Sábado, 30 de enero de 2010 | Hoy
LITERATURA › JORGE BOCCANERA PRESENTó SU POEMARIO PALMA REAL
En la entrevista pública que le hizo su colega Laura Yasan, el poeta explicó que trasladó a la jungla todas sus obsesiones. Además de pájaros y serpientes parlantes, en los versos habitan Frida Kahlo, Rimbaud y Ana Frank.
Por Silvina Friera
Hay selvas y selvas. La que dibujó a lápiz Jorge Boccanera en su Palma Real despliega su penacho, su cabellera de hilos, su serena ebriedad en 56 poemas. En la corteza de los árboles graba pensamientos; su oficio es recibir eso que vive de anunciarse, ser la rama de aquello que nunca se posa. Los insectos astillan el aire, los amantes dicen adiós; hierven los monos de Frida Kahlo en un árbol. La lluvia taladra el paisaje, pero también con ella irrumpe la palabra que nombra cada cosa. De pronto aparece Jacobo Fijman o Ana Frank, que se columpia en el claro del bosque con su amiga Hanna Goslar. Y hasta Rimbaud, que garrapatea, ensucia cuadernos, mezcla colores para encontrar la sombra de una palabra perfecta. En el bar de la librería Eterna Cadencia no vuela ni una mosca. Apenas se escucha el susurro lejano del acondicionador de aire durante esos segundos que Bo-ccanera se toma para brincar con su voz de un poema a otro. “Es un poeta excepcional, que hace con el lenguaje algo como mágico; tiene una poética muy subyugante, con mucho color, con mucha vibración e intensidad”, lo define su colega Laura Yasan, la encargada de entrevistar a ese poeta que conoció de muy jovencita y que la deslumbró, especialmente, con Polvo para morder.
Palma Real (Ediciones Continente), que obtuvo el Premio de Poesía Casa de América de España 2008, es un libro raro para Boccanera, un confeso “bicho de ciudad”. “Pensaba que era un poeta urbano hasta que escribí un libro en que la protagonista es la selva; una selva que se imagina a sí misma, un lugar donde encontré un territorio donde instalar mis obsesiones”, dice el poeta y ensayista. “Así como hablan los reptiles y los pájaros, este libro está atravesado por personajes que cruzan por el bosque, Rimbaud, Ana Frank, Frida Kahlo”, precisa Boccanera antes de leer un poema en el que el protagonista es el poeta Jacobo Fijman, que vivió muchos años en un psiquiátrico, sin que se supiera si estuvo encerrado por la fuerza o no. Una anécdota suscribe la tesis de que fue por voluntad. “Un poeta, (Jorge) Calvetti, lo fue a visitar con la idea de acompañarlo, de hacerle un favor. Fijman pintaba con unas carbonillas rotas en el hospicio. Calvetti llegó un domingo y anunció que había ido a visitarlo. Fijman le dice: “Bueno, charlemos, pero cinco minutos, más no, porque estoy muy ocupado...”
“Si hay una marca en lo que hago es la errancia”, subraya Boccanera. “Nací en un puerto, en Ingeniero White, en Bahía Blanca, un lugar de aventura y de paso. El que nació en un puerto tiene el viaje instalado, aunque sea imaginariamente.” A los 20 años, se exilió en Perú. “Pero hubo un golpe de Estado y me fui. En treinta días me había ido de dos países –sintetiza la experiencia–. Esos cambios vertiginosos, cuando tenés 20 años, establecen una marca”, plantea. “Me gusta una palabra de Tununa Mercado, la ‘dislocadura’, que reúne dos cosas: el disloque, el descentramiento, y la rajadura, la grieta, donde uno empieza a ser otro a partir de perder el suelo.” Los nuevos territorios centroamericanos –sobre todo Costa Rica, donde vivió entre 1989 y 1997– lo marcaron definitivamente no sólo por el paisaje, sino por su gente, su música, sus comidas, sus olores, sus sabores, “todo eso en que uno se va entrenando”.
