Sábado, 30 de enero de 2010 | Hoy
TELEVISION › NICOLáS REPETTO, ANTES DE UN NUEVO REGRESO
“Sabía que cuando volviese a la tele iba a hacerlo con un formato a la medida de lo que a mí me gusta”, dice el conductor, que aquí habla no sólo de la pantalla chica, sino también de una sociedad que, dice, es producto de “un sainete que lleva siglos”.
Por Emanuel Respighi
Nico está de vuelta. Para la mayoría de los televidentes, esa afirmación tiene un significado inequívoco: Nicolás Repetto está de regreso en la televisión argentina. Es que el conductor forma parte de ese selecto grupo de celebrities locales a los que la gente los reconoce –los nombra– por su nombre de pila o por la familiaridad que da su apócope. En su caso, incluso, ese lugar ganado dentro del medio televisivo no se debe a la trascendencia de haber hecho ciclos que rompieron el rating, ni a la continuidad ininterrumpida al aire de una misma fórmula exitosa. Más bien, el hombre de los años sabáticos logró ser uno de los grandes nombres de la pantalla chica estando más tiempo afuera de ella que al aire. Nadie duda, sin embargo, que es un hombre (o un nombre, da lo mismo) de la tele. Alguien que elige entrar y salir de la pantalla chica según necesidades. Y que en esta vuelta lo encontrará conduciendo Nico trasnochado, un ciclo de entretenimientos que hoy a las 23 debuta por la pantalla de El Trece.
“No tengo abstinencia de la tele: no me gusta estar todo el tiempo al aire ni tampoco siento que lo necesite”, le cuenta a Página/12 el conductor, sentado en su camarín, en uno de los pocos huecos que encontró mientras supervisa cada uno de los detalles del primer envío del ciclo producido por Mandarina y Farfán Televisión (ver recuadro). No hay por qué no creerle: lejos de enquistarse en fórmulas que probó con cierta repercusión, Repetto es de las estrellas consagradas de la pantalla chica local que más arriesga y que no le teme al fracaso. “Nico trasnochado es el programa que a mí me gustaría ver”, dice. “Creo que el verano –analiza– es el momento ideal para amoldar el ciclo al tono que uno quiere darle. Todos los programas que hice fueron encontrando su sitio en el aire. Nunca compré un formato extranjero probado. Suelo experimentar y estoy convencido de que la manera de experimentar en la TV es al aire. No hago catorce pilotos. Soy de hacer un ensayo y grabar. Mis programas se hacen en el aire. El problema es que la TV actual no te permite muchos errores, no te da tiempo de pifiar.”
Dice que en estos tres años en los que no estuvo en la tele no la extrañó demasiado. Que aprovechó ese tiempo fuera de la pantalla para invertir en un proyecto agrícola-ganadero. Y que aunque no se obsesionó con el regreso al medio, tenía muy claro qué quería hacer cuando regresara. “Sabía que cuando volviese a la tele iba a hacerlo con un formato a la medida de lo que a mí me gusta: no iba a regresar con un formato que no lo sintiera como propio”, puntualiza, en una charla en la que Repetto no sólo dejará sentada su visión sobre la tele sino también sobre el país, la política y la inseguridad. Un tipo que no suele conceder muchos reportajes, pero que cuando lo hace no escapa a ningún interrogante.
–¿Por qué tenía en claro que la vuelta a la tele iba a ser con un proyecto propio? ¿No quería repetir decepciones pasadas?
–Esta vez tenía ganas de hacer un programa que me gustara. No sé si lo voy a conseguir, pero ésa es la intención. Siempre intento trabajar en programas que me diviertan. Me gusta intentar encontrar nuevas fórmulas, aunque la tele cada vez es un negocio más difícil. Es menos riesgoso comprar un formato ya probado, o seguir las “máximas” del marketing y saturar ideas que funcionan para pasar a la siguiente el día que no sirven más. Y así todos los canales tienen los mismos programas y compiten con los mismos formatos. Tengo 30 años en la tele y me fue relativamente bien algunas veces... y en otras me comí varios caramelitos.
–¿Y de qué aprendió más: de los éxitos o de los fracasos?
–Uno aprende más de los fracasos. En el éxito todo lo que hiciste mal queda tapado por el mismo éxito. Uno no se da cuenta de lo que hizo mal y nadie suele remarcar los errores. Todos se suben al brindis. En cambio, cuando las cosas no van bien uno termina analizando más profundamente lo que hizo, dándose cuenta de las equivocaciones que uno cometió. El fracaso se suele analizar críticamente; el éxito se disfruta. Cuando las cosas van bien más vale no preguntar y darle para adelante. Es como cuando uno sale con un minón: no hay que preguntarle por qué le gusto, a ver si se da cuenta... (risas).
