LITERATURA › FERREIRA GULLAR, LLAMADO “EL úLTIMO GRAN POETA BRASILEñO”
El escritor, admirado por Vinicius de Moraes, fue perseguido en los años ’70 por las dictaduras latinoamericanas y hoy regresa a Buenos Aires a 33 años de la escritura en la ciudad de su obra capital, el texto Poema sucio.
› Por Silvina Friera
Las dictaduras latinoamericanas le mordían los talones a Ferreira Gullar, “el último gran poeta brasileño”, según Vinicius de Moraes. Denunciado por un compañero del Partido Comunista, bajo tortura, el poeta, ante la fragilidad de su situación, decidió pasar a la clandestinidad a fines de la década del 60. La sensación de que tenía los días contados lo obligó a exiliarse. Lo que nunca sospechó es la mala suerte que tendría para elegir refugios. Llegó a la URSS en agosto de 1971 y se quedó hasta mayo del ’72, cuando decidió rumbear para Chile. En Santiago, se encontró con el violento epílogo del gobierno socialista de Salvador Allende. Cuatro meses después de su llegada, se produciría el golpe de Pinochet. Si pudo eludir la salvaje cacería que sufrirían los comunistas chilenos y extranjeros, fue porque nadie sabía por dónde andaba Ferreira Gullar, y eso evitó que fuera llevado al Estadio Nacional, donde mucha gente fue fusilada. Escapó a Lima, pero como no encontró trabajo, decidió instalarse en Buenos Aires. “¡Ah, de la vida!... no hay calamidad que no me ronde”, podría haber parafraseado a Quevedo, cuando desembarcó en Ezeiza exactamente el día en que murió Perón, el 1º de julio de 1974. Tenía su pasaporte vencido y estaba rodeado de dictaduras. Pronto llegaría Videla para agudizar el cerco. En un departamento de la avenida Honorio Pueyrredón, en el barrio de Caballito, entre mayo y octubre de 1975, convencido de que era lo último que haría, que podría desaparecer en cualquier momento, Ferreira Gullar escribió Poema sucio, uno de los poemarios capitales de la literatura brasileña, publicado recientemente por Ediciones Corregidor en una edición bilingüe –que incluye En el vértigo del día, libro que reúne poemas escritos entre el ’75 y el ’80– al cuidado de Paloma Vidal y Mario Cámara.
Treinta y tres años han pasado de ese derrotero de exiliado político en la Argentina, de la escritura en trance de esa composición sinfónica que es Poema sucio (“pero viene junio y me apuñala/ viene julio y me lacera/ septiembre expone mis despojos/ en los postes de la ciudad”), y esta es la primera vez que Ferreira Gullar regresa al país. “¿Por qué tardé tanto en volver?”, repite la pregunta que le hace PáginaI12, alzando, con exageración, sus huesudos hombros. “No soy masoquista, necesitaba cicatrizar las heridas”, dice, y sus carcajadas sacuden el cuerpo flaco como un elástico de este poeta nordestino, maranhense, sanluisense, que nació en la ciudad de Sao Luís, capital de Maranhao, el 10 de septiembre de 1930. Aunque a los 78 años se confiesa curado del trauma que significó su clandestinidad porteña, cuenta que el problema más grande que tuvo para venir hasta Buenos Aires es su irreversible pánico al avión. Desde Río de Janeiro, donde vive, viajó durante dos días, por tierra, en auto.
“Era la primera vez que escribía un poema tan largo y pensaba que sería mi último libro”, recuerda Ferreira Gullar, moviendo las manos en círculos como espantando viejos fantasmas. “Tenía mucho temor por la calidad del poema, escrito bajo el imperativo de esa urgencia; me daba vergüenza leerlo en público, no se lo quería mostrar a nadie. Pero en la casa de Augusto Boal (que entonces vivía en Buenos Aires), Vinicius de Moraes me insistió y leí Poema sucio para un grupo de unas diez personas.” Vinicius, conmovido “hasta la médula”, según sus propias palabras, por esa lectura, convenció a Ferreira Gullar de hacer una grabación con esos versos para burlar el cerco de la censura militar brasileña. El cassette llegó a Brasil y Vinicius lo reprodujo entre amigos. El poema comenzaba a circular. “Nadie sabía dónde estaba yo; el Partido Comunista, al que pertenecía, decía que no podía decir mi paradero. Yo era una voz desaparecida que reaparecía en mi país. Y mi voz, en la clandestinidad, causaba sensación”, repasa el poeta, que se acomoda un mechón de ese pelo blanquísimo y un tanto rebelde que se quiere meter en la boca de Gullar. De mano en mano, el cassette llegó a Da Silveira, dueño de la editora Civilizaçao Brasileira, que decidió publicarlo. En 1976 el libro fue presentado sin la presencia del autor, pero la repercusión y la popularidad que fueron generando esos versos sucios allanaron el camino para que Ferreira Gullar regresara a Brasil en 1977.
–¿Por qué eligió titularlo Poema sucio?
–No era un poema para agradar, no debía obedecer a ninguna norma ni regla de mi propia poesía. Yo quería que fuera estilísticamente sucio, estaba dispuesto a hablar de todo: de mis intimidades, de mis experiencias sexuales, en fin... También era sucio moralmente. Sabía que hablaría de la miseria brasileña y de la pobreza, que es tremendamente sucia. Le puse ese título por intuición, en ese momento no pensaba en estas cosas. No escribí este poema con un tono político ni es un poema sobre mi exilio. Es cierto que estaba en la clandestinidad, en Argentina, viviendo una situación política muy frágil, pero no pensaba en la política. Fue una escritura existencial, pero claro que aparecen en el poema las cuestiones políticas porque hacen a mi vida.
