Sábado, 30 de enero de 2010 | Hoy
CINE › DENNIS HOPPER, UN HISTORIAL INCREíBLE Y UN EPISODIO AMARGO
Los últimos reportes indican que está en su lecho de muerte, aquejado por un cáncer de próstata. Pero su final llega con una agria pelea con su esposa, a quien le pidió el divorcio: la mujer afirma que la familia le está lavando el cerebro por dinero.
Por Guy Adams *
Volteado por un disparo de escopeta, Dennis Hopper pasó de ser un trabajador de la actuación a una marca de fábrica, cuando su chopper Harley Davidson explotó en una bola de llamas en cámara lenta en la extravagante escena final de Busco mi destino, de 1969. La famosa road movie en la que interpretaba a Billy, traficante de cocaína, fumador de porro y motociclista hippie, se convirtió en un clásico moderno, poniendo firmemente a Hopper y sus coprotagonistas Peter Fonda y Jack Nicholson en el centro del movimiento contracultural de la época. También fue el puntapié inicial para la carrera del más reverenciado propulsor de escándalos de su generación: un hombre que aseguraba consumir dos litros de ron, 28 cervezas y tres gramos de cocaína por día y que tenía el hábito de ser arrestado por pasearse desnudo por las calles de Los Angeles.
Hoy, cuarenta años después de Easy Rider, y más de dos décadas después de que se las arreglara para dejar las drogas duras y el licor, Hopper está nuevamente involucrado en un final dramático de Hollywood. Desafortunadamente, éste será el último y enredado capítulo de su tumultuosa vida. El actor de 73 años, que lucha contra un cáncer de próstata terminal, está además atrapado en una horrible batalla legal con su quinta esposa, Victoria Duffy, con quien ha estado felizmente casado por catorce años. Hace dos semanas, Hopper presentó de manera sorpresiva un juicio de divorcio contra Duffy, treinta años menor que él, citando “diferencias irreconciliables”. En una declaración, anunció: “Le deseo a Victoria lo mejor, pero sólo quiero pasar estos difíciles días rodeado de mis hijos y mis amigos más cercanos”. La noticia shockeó a Hollywood: no porque los divorcios sean raros sino porque, en años recientes, la pareja fue una estampa de la felicidad. De hecho, hasta hace poco vivían juntos, en lo que parecía una bendición doméstica, en la casa de Hopper, cerca de Venice Beach.
Esta semana, el tono del caso cambió de extraño a siniestro: Duffy, madre junto a Hopper de Galen, una niña de seis años, presentó en la Corte Suprema de Los Angeles papeles en los que asegura que su marido está siendo “presionado por sus consejeros e hijos mayores” para buscar el divorcio. Según dice, la razón es bien clara: el dinero. En caso de estar casados a la hora de la muerte, Duffy recibirá el 40 por ciento de la herencia del actor. Si se divorcian, tendrá un 25 por ciento, según un acuerdo prenupcial firmado antes de la boda, en 1996. En su juicio, la mujer de Hopper también acusa a los otros amigos y familiares de buscar la gerencia de la fortuna y de lavarle el cerebro al intérprete –ahora en su lecho de muerte– para removerla de su vida.
Duffy sostiene que Hopper no es en este momento “capaz de cuidar de sí mismo, o de sus asuntos legales y financieros” y de “tomar decisiones en el mejor interés de nuestra hija”. Y agregó: “Creo que el pedido de disolución del matrimonio es el resultado de un plan llevado a cabo por otros miembros de la familia”. En su presentación le pide al juez que le permita visitas a Hopper con su hija durante una hora por día, siempre y cuando remueva todas las armas del hogar familiar. Y también pide que su marido se abstenga de fumar marihuana medicinal desde al menos seis horas antes de cada visita. Hasta el momento no hubo respuesta, y la familia de Hopper ha declinado hacer comentarios sobre las alegaciones de Duffy sobre el divorcio. De todos modos, un “amigo cercano” fue citado en The New York Post, describiendo a Duffy como una “buscadora de oro” que consagró su matrimonio a gastar la fortuna de Hopper. Según el amigo, Hopper se decidió a cortar el contacto con Duffy luego de que ella le demandara reescribir su testamento para garantizarle una mayor porción. “Victoria quería más, más, más. Ella iba a refutar el testamento ante la Corte, y para evitar eso él presentó el divorcio. Fue una movida preventiva.”
De cualquier modo, es un feo asunto. Y más allá de quien eventualmente triunfe, la natural bola de nieve de la pelea significa que Dennis Hopper no parece que vaya a disfrutar de mucha paz y tranquilidad. En lugar de eso parece destinado a terminar su larga y colorida existencia en el centro de un escandaloso, multimillonario juicio. Claro que, dados los antecedentes, tal vez no sea tan inapropiado. Aunque Hopper se ha calmado en los últimos años, cambiando drogas, armas y exhibicionismo ebrio por la sobriedad y las visitas diarias al campo de golf, nunca ha sido de esos que hagan una salida decorosa y en silencio.