Como Boccanera acostumbra trabajar con una unidad temática –la selva en su último libro, la poesía como sordomuda en Sordomuda y el extranjero en Polvo para morder–, Yasan quiere saber si el libro se le impone o si hurga deliberadamente en cada una de esas naturalezas poéticas. “Nunca había pensado cómo era –admite Boccanera–, pero, como dice Gelman, cuando uno piensa, se detiene el proceso. Gelman cuenta la anécdota del ciempiés al que le preguntan cómo hace para caminar. El ciempiés piensa y ya no camina nunca más.” Sin embargo, el poeta medita el asunto y llega a la conclusión de que hay imágenes, ideas y percepciones que se imponen. “Todo ese conjunto da un poema, quizá de dos líneas, muy intenso. Pero a veces da más. Y ahí es cuando uno comienza a entender que no es un poema largo, sino que son distintos momentos de algo que va a ser un conjunto. En la selva puede caber una metafísica, una mirada de la existencia, el amor, lo cotidiano. Lo mismo en Sordomuda, que es una metáfora de lo que posibilita y lo que no posibilita al mismo tiempo la poesía. La poesía funciona como lucha de contrarios: se tensiona con el todo y la nada, con la vida y la muerte juntas.”
“¿Te pasó de leer un poema tuyo de muy atrás y que digas: ‘¿Qué dije, qué es esto?’”, pregunta Yasan. Y Boccanera responde: “Creo que uno se reconoce en lo que fue. Hay mucha gente que anula los primeros libros, y creo que está bien. Yo vivo con el que fui, me hago cargo de eso. Me doy cuenta de los errores que tenía, de los desbordes o los límites que uno se impone para no caer en la cursilería. Uno se va modelando a medida que va escribiendo”.
“El estar un poco de tránsito por algunos lugares me da otra forma de juntar lo que tengo adentro”, admite el poeta. “El viaje es impresionante porque es azar, es ir hacia lo que uno desconoce, dejarse formar por lo diferente, es curiosidad. El poeta Cardoza y Aragón decía: ‘Navegar me fascina, no la llegada a puerto alguno’.” Boccanera repara en una influencia ‘rarísima’, la historieta: “Me formé leyendo revistas de Oesterheld, cuando Oesterheld tenía la editorial Frontera; con Misterix, Rayo rojo, con unas revistas apaisadas que tenían unos primos míos y que les pedía que me prestaran, o con las revistas que había en la peluquería de mi abuelo. Mi poesía está llena de personajes: el motociclista, la sordomuda, el domador del circo y a veces parece que tuvieran una secuencia como tienen las historietas. Me gusta el aire de aventura. Hay un poema en Sordomuda, que creo que se llama ‘Aventura’, en que están el poeta y la poesía atados espalda con espalda en un campamento lleno de centinelas, que son los que no permiten el movimiento; el movimiento que puede ser del lenguaje, de la vida, de lo que sea. Es una metáfora de lo rígido frente a lo que tiene que moverse”.
Sobre el lugar del poeta en la sociedad, no duda en afirmar que no tiene ninguna misión. “El poeta es un tipo que trabaja el lenguaje, una herramienta muy importante, según el compromiso que tenga con ese hacer, la pasión que le ponga, si se le va o no la vida en eso, si considera que es literatura o no. Desde los ’70 venimos hablando de las dicotomías entre la poesía social y la que supuestamente no es social. Esto se zanjó en la obra de poetas muy importantes, como es el caso de José Emilio Pacheco en México o Gelman. Esos poetas tienen una mirada crítica y a la vez en su escritura hay una preocupación formal; son grandes experimentadores también.” Una joven pregunta qué significa llevar a la selva a personajes como Frida Kahlo. “No los llevé, les descubrí la selva que tenía cada uno”, aclara Boccanera. “En el caso de Frida Kahlo, me llamó la atención un cuadro en el que está con unos monitos, al que le han atribuido una significación erótica. Pero se ve atrás una espesura muy verde, y quería instalar lo que es Frida Kahlo, sus vestidos, sus muñecos, esos objetos y esos colores, en medio de la selva.”
En el caso de Ana Frank, el poeta recuerda que ella tenía una amiga, que también se llamaba Ana, que creía que Frank había podido salvarse, que había escapado de Holanda cuando llegaron los nazis. Ellas se encontraron en el campo de concentración, donde Frank moriría de tifus. Cuando dejaron de verse en la ciudad, la mamá de la amiga estaba embarazada. “Me puse en el lugar de los personajes y pensé que Ana Frank le dijo a la amiga ‘¿Nació ya tu hermanito?’. Tiene que haber sido lo primero que le preguntó, porque ésa era la novedad entre ellas. En ese lugar de muerte, la pregunta tiene que ver con la vida. Las pongo hamacándose y quiero que le pregunte eso. Son los caprichos del poeta”, reconoce Boccanera. “Creo que eso pasó; me juego a que se encontraron y le preguntó si había nacido el hermanito. Son personajes que uno mete de una manera un poco antojadiza, como es la poesía.”
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