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Miércoles, 5 de enero de 2011

LITERATURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR CHILENO ARTURO FONTAINE

Retrato de héroes y traidores

En La vida doble, el autor se desliza por un andarivel inquietante, al hurgar en la vida de militantes de izquierda que se “convirtieron” durante la dictadura pinochetista. “La novela es una exploración sobre qué somos cuando habitamos las cavernas de la oscuridad”, dice.

 Por Silvina Friera

El ácido del miedo disolvió el ánimo combatiente de Lorena o Irene –nunca se sabrá el nombre real–, ex militante de la organización revolucionaria Hacha roja durante la dictadura pinochetista. “Hubo hermanos que no se dejaron capturar y sacrificaron la vida. Yo no”, admite desde Estocolmo, donde vive con “documentación ficticia”, esta enigmática y contradictoria mujer al narrador de La vida doble (Tusquets), de Arturo Fontaine, con la lengua entumecida por el dolor y la culpa. Está enferma de cáncer. Está –como dicen– “en las últimas”. Lorena vio la muerte a un paso, un abismo que se abrió a metro y medio de distancia, tras el intento de asalto a una casa de cambio, desbaratado por la Central de Inteligencia. Canelo, su compañero, cayó combatiendo. Ella no quiso morir. Soportó las torturas durante 29 días; no “cantó” nombres ni lugares. Resistió las humillaciones y crueldades más difíciles de imaginar. Al fin y al cabo, estaba adiestrada en la lucha clandestina. Sin explicaciones, la dejan en “libertad provisional”. Su margen de inserción en la organización era cada vez más exiguo. No quería quedar descolgada. Pidió una oportunidad. Sus hermanos desconfiaron. Le exigieron enviar a su hija a un hogar en La Habana por la seguridad de todos. Hasta acá sería una sobreviviente más, como muchas otras mujeres que tejían con esperanza el futuro, a pesar de los golpes. Pero la secuestraron otra vez. Y habló. Cambió de piel y de lengua. Se convirtió en una de ellos.

“Eres un cuervo con pico de oreja –se queja Lorena/Irene ante el narrador–. Nadie puede comprender esta historia. Y nadie lo querría. Es inútil. Quedaría la fábula edificante con su moraleja, quedará la cáscara de los hechos, la pornografía del horror.” Si la gente prefiere los relatos que confirman el prejuicio, como advierte la protagonista, “reconocer lo que ya les mostró la tele”, la empresa del escritor y profesor de filosofía en la Universidad de Chile se desliza por un andarivel inquietante. Desde la ficción busca horadar los lugares comunes. Lo que escuchó Fontaine, lo que leerán los lectores, no va a gustar. Apelando a la figura de Dante cuando llega al fondo del Infierno y se encuentra con el Demonio llorando, Lorena no se arrepiente. Y sin embargo, llora. La vida doble tiene anclaje en hechos reales. El escritor se entrevistó con tres mujeres que militaron en el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y un hombre que estuvo en las filas del Partido Comunista. Jamás dirá sus nombres verdaderos; no piensa quebrar el pacto de caballeros que estableció con sus interlocutores. “No sólo delataron bajo presión a sus compañeros, lo cual es comprensible en una situación límite, sino que se convirtieron en agentes activos de los aparatos represivos –aclara–. Hicieron los cursos de inteligencia y trabajaron en operaciones de captura de ex compañeros. Y no fue por un período breve.”

Fontaine –autor de varios libros de poesía y de la novela Oír su voz– repara en un interés de vieja data. “Siempre me intrigó cómo una mujer que ha amado algo con tanta intensidad, que ha entregado su vida a una causa, gira por completo y llega a quemar todo lo que amó”, subraya en la entrevista con Página/12. “La traición es un tema tremendo que recorre la novela, pero no es una traición puntual. Es más espinoso el asunto: cómo convertirse en otro, qué es lo que pasa ahí. El crítico español Ignacio Echavarría dijo algo que creo que es cierto. En el fondo, ésta es una novela psicológica. Y es verdad: es más una novela psicológica que una novela política. Lo político, la represión feroz, es el contexto donde ocurre el experimento de transformación de alguien, pero es una exploración de la condición humana bajo condiciones extremas. Lo extraño es por qué esta mujer se convierte. Ese enigma fue lo que me mantuvo escribiendo. Quién es ella: ésa es la cuestión que atraviesa la novela. Como escritor es un enigma que –confieso– hasta ahora no logro resolver.”