–En ese sentido, cuando retornó al país después de vivir en España tras la crisis de 2001, fue muy criticado por haber puesto un video en el que repasaba lo que había ocurrido en Argentina durante su estadía en el exterior. A la distancia, ¿cómo analiza aquel clip?
–Fui muy criticado y me hago cargo de esas críticas. Tuve falta de timing de lo que pasaba en Argentina. El tape era buenísimo: era la visión de un tipo que no había estado en el país en esos años, que creo que aportaba otra mirada. Lo que pasó es que la gente no tenía ganas de escuchar ni de ver aquello que había sufrido en carne propia. La gente necesitaba optimismo. Yo lo que quería era mostrar que no había que cantar victoria porque los problemas de fondo seguían ahí.
–¿Cree que en ese momento la gente ni el periodismo le perdonaron su estilo de vida, con años sabáticos y largas estadías en otros países?
–Si fue así, creo que esa mirada empareja para abajo. En Argentina, más allá de ser de izquierda, de centro o de derecha, ¿no podemos empujar el carro todos juntos y después discutir sobre si le ponemos gomas rodado 24 o 26, si pintamos el carro de rojo o azul? ¿No es hora de tener un plan o una idea en común, en vez de ponerle palos en la rueda a aquel que le va bien? ¿No es de subdesarrollado eso que nos pasa? ¿De pisabrotes? Si hay una chica demasiado linda se piensa más en cortarle la cara que en piropearla, al tipo que es demasiado alto hay que cortarle los tobillos o al inteligente pegarle un mazazo en la cabeza. No podemos seguir subidos a esa ola. Ningún país puede salir a flote con ese pensamiento podrido. Hay que apoyar y poner como ejemplo a aquellos que les va bien. Si hacés algo que ensancha la franja, te matan. Yo pude vivir dos años en España, ¡qué suerte que pude hacerlo! ¿Qué queremos? ¿Encerrarnos en la nuestra y cuando nos va mal echarles la culpa a los demás?
–¿Por qué cree que ocurre eso?
–Es el gran sainete argentino, del que nunca terminamos de salir. Siempre estamos tocando la misma música y queremos promediar para abajo. Si alguien saca la cabeza, hay que arrancársela. Es un problema cultural. Querer llevar arriba a un ídolo, como hacemos con los deportistas, para después ver cómo lo podemos destrozar, es un mecanismo repetido a lo largo de nuestra historia. ¿Cuántos Monzones, Maradonas, Gaticas, Hienas Barrios necesitamos consumir? Es un sistema que no nos es útil porque replica lo peor de nosotros. No hablo por mí. Yo tengo la suerte de que me va mejor que el promedio. Hablo de los que están debajo del promedio. ¿Qué posibilidades de progreso les da este sistema? No creo que esto le dé una oportunidad. Habría que probar si a los que les va bien pueden arrastrar a los que tratan de salir. A lo mejor es una punta de lanza. Al final terminamos hablando de política...
–No está mal. Si no se discute sobre política las posibilidades de mejorar el estado de cosas se reduce a los dirigentes políticos. Además, desde su rol de comunicador, usted les llega a millones de personas.
–Veo un país enojado, no siento que haya un país en el que todos estamos haciendo un esfuerzo para mejorarlo. Cuando yo hago un programa, estoy todo el tiempo velando para que las partes estén bien, buscando consenso y que la máquina vaya para adelante. De hecho, cuando surgen los quilombos siempre grito “¡Vamos todos para adelante!”. En la política nadie mira para adelante ni piensa en función de la sociedad: se mira para atrás y se desvirtúa todo. Es un país crispado, dividido. Que los sectores productivos estén enojados con el Gobierno no es una buena señal.
–¿Habla del conflicto entre el Gobierno y el campo?
–Yo tengo campo y no quiero ahondar en el tema porque pareciera querer hablar desde mi bolsillo. Lo único que digo es que quiero que el cereal, la carne y los autos argentinos se vendan por todos lados... Ya sabemos por dónde va a venir la plata. ¿O la vamos a emitir? Si somos el mejor productor de granos en el mundo, no perdamos esa condición. No estoy hablando de la distribución ni de las retenciones, que es una discusión que hay que dar, lo que digo es que tanto un sector como otro deben hacer los máximos esfuerzos para vender granos en todos lados. Hay que meter el producto argentino en todo el mundo. Me encantaría que todos estén juntos y tiren para adelante. No que unos aparezcan como enemigos de los otros.
