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Jueves, 6 de agosto de 2009

LITERATURA › MARIA INES KRIMER GANO EL PREMIO EMECE DE NOVELA

El terror contado en voz baja

En Lo que nosotras sabíamos, el texto premiado, la autora descubre los recovecos de una sociedad cómplice de la violencia de la dictadura. La novela, que reconoce reminiscencias de Puig, está ambientada en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires.

 Por Silvina Friera

El sol del mediodía clarea las vías del tren que desde el piso veinte revelan, como un espejo vuelto del revés, el costado menos luminoso de Retiro. Escritores, fotógrafos y periodistas se arriman hasta los ventanales del salón del majestuoso hotel Emperador para contemplar esa vista panorámica un tanto terca e hiriente. Alberto Díaz, director editorial de Emecé, confiesa que estaba prevista una celebración más fastuosa y alegre para la entrega del XLIX Premio Emecé de Novela, que coincide con los 70 años del sello, pero la pandemia de la gripe A, prudencia obliga, transfiguró la gran fiesta en un modesto formato de conferencia de prensa. María Inés Krimer, ganadora con Lo que nosotras sabíamos, presentada bajo el seudónimo de Quiroga, tiene la sonrisa prendida en su cara como una costura de la piel. La escritora mira con la expresión traviesa de esos niños que siempre aguardan las sorpresas que despliega la vida. Aun tiene la emoción atravesada en la garganta; acaba de escuchar los elogios del jurado, difíciles de asimilar en apenas un par de minutos. La obra ganadora está ambientada en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, cuya vida gira alrededor de una poderosa cementera. Narrada por una voz femenina y plural, la trama se detiene minuciosamente en los detalles de la convivencia y en los sórdidos secretos de una comunidad cerrada. Casi insensiblemente el relato va descubriendo los recovecos de una sociedad cómplice de la xenofobia, el prejuicio y la violencia del poder.

Lo que nosotras sabíamos fue elegida por unanimidad, por el jurado integrado por Sylvia Iparraguirre, Jorge Fernández Díaz y Guillermo Martínez, entre 206 originales presentados al concurso Emecé, el primero establecido en 1954 en la Argentina en forma privada y que perdura hasta hoy. Iparraguirre plantea que uno de los hallazgos de la novela premiada es el punto de vista. “Bajo un nosotras voluntaria y meticulosamente frívolo, la novela va desplegando los sórdidos recovecos de la complicidad y la alianza con el poder. Subordinadas al orden masculino, que las exime de toda responsabilidad, estas voces encuentran tras el chisme, la maledicencia y la sospecha condenatoria, una manera inesperada y original de darnos otra versión de los terribles sucesos de la década del setenta.” La autora de El país del viento también lee las consideraciones que los demás miembros del jurado escribieron sobre la obra ganadora. Fernández Díaz señala que la novela es “una intriga escrita con deliberada minuciosidad, sensible olfato femenino y buen pulso, que funciona a la vez como novela policial y como alegoría sobre la muda complicidad de las sociedades frente al autoritarismo”. Martínez pone el foco en esa “insidiosa y precisa” voz plural, “que en el bisbiseo del chisme y el espionaje sexual encuentra un ángulo inesperado para contar los años de dictadura”. “Desde un pueblo a la vera de una fábrica de cemento, en el barrio exclusivo de los jefes, la voz de estas buenas esposas que ‘nada sabían’ se alza en el aire y se deposita en nosotros sin que podamos evitarlo, como ese polvillo de cemento que opaca las ventanas”, sugiere el autor de Crímenes imperceptibles. “Una novela que se lee como una sucesión de historias ‘prohibidas’, espiadas desde el ojo de la cerradura, pero que arman por ensamble y contraste, como una mancha de Rorschach, otra figura monstruosa más difícil de mirar.”

