LITERATURA › LO SUCEDIDO EN LA CULTURA EN UN AÑO EN EL QUE SUBIERON LAS CIFRAS Y NO LAS CALIDADES
Elogio del lector optimista (y tozudo)
En Francia consideran “lector débil” a quien lee menos de diez libros por año. En la Argentina, muy pocos leen más de cuatro. A pesar de todo, las ventas aumentan.
Por Silvina Friera
Un lector optimista intenta hacer un balance sobre el panorama cultural de 2005. Lo primero que recordará, probablemente, será la Feria del Libro. Como es memorioso, si se trata de buenas noticias, repetirá lo que leyó en los diarios o escuchó en la televisión: las ventas aumentaron entre un 20 y un 30 por ciento y hubo colas hasta la una de la madrugada para conseguir las firmas de Roberto Pettinato y Alejandro Dolina. El historiador de Los mitos de la historia argentina, “morenista, progre y antiacademia”, facturó a diestra y siniestra –todavía no sabe, el lector, que casi cuatro páginas del libro de Felipe Pigna, “por un error involuntario”, no son de su autoría–, y más de un millón de personas visitaron el predio de la Rural. Después de todo, piensa, los argentinos consiguieron recuperarse del cachetazo posdevaluación y los autores nacionales gozan de muy buena salud y son los preferidos.
El lector optimista no toma en cuenta que los índices de lectura no son positivos: más de la mitad de los entrevistados en una encuesta nacional realizada por la Secretaría de Medios a fines de 2004 –el 52 por ciento– afirma no haber leído libro alguno. Y los que leen (un promedio de cuatro libros al año) mencionaron La Biblia, Harry Potter, El alquimista, El código Da Vinci y el Martín Fierro. ¿Qué diría ese lector si supiera que en la misma encuesta casi el 62 por ciento no pudo mencionar al escritor que había leído y que todo indica que los argentinos carecen de escritores emblemáticos? ¿O que los preferidos entre los encuestados son los gurúes de la autoayuda, el brasileño Paulo Coelho y el argentino Jorge Bucay (que en Shimriti plagió 70 páginas del libro La sabiduría recobrada, de la filósofa española Mónica Cavallé), Gabriel García Márquez, Isabel Allende y Ernesto Sabato? ¿Y Borges? Lejos, en el puesto quince, entre Dan Brown y Marcos Aguinis. Las cifras no proporcionan cualidades. Indican un record, como que este año se registraron en la Agencia Argentina de ISBN más de 19.000 títulos, que superan los 18.502 registrados en 2004. Pero el aumento encubre una trampa: más libros publicados, pero con tiradas menores al promedio de 3000 ejemplares. La tendencia es un fenómeno mundial (bajar las tiradas), pero acomodar los números para inflar expectativas quizá sea un invento local.
“¿Hay un chip que tienen los libros que dice ‘léeme’?”, ironizó Luis Bernardo Peña, subdirector de Lectura y Escritura del Cerlalc (Centro para el Fomento del Libro y la Lectura en América latina y El Caribe), cuando estuvo en Buenos Aires, en el 8º Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro. En América latina se lee un promedio de dos libros al año, un dato que, si se siguiera la clasificación francesa, nos dejaría fuera del mapa de la civilización. En Francia llaman “lectores débiles” a quienes leen menos de 10 libros al año. ¿Los latinoamericanos serían “lectores del Paleolítico”? Del Paleolítico son los indicadores que se han usado hasta ahora para medir las realidades iberoamericanas. Los lectores ya no son más lo que fueron, sus metamorfosis han sido tan radicales que quienes hablan de sus comportamientos reproducen el lugar común “todo pasado fue mejor”. Peña propone una transformación en los criterios de evaluación: “Habría que convertir la lectura en singular –asociada a la cultura del libro– a las lecturas en plural”.
Despejado el nubarrón de los debates sobre si se lee más o menos, el lector optimista recapitula lo que sucedió en la Secretaría de Cultura después de la renuncia del tsunami criollo Torcuato Di Tella, en noviembre de 2004, y la pacificadora asunción del politólogo José Nun, que llegó con la intención de demostrar que la cultura es una prioridad para este gobierno. “Un optimista es un pesimista inteligente”, dijo Nun, a principios de diciembre, cuando pidió un aumento en el presupuesto, 55.000.000 de pesos más para el área. El politólogo consiguió que secumpliera la promesa del presidente Néstor Kirchner de aumentar las partidas destinadas a Cultura. Obtuvo, finalmente, un 31,5 por ciento de incremento en relación con la asignación original de 2005, que había sido de 45.800.000 de pesos. Para el 2006 contará con apenas más de 60 millones, cuando él había pedido unos 100 millones. Los 40 restantes estima cubrirlos con aportes privados y de ONG –unos 15 millones– y 25 son para hacer obras de recuperación y restauración de museos y edificios históricos, que dependen de la Secretaría de Cultura, de las que se hará cargo la Secretaría de Obras Públicas. “Hay que considerar que esto sucede en el marco de una decisión histórica como es el pago al FMI, que impone restricciones al gasto público. Pese a lo cual este gobierno está haciendo lo que no hicieron los anteriores: aumentar las partidas de Cultura”, ponderó Nun.
Pero el optimista sabe que el optimismo es una condición demasiado similar a la tozudez y, entonces, antes del brindis de fin de año, quiere recomendar algunos títulos y autores: El museo del chisme, de Edgardo Cozarinsky; La ciudad de los sueños, de Juan José Hernández; Ultimos movimientos, de Fogwill; Escrito con un nictógrafo y Noche y día, ambos de Arturo Carrera; Odiseo confinado, de Leónidas Lamborghini; El último lector, de Ricardo Piglia; La rebelión del instante, de Diana Bellessi; Las aventuras del Sr. Maíz, de Washington Cucurto; Keres coger, de Alejandro López; El rey de la milonga, de Roberto Fontanarrosa; El año del desierto, de Pedro Mairal; Los lemmings y otros, de Fabián Casas; Tiempo pasado, de Beatriz Sarlo; La bemba, de Emilio de Ipola, y Política y/o violencia, de Pilar Calveiro.