–¿Por qué?

–No tengo una respuesta; la novela no llega a descifrar el misterio. Lo que sí puedo decir es que Lorena tiene un compañero, Canelo, que es lo que ella pudo ser y no fue. Canelo sí es un héroe que muere y que estuvo a la altura de su ideal. Pero ella no. Inexplicablemente Lorena falla. Y esa falla produce una suerte de resentimiento, de odio a sí misma y a sus compañeros, a quienes la llevaron al lugar de lo insoportable. Esa especie de falla “geológica” que se produce la succiona y se vuelve odio a lo que ella fue, a lo que amó. Además el movimiento le pide que lleve a su hija a la guardería en La Habana. Ella no dice que no, pero posterga la decisión porque la maternidad es algo muy fuerte y le resulta muy duro separarse de su hija, explicarle por qué y cómo la tiene que dejar. Al postergar esta decisión, abre otro flanco de vulnerabilidad y de chantaje. Lo que hay es una tensión entre Lorena como madre y como militante, como combatiente de un movimiento armado; cierto conflicto entre su vida clandestina y su responsabilidad maternal.

El héroe –Canelo– murió. Lorena, la sobreviviente, carga al principio, antes del cambio de piel y de lenguaje, con las sospechas de lo que “habrá hecho” para salvarse. Después, lo que sucede después, es otro cantar. Fontaine no quiere anticipar las aristas complejas y polémicas de esta transformación difícil de masticar. Prefiere el efecto sorpresa; el golpe certero en la mandíbula de cada lector. “Los movimientos radicales como Hacha roja tienen una estética de la violencia y en cierto modo una estética de la muerte heroica –plantea–. El héroe adquiere una dimensión gigantesca. El entrenamiento psicológico, moral, político, apunta a dar testimonio de la fuerza de ese compromiso con la vida. Se pone más énfasis en ese sacrificio que en llegar a conquistar realmente el poder y producir las transformaciones sociales deseadas. Claro que todo esto también está, pero parece que tuviera menos importancia.”

–¿Escribir la novela le permitió comprender el compromiso de esa generación?

–Sí. El tema del sacrificio es central en los combatientes. Lo que hace que una persona se comprometa con un movimiento de este tipo es que, como lo dice por ahí Lorena, esa gota de agua insignificante y pequeña que es su vida, llena de contradicciones y de fugacidad, al incorporarse en un río se salva, se rescata; adquiere dimensión histórica. La entrega de la vida individual a un proyecto de sociedad justa tiene una épica que resulta fascinante. Sobre todo para los jóvenes. Les da un proyecto de vida muy profundo, donde hay una cierta nobleza en la entrega de la vida individual a los demás. Esto es lo que en los partidos democráticos rara vez existe. La prosa de la vida democrática es transaccional y postergadora; un movimiento revolucionario promete velocidad, violencia, pero también un cambio radical. La pregunta crítica es dónde cabe la épica en una sociedad democrática, dónde está esa voluntad de sacrificio. Yo creo que cabe, que hay una épica para tiempos de paz. El anhelo de utopía, como se demuestra en la novela, es humano; pero por otra parte se percibe lo sucia que es “la vida de los fierros”, sobre todo cuando se lucha contra una dictadura. La novela es una exploración sobre qué somos cuando habitamos las cavernas de la oscuridad, qué puede ocurrir ahí. No es que existan monstruos; si así fuese, la cosa sería muy simple. El punto es que al desaparecer la institucionalidad democrática se desata esa monstruosidad que tenemos dentro. Que no sabíamos que la teníamos, hasta que surge la impunidad y aparece esa fiera que se ceba con la carne humana.

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Desde la ficción, Fontaine busca horadar los lugares comunes.
 
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