Maestra, abogada y escritora, Krimer nació en Paraná (Entre Ríos) y ha publicado los cuentos de Veterana (1998) y las novelas La hija de Singer (2002, Primer Premio del Fondo Nacional de la Artes), y El cuerpo de las chicas. “Cuando uno escribe no sabe mucho sobre la propia obra; un autor es quien más ignora lo que ha producido. Lo que tenía muy claro es que el chisme sería el elemento impulsor de la historia”, afirma la ganadora, que actualmente está escribiendo una novela policial para la colección “Negro Absoluto” que dirige Juan Sasturain. Krimer cuenta que se formó en el taller de Guillermo Saccomanno, al que asiste desde hace diez años: “Ha sido lector de mis textos y ha aportado mucho para que yo siguiera escribiendo”. Aunque la escritora vivió durante la dictadura en la villa cementera Von Bernard, en la provincia de Buenos Aires, el pueblo de su novela, según comenta, no es un espacio identificable. “Cuando uno narra ya está creando una ficción. Los mecanismos de la novela no funcionan con lo que realmente pasó sino por cómo se narra. Importa el tono, el fraseo; el mérito de una obra narrativa es el estilo, que en última instancia es una mirada que tiene el autor sobre la vida”.

Krimer revela que durante la escritura de la novela estuvo leyendo a Manuel Puig, especialmente La traición de Rita Hayworth. “Uno se aproxima a los grandes maestros para ver qué puede funcionar”, opina la autora. “El chisme empezó a surgir con fluidez y encontré que tenía una estrategia para narrar. Y esa voz me arrimó a la obra de Puig. Con esto no quiero decir que toda mi producción esté vinculada a Puig; específicamente como me interesaba narrar una voz de mujer en un pueblo chico y trabajar el tema del secreto, la lectura de Puig me ayudó a hacerlo.” Cuando languidece la brevísima conferencia de prensa, Krimer se acomoda en un sillón de otro salón y recibe a Página/12. “Si bien son voces actuales, habida cuenta de que llegan unas alumnas de una facultad para hacer un informe sobre lo ocurrido en la dictadura en la cementera, esas voces anónimas se sienten interpeladas con esas presencias. Hay muchas personas que están dando testimonio, pero como ellas no son citadas se sienten excluidas de la narración y quieren armar su propio discurso.”

–¿Por qué quería explorar cómo se vivió la dictadura militar en un pueblo?

–La literatura argentina está cruzada por la violencia, desde El matadero de Echeverría, pasando por Sarmiento, Walsh y Puig. La dictadura es un eje de la articulación de nuestro país que ningún narrador puede obviar. Lo que más me costó fue encontrar el tono para narrar esta historia; hice muchas pruebas, una primera persona, una tercera, y si hay algo que me interesa específicamente es que el tono me convenza a mí. Tengo una percepción muy auditiva de los personajes y del discurso y en un momento cuando encontré a ese ‘nosotras’ que relata la historia, comencé a sentir cierta familiaridad. Dentro de mis limitaciones como narradora, me estaba aproximando al corazón de las tinieblas, que es lo que siempre busco cuando escribo. Mi trabajo apunta a que lo que estoy escribiendo no suene a literatura.

–¿Prefiere la fluidez que viene de la oralidad?

–Totalmente, es como si uno estuviera en un bar y a lo mejor en la mesa de al lado hay alguien que está contando una historia. Por eso me gustan tanto los narradores que pescan la oralidad, como Miguel Briante o Juan Rulfo. A mí me convence un relato cuando me entra por la oreja.

–¿Cómo enfrentan esas voces los que vivieron durante la dictadura?

–Enfrentan la historia desde el momento en que hay un informe y quieren participar porque no toleran ser excluidas. Son voces anónimas; no hay cuerpos sino sólo relatos. Al enunciar el discurso, se autoincriminan todo el tiempo como una especie de juego de cajas chinas. En un pueblo la forma de circulación es el chisme; y lo que les resulta más difícil a estas voces es no contar. Además, hay un secreto, que es la articulación de la narración, y eso lo sabía muy bien Puig que lo trabajaba magníficamente. En un pueblo no hay como un secreto para que el secreto empiece a ser contado.

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“Lo que tenía muy claro es que el chisme sería el elemento impulsor de la historia”, señala Krimer.
Imagen: Gustavo Mujica
 
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