Viernes, 27 de enero de 2006 | Hoy
LITERATURA › OLIVERIO COELHO
El escritor publicó Promesas naturales, tercer libro de una trilogía futurista.
Por Silvina Friera
El futuro es una pesadilla evolutiva, un laboratorio en el que se “cocina” el mestizaje de lo monstruoso y lo humano. Las normas –y lo normal– son la excepción y el error. Los que se quedaron con la ñata contra el vidrio de la civilización conforman una masa amorfa y genéticamente inestable, que sólo lucha por sobrevivir. En el sótano de esa pirámide descendente están los Ilotas (hordas de especies subhumanas), los Lotarcios (linyeras), los Pispiretos (niños tullidos), los Grasitas (niños enfermos de anquilostomiasis, Parkinson y polio) y los Ñatitos (niños viejos). El Estado planifica la vida y controla y regula el cuerpo femenino. “Quizá tengo una curiosidad negativa por el mundo”, bromea Oliverio Coelho, en la entrevista con Página/12, sobre el panorama que traza en Promesas naturales (Norma), último libro de la trilogía futurista iniciada con Los invertebrables y Borneo. La protagonista de esta pesadilla es Bernina, una mujer que abandona su hogar de adopción, en los territorios paralelos, para regresar a la ciudad. Con un títere en su valija y un niño mutante en su vientre, Odiseo, sólo por ley natural sabe que alguna vez dará a luz. Durante este desplazamiento, la “heroína” padecerá sucesivas capturas, se fugará, y en el último umbral de ese camino hacia la libertad aparecerá la esperanza en la sonrisa de un hombre.
Coelho cuenta que el género de la ciencia ficción se presentó como una alternativa ocasional de escritura, que le permitió “agotar” una lengua que lo había invadido hasta la obsesión. “Me interesa el realismo, sobre todo el realismo que se acerca a la ciencia ficción porque trabaja en una zona donde lo real se vuelve extraño.” El hilo conductor de la trilogía futurista es la involución de la especie humana y el fin del hombre social. “En este mundo apocalíptico todos los hombres son privados”, plantea el escritor. “Supuestamente hay una zona donde es posible vivir, donde existe un orden social, pero ese orden siempre es íntimo y privado, incluso la intimidad siempre está impedida por una suerte de neopolítica fantástica, que en Promesas naturales se resuelve en el cuerpo de una mujer. La ambición de la libertad está en lo femenino.”
–¿Por qué?
–Mi desafío era trabajar con un personaje femenino. Elegí una mujer para poder especular con mi propia memoria, o para perderla; en realidad, porque de alguna manera ya no recuerdo mucho cómo escribí la novela; recuerdo fragmentos, el contenido, pero no todo eso que rodea su preparación y el acto de la escritura. La libertad al escribir se superpuso con la búsqueda de libertad de esa mujer que se entrega al proceso infinito. ¿Quién si no una mujer puede arriesgarse a ese proceso? Un hombre prefiere procesos finitos; en cambio en Bernina, el proceso infinito es una búsqueda amorosa.
–Aunque la novela no está ubicada en un espacio geográfico preciso, hay detalles que remiten a la Argentina, como los nombres de las castas, los Pispiretos, los Ñatitos y los Grasitas. ¿Por qué apeló a estas referencias?
–Es un universo posperonista, podría suponerse que transcurre acá, es como si un resto del tango hubiera quedado flotando en la atmósfera. El universo de mi novela está compuesto de restos, de remanentes. De pronto aparece la viuda de Vandor deambulando, caminando por ahí con unas bolsas. Necesitaba estas referencias para que el ambiente generara una impresión de posteridad en el lector, que sintiera que esta escritura es lejana, pero se conecta con nuestro presente. Toda la ciencia ficción expresa una insatisfacción política, no protesta, pero identifica una deuda política.
–¿Por eso el rol del Estado en su novela es tan asfixiante?
–En el fondo, el Estado es el rol mental del individuo.
–¿Cómo vincula este espectro estatal con cierto anarquismo que se respira en la trama?
–Hay una capa de anarquismo en la novela. Pero cuando Bernina escapa y llega al refugio, esa zona que queda fuera de la influencia estatal, reproduce de otra manera un orden burocrático que es místico. El anarquismo es optimista en sus planteos teóricos, pero son irrealizables. Como una utopía, representa de alguna manera la belleza política; los anarquistas llevan la política a un ideal estético.
–¿Qué se propone con el trabajo de una lengua que parece estar fuera del tiempo?
–El lenguaje se degrada porque deviene en sí. Una palabra engendra a otra, pero siempre en un registro algo estrambótico. La suspensión del tiempo es inmanente al universo de mi novela porque no hay devenir. Algo se cristalizó en la mente, entonces el lenguaje tiene que dar cuenta de esta suspensión. Lo que se suspende es la realidad de la lengua, su efecto sobre nuestro mundo. Quizá también sea el lenguaje en el que pienso; uno tiene un lenguaje para hablar y otro para pensar y escribir.
–Hay muchas referencias al mundo griego: el hijo de Bernina se llama Odiseo, hay un pedagogo y en el final aparece la representación teatral. ¿Cómo se relacionan estos guiños a la cuna de la civilización occidental en una novela que plantea el fin de lo humano?
–Estas referencias me permiten tomarme en juego la aventura, pero no entendida a la manera de Julio Verne. Toda aventura plantea la posibilidad de volver a la infancia. Bernina quiere volver a ese mundo originario, que supone es el de la infancia, donde cree que la espera su verdadero nombre y apellido, porque el nombre Bernina es falso. Y como toda aventura, la suya es un trayecto por una cinta de Moebius: va por una faz atemporal y presuntamente en el último capítulo pasa a otro lado, a través de una inflexión amorosa, que es totalmente arbitraria. Pero las mujeres no involucionan, siguen relacionándose con su propio cuerpo de una forma casi alucinatoria.
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