Quizá la angustia del fugitivo –acosado por las dictaduras latinoamericanas ensañadas en desatar sus virulentas represiones justo cuando los pies del poeta pisaban el suelo de un país– haya dejado huellas en los surcos que se forman en la frente de Gullar. El poeta, que se esmera por disimular la inquietud que le provoca remover los escombros de ese pasado reciente, se queda mirando la llovizna que cae sobre la avenida Callao, tal vez pidiendo una tregua. Antes de escapar de cuanta dictadura se le cruzara por el camino, tuvo que huir, a tiempo, del equívoco que podría haber generado conservar su nombre verdadero: José Ribamar Ferreira. “Mi nombre de pila es muy común en Maranhao. Había muchos escritores con nombres parecidos: Ribamar Pereira, Ribamar Galiza, Ribamar Silva.... Pero había un Ribamar Pereira que era un poeta muy flojo, y un día apareció publicado un poema suyo con mi nombre: Ribamar Ferreira. Entonces decidí cambiarme el nombre para evitar que me atribuyeran poemas que nunca hubiera querido escribir”, señala el poeta, que tomó el Goulart de su madre, un apellido de origen francés, y adoptó desde entonces la grafía en portugués: Gullar.
Frente al callejón sin salida de la muerte, Poema sucio es un poema mugriento de imágenes vitales que giran en torno de la infancia, los olores, las calles y las casas de su tierra natal. “Esa era mi vida, yo no tenía amargura por el hecho de haber nacido pobre; tuve una infancia muy divertida, nunca fui una persona dramática, triste, quejosa”, aclara el poeta. “Cuando empecé a publicar, mi madre estaba muy contenta; ella no tenía mucha cultura, pero le gustaba leer, y sentía una gran felicidad por tener a un poeta en la familia.” En el momento más bello de este extenso poemario, la voz poética evoca un viaje junto al padre (“entramos al vagón los dos/ yo entre alegre y asustado/ mi padre (que ya no existe)/ me hizo sentar a su lado/ tal vez más feliz que yo/ por llevarme a mí de viaje/ mi padre (que ya no existe)/ sonreía con los ojos”), recobra las incertezas de lo vivido (“No sé de qué vértigo está hecha mi carne y este vértigo que me/ arrastra por avenidas y vaginas entre olores de gas y orina”), registra lo que observa (“Hombre muerto en el mercado/ sangre humana en las legumbres./ Mundo sin voz, cosa opaca”).
–Una de las partes más conmovedoras de Poema sucio es cuando rememora el viaje en tren con su padre. ¿Esa experiencia fue también un modo de descubrirse poeta?
–Este poema es un rescate del tiempo vivido, y ese viaje con mi padre es algo que ocurrió en mi infancia; fue mi primer viaje, una experiencia muy linda porque fue el descubrimiento del mundo, atravesando los bosques y el campo. El hallazgo de la poesía fue posterior. Descubrí que podía ser poeta cuando en una clase escribí una redacción y la profesora consideró que estaba muy bien escrita. Como no sabía qué hacer en la vida, me dije que podía ser escritor (risas). A Sao Luís no había llegado la poesía moderna; al principio escribía como los poetas nacionales del siglo XIX, era un parnasiano que vivía en Macondo (risas). Después llegó el movimiento modernista, pero en ese Macondo todo sucedía cien años después. Entonces descubrí la poesía moderna y me puse a estudiar para entender por qué escribían de esa manera tan extraña, sin rima, sin métrica, sin nada. Ahí descubrí la riqueza y creatividad que te permitía la poesía moderna y supe que seguiría por ese camino. Pero nunca pensé en hacer vanguardia o ser un poeta vanguardista.
–Pero fue vanguardista cuando escribió en 1959 El manifiesto neoconcreto y La teoría del No-Objeto, dos textos que fueron decisivos para la vanguardia de su país.
–Yo no concordaba con las ideas del movimiento concretista de San Pablo porque tenía a mi modo de ver una visión equivocada de la poesía. Ellos decían que la poesía tenía que ser planeada, que debía considerarse racionalmente, matemáticamente, que tenía que ser hecha a partir de ecuaciones matemáticas. ¡Era imposible escribir un poema bajo esas condiciones! Las vanguardias siempre dicen lo que no hacen. Prometen una cosa que no cumplen. Las vanguardias nacieron como los partidos políticos que tienen manifiestos, como el Manifiesto Comunista. Los partidos prometen cosas y las vanguardias también. Nada de lo que prometía el manifiesto del futurismo de Marinetti se realizó. Yo escribí un manifiesto neoconcreto, pero no anunciaba nada, hablaba de lo que ya habíamos hecho. El poeta es un ser incómodo que suele ser perseguido porque piensa de un modo distinto, pero nunca fue mi intención ser un poeta maldito. La poesía existe porque la vida no basta, ¡pero yo ya sé que la vida no tiene ningún sentido!, entonces me interesa darle un sentido, buscar, encontrar y discutir esos posibles sentidos. Yo no me voy a cortar la oreja para ser un poeta maldito.
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