje de carne y hueso, se torna imprescindible para que el pacto de lectura no sea desbaratado por la exigencia de realidad que puede anidar en los lectores que se sumerjan en las 518 páginas del libro. Verdad histórica y datos concretos son enhebrados con invenciones que pertenecen a la cosecha creativa del escritor cubano residente en Miami.
“Cada novela es un experimento. Sabía quiénes eran los personajes, de dónde partían y adónde debían llegar, pero no sabía lo que iban a encontrar por el camino y cómo iba a narrar la historia. Fue complicado encontrar la estructura, las voces narrativas y definir el modo de hablar de cada personaje”, dice el escritor, que nació en Ciego de Avila (Cuba), en 1956, autor de la novela para adultos Aprendices de brujo (2002), de los libros de cuentos Strip-tease y Querido Drácula y de la obra de teatro El león y la domadora (1998).
–¿Por qué dentro de la estructura narrativa de la novela optó por hacer explícita su presencia como narrador con notas al pie de página?
–Me interesó explorar los pies de página como parte de un mecanismo de ficción. Los pies de página pueden o no ser verdaderos, los desarrollé con la misma libertad con que escribí la novela, que busca esa imbricación entre lo real más estricto y lo fabuloso más libre.
–”Quienes escriben sobre sí mismos son unos presuntuosos que no hacen sino echarse flores.” ¿Esto que pone en boca del personaje es lo que usted piensa como escritor de la primera persona?
–No necesariamente. Todo depende del talento, porque encuentras autores que escriben en primera persona maravillosamente bien, como Fernando Vallejo, uno de mis escritores contemporáneos favoritos, que usa el yo de una manera magistral. Pero sucede a veces, sobre todo en la literatura autobiográfica y de memorias, que aparecen primeras personas muy narcisistas, muy ególatras, muy evidentemente preocupadas por enaltecer la propia historia.
–¿Por qué la infancia suele ser una etapa tan idealizada no sólo por los artistas?
–La memoria es selectiva y a veces preferimos quedarnos con los recuerdos más amables, los que mejor hablan de nosotros y del mundo que nos rodeó. Creo que la infancia está atravesada por muchos episodios de extrema crueldad. Justamente en la escuela somos testigos, participantes o víctimas de episodios de extrema crueldad, quizá porque todavía nos movemos con mucha libertad sin respetar los cánones de lo correcto, y en ese sentido somos pequeños salvajes. Quizá porque hasta nos dé vergüenza haber sido tan crueles o haber sufrido tanto y preferimos trascender ese sufrimiento con una visión más idílica, más selectiva de la infancia.
–¿Chiquita era tan brava con los hombres como aparece en la novela?
–Obviamente hay espacios que llené con ficción. La boda secreta con un jovencito al que le doblaba la edad revela mucho de un carácter muy apasionado y muy ajeno al qué dirán de la época, y ese episodio está documentado. Muchos elementos de su carácter y de su personalidad me tocó irlos deduciendo. Utilicé una técnica muy poco ortodoxa, que no recomiendo a ningún historiador, pero yo soy un novelista, que fue hacerle la carta astral a Chiquita.
–¿En serio?
–Sí, claro. Les pedí a dos astrólogas muy respetadas, por separado y sin saber que se trataba de este personaje, que le hicieron la carta astral. Ambas me dijeron que había muchos amores en su vida. A las dos les pregunté si eran amores platónicos, y ellas me dijeron que no veían nada platónico, aquí todo se consumaba.
–¿Por qué se le ocurrió pedir que le hicieran la carta astral?
–Llega un momento en que las fuentes de información se agotan y como quería saber más sobre la personalidad y el temperamento de Chiquita, algo que no dicen los periódicos, se me ocurrió lo de la carta astral. Si se trata de una ficción, ¿por qué no jugar con esa posibilidad de conocer más del personaje a través de la astrología? Fue divertido conocer cómo explicaban los astros las razones de ese temperamento de Chiquita, su carácter apasionado, sus contradicciones internas, los giros que daba su vida.
–¿Cómo explica que una mujer que fue tan importante haya caído en el olvido?
–Es muy curioso ese olvido porque fue una celebridad de su época, incluso recibió una invitación del presidente de los Estados Unidos. No sé si ese olvido se relaciona con lo efímera que es la fama, aunque sea un lugar común, o con que los gustos van cambiando y ahora dejó de ser de buen gusto acudir a los espectáculos a ver a los liliputienses, a la mujer barbuda, a los hombres esqueleto. A veces quiero pensar que ese personaje vino a mí reclamando que le diera una segunda oportunidad, una nueva posibilidad de llamar la atención, de tener sobre sí los reflectores, como cuando estaba en los escenarios. Las tengo cerca de mi escritorio para ser consciente de que nuestro libro siempre es mejor en nuestra imaginación y que tenemos que esforzarnos mucho para que lo que ponemos en el papel se parezca lo más posible a lo que queremos. Debo confesarle que Chiquita, al final, se pareció bastante a lo que tenía en la cabeza. Trabajé mucho para lograrlo.
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