–El histórico problema de los dilemas argentinos, que no sólo se da en los sectores de poder sino que uno lo ve también en la calle. ¿Cree que la sociedad argentina tiene el país que se merece?
–Siempre me pregunto si tenemos los políticos que nos merecemos. Si no es así, quiere decir que estamos votando mal. Que no sabemos otorgar el premio y el castigo a la clase dirigencial. ¿Tenemos la democracia que deberíamos tener? Ojo: estoy hablando críticamente de la democracia, que es el mejor sistema en el cual vivir. Pero perseguir militares y fascistas es sólo una parte de la democracia. Si una democracia se construye en base a comprar votos de una u otra manera qué tiene de democracia. Es una fachada. Por un lado perseguimos fachos y por otro compramos votos.
–No concuerda con muchas de las políticas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
–Pero no es patrimonio de este gobierno. Nosotros venimos así desde los siglos de los siglos. Te cambio votos por empanadas, te cambio votos por chapas, por zapatillas o por planes sociales. Eso no es democracia. Los argentinos dejamos de votar planes de gobierno: votamos beneficios inmediatos, slogans, frases huecas. En las campañas nadie plantea una política clara sobre los grandes problemas argentinos: no nos dicen que van a estatizar todos los campos y con eso van a erradicar la pobreza; o que se va a dejar a los particulares manejar los campos pero con una retención del 35 por ciento para redistribuir en educación, salud y trabajo; o que vamos a vivir de la copa que rebasa. La discusión política es coyuntural y oportunista. En Argentina no se vota nada: votamos una figura mediática, slogans, un cuento, chapas... El tema es cómo hacemos para mejorar la democracia, las condiciones de vida de todos los argentinos. Antes de pedir seguridad, con qué criterio vamos a mejorar el estado de cosas si no educamos. ¿Con qué criterio la gente va a votar? Siempre es más fácil engañar a un analfabeto que a un universitario, creo. Si cada vez educamos menos, obviamente que es más fácil manejar a la gente como rebaño y la democracia va a ser cada vez más imperfecta.
–Recién nombró al pasar el tema de la inseguridad, una problemática que estuvo en la boca de varias personalidades el año pasado...
–La inseguridad es una consecuencia. Si no atacás el mal que provoca esa consecuencia el problema va a existir siempre. La inseguridad no es potestad de un gobierno. Lo que sí creo es que la inseguridad existe, no es una sensación. Hay que atacar la causa y la consecuencia al mismo tiempo. Es como si hubiera un incendio gigante por una mala instalación eléctrica. Tenemos dos problemas: el incendio hay que apagarlo porque nos está quemando y corremos el riesgo de que sea más grande, y por otro lado tenemos que implementar las medidas necesarias para cambiar la instalación eléctrica, porque si no el problema va a seguir existiendo. Uno no puede enojarse con el fuego, sino con la instalación eléctrica. Por eso creo que cuando uno reclama no tiene que reclamar por el fuego sino por la instalación eléctrica. Lo más doloroso es que hemos perdido la calle. Pero no la perdimos de un día para otro; nos la robaron hace mucho tiempo. ¿Y quiénes son los más perjudicados? Los más humildes, como siempre. Porque yo tengo poder adquisitivo como para ponerme casilla de seguridad, alarma, blindar mi auto. Pero otros tipos tienen que vivir mirando para todos lados, viviendo al lado de los chorros, de los que venden merluza. Esos están jodidos. Si no te ligás una bala perdida los pibes zarpados les afanan a los mismos vecinos.
–El problema de ese estado de cosas es que se comienza a quebrar el tejido social, la gente pierde el cara a cara y la única realidad que consumen es la mediática, plagada de intereses económicos y políticos.
–Una sociedad que pierde el boca a boca no puede construir sistema democrático inclusivo. Se vienen los hijos de los countries, que son pibes a los que tal vez salvás de que los maten en la calle, pero que se desarrollan sin haber generado los anticuerpos necesarios. Los pibes de countries no están acostumbrados a caminar por “la calle”, a volver de noche por el medio de la calle, a cruzar la vereda si a lo lejos se ven movimientos extraños... Cosas que uno de chico hacía porque también había chorros. El problema es que ahora uno vive pensando todo el tiempo en que lo pueden afanar.
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