Tras una infancia difícil, a comienzos de los ’40 en Kansas y luego en San Diego, donde sus hobbies incluyeron robar alcohol y drogarse aspirando nafta en el camión de su abuelo, Hopper decidió dedicar su vida adulta a explorar obsesiones gemelas: la actuación y los narcóticos. Por años, ambas fueron incompatibles. A pesar de su obvio talento y buen aspecto, que le valieron ser elegido para un par de películas de James Dean –incluyendo Rebelde sin causa, de 1955–, la errática conducta de Hopper impidió que le dieran las llaves del estrellato de Hollywood. Durante una reunión en Columbia, que estaba dispuesta a contratarlo por una suma de seis cifras a fines de los ’50, insultó a un equipo de ejecutivos a tal extremo que el jefe del estudio, Harry Cohen, rompió el valioso contrato en sus narices. En 1957, en el set de Vendetta bárbara, se metió en una célebre pelea con Henry Hathaway, quien no gustaba del estilo de “actuación del Método” que Hopper había tomado de Marlon Brando. La disputa llevó a que una sola escena tomara quince horas y más de ochenta tomas hasta ser completada.
“Su conducta era tan impredecible que la industria cinematográfica lo puso en una lista negra”, dice el biógrafo Robert Sellers, quien repasa la carrera de Hopper en el aún inédito libro Hollywood Hellraisers. “En algunos sentidos era un gran profesional. Por ejemplo, siempre se presentaba con puntualidad, aunque estuviera atiborrado de cocaína o de LSD. Pero en otros era extremadamente difícil. Así que en los ’60 tuvo que luchar, y fue forzado a seguir su otra carrera como fotógrafo.” Aun después del inesperado éxito de Busco mi destino, realizada en una niebla de bebidas y drogas (siempre se dijo que Hopper y Fonda fumaron 155 porros mientras filmaban la escena en el campamento junto a la hoguera), volvió a despilfarrar sus expectativas al gastar sus ganancias por el film en una casa en Taos, Nuevo México, para convertirla en una comuna hippie. Durante la mayor parte de la década siguiente, Hopper y un cambiante elenco de amigos dedicaron sus días a las bebidas y las drogas. Más tarde recordaría haber tomado líneas de cocaína “del tamaño de una lapicera”, y estimó aquel consumo diario en dos litros de ron, 28 cervezas y tres gramos de coca. Durante los ’70 tuvo también tres esposas, incluyendo a Brooke Hayward –quien más tarde lo acusó de atacarla durante una discusión por su hábito de desaparecer durante días tras orgías llenas de drogas– y Michelle Phillips, de The Mamas and the Papas, con quien estuvo casado sólo ocho días.
Para el momento en que Ho-pper llegó al set de Apocalypse Now!, de Francis Ford Coppola, ya había terminado con su tercera esposa, Daria Halprin. De manera más preocupante, tras dos décadas de abusos estaba emocionalmente frágil y parecía al borde de la muerte. “Coppola le echó un vistazo y le preguntó si había algo que pudiera hacer para ayudarlo a atravesar la filmación”, agrega Sellers. “Dennis dijo: ‘Sí, una onza de cocaína por día’. Se las arreglaron para encontrar a alguien que le consiguiera eso, y el film pudo realizarse.” La tormenta de cocaína no hizo mucho por mejorar el estado mental de Hopper. Cada vez más paranoico, empezó a sufrir ataques de pánico que lo llevaron incluso a intentar suicidarse, volándose con dinamita. Finalmente entró a un programa de rehabilitación en 1983, tras ser encontrado deambulando desnudo por los bosques de México.
Tras limpiarse, Hopper produjo sin dudas su mejor trabajo como actor, director y artista fotográfico. Fue nominado al Oscar por Ganadores en 1986, y a un Globo de Oro por Terciopelo azul ese mismo año. En 1988 consiguió un elogio unánime de la crítica al dirigir Vigilantes de la calle. Desde entonces, en más cincuenta películas cimentó su posición como una de las figuras más prolíficas de Hollywood y, junto a Jack Nicholson y Liz Taylor, como una de las estrellas sobrevivientes de una generación glamorosa. No está claro si su permanente producción de nuevo material refleja una elevada ambición artística o una simple necesidad de abastecer su cuenta bancaria: en 1992 tuvo un cuarto y costoso divorcio –de Katherine La Nasa–, en el que perdió buena parte de sus pinturas de Andy Warhol.
Pero, desde que se casó con Duffy, la carrera de Hopper ciertamente disfrutó de un radiante verano. En una movida típica de su robustez, respondió a las noticias de su diagnóstico de cáncer firmando un contrato para encarnar a un productor discográfico llamado Ben Cendars en 25 episodios de la serie televisiva estadounidense Crash. Para los fanáticos, es un recordatorio de que, dado el tumultuoso pasado y el complicado presente de Dennis Hopper, cada día que permanece en esta tierra es un bonus. “¿Si alguna vez pensé que llegaría a tener 70 años? Mierda... nunca esperé llegar a los 30”, dijo una vez. “Y cuando llegué a los 30, para mí fue como si hubiera llegado a los 70. La verdad, es un milagro que todavía esté aquí.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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