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Martes, 28 de marzo de 2006

LITERATURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ERNESTO MALLO

“Momento shakespeareano”

El escritor y ex militante habla de La aguja en el pajar, su primera novela, un policial que transcurre en 1979 y hace verosímil (y hasta querible) a su protagonista, un comisario.

 Por Angel Berlanga

Un gran policial que transcurre durante la dictadura y que logra hacer querible a un protagonista comisario. Una militante del ERP buscada por el Ejército que confía en él, se enamora, y es protegida hasta el final. Ernesto Mallo construye en La aguja en el pajar un relato realista y notable con profusión de incorrecciones políticas hasta aquí casi inconcebibles. A los 57 años este ex militante de las FAR, también perseguido durante la dictadura, consigue en su primera novela, a través de un lenguaje seco y directo, una efectiva plasticidad y contundencia para ambientar lo opresivo de esta ciudad en 1979, para delinear los perfiles y las motivaciones de sus personajes, para dosificar descripciones y toques de humor filosos, para armar diálogos que a la vez funcionan como un fresco del ideario de una sociedad, para generar suspenso y para construir una novela de género que, imperceptiblemente, se convierte en otra cosa. “El comisario Lascano es la aguja en el pajar, el diferente a todos los demás”, dice Mallo. “Uno. Uno solo. Yo creo que se me puede permitir pensar que hubo uno bueno.”

Sobre la oscuridad de esos días pesa en Lascano, además, una ausencia: su mujer murió hace poco. Una madrugada de agosto le avisan que denunciaron la aparición de dos cuerpos al costado del Riachuelo, pero cuando llega al lugar se encuentra con un tercer cadáver; los dos primeros son fusilamientos típicos de los militares, casos en los que los jueces no indagan, pero resulta evidente que el último fue asesinado de otro modo. Esa noche, en el allanamiento judicial a un prostíbulo, encuentra escondida a una joven idéntica a aquella mujer, una militante que llegó ahí hace un rato, a poco de que invadieran su casa. En ese panorama desesperante a la chica no le aparecen alternativas y acepta el amparo que le ofrece el policía. En simultáneo, Mallo va contando dos historias que luego se cruzarán; una es la del patético oligarca venido a menos, Amancio, endeudado con un prestamista que lo puede terminar de hundir, y casado con una joven patricia que lo aborrece y se revuelca con otros caballeros más poderosos. La segunda es la Giribaldi, un oficial del Ejército que anda en la más horrorosa represión, que se apropia del bebé rubio de una secuestrada para tratar de componer una familia cristiana con su esposa, que no puede concebir y recién consigue calmarse cuando un sacerdote la consuela y reza con ella la Oración de los niños perdidos: “Oh Señor que todo lo puedes, deja que todos los niños encuentren el camino hacia ti”. “No es estrictamente un policial, aunque tiene muchos elementos, porque me sirven para contar y crear la intriga necesaria –dice Mallo acerca de esta historia, cuyos derechos para cine fueron comprados por una productora española–. Es un relato en la dictadura y no sobre ella; sucede en ese momento histórico, que es su paisaje. Yo creo que es una novela sobre la locura de este país en esa época.”

–¿Le resultó muy dificultoso hacer creíble a un comisario en medio la dictadura?

–Toda la novela apareció muy fluidamente y cuando me senté a escribirla ya la tenía armada en la cabeza. Es difícil pensar para esa época a un policía ético, honrado dentro de sus posibilidades y dignificado por el dolor. Pero no dudo de que debe haber habido. Me interesaba salir del contexto habitual de las historias que suceden durante la dictadura, que se cuentan claramente desde uno de los dos bandos. Quise escribir una historia sobre lo que les pasa a los seres humanos en determinadas circunstancias. Y elegir un representante de las fuerzas de la represión para ese momento fue trazar una línea que separara lo humano de lo inhumano.

–El personaje de Eva parece ser otra aguja en el pajar: tampoco parece muy previsible una militante confiando en un comisario.

–Hay que haber experimentado el momento de la fuga, cuando fue evidente que la dictadura les ganó la pulseada a las organizaciones guerrilleras. Hay que haberlo vivido. Fue terrible: las fuerzas armadas salían a cazar gente por la calle. Y si uno estaba marcado, se le aparecía una suerte de terror animal. Y había que huir. La cabeza empieza a funcionar de una manera totalmente diferente de la habitual. Es una situación extraordinaria, terrible, muy básica: me refiero a los mecanismos que se ponen en marcha.

–¿Le pasó a usted?

–A mí y a mucha gente.

–¿Dónde militaba?

–Era un militante de superficie de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que después se fusionaron con Montoneros.

–¿Qué críticas recibió desde lo ideológico?

–Lo que a mucha gente le puso los pelos de punta, y en especial a las mujeres, es la relación de amor entre Lascano y Eva. Es una píldora difícil de tragar: no les gusta. Al mismo tiempo, Lascano es un personaje seductor, una mezcla de hombre salvaje y al mismo tiempo tierno. Es un arquetipo. Y mal que nos pese, sigue gustando.

–El motor del suspenso inicial es la resolución de un crimen, pero luego eso se diluye y produce una inversión: el investigador empieza a ser investigado.

–En un momento, el juez le dice al comisario: “Estos delincuentes son muy chambones, porque dejaron los dedos por todos lados, o se sienten muy impunes”. Y Lascano contesta: “Yo creo que son chambones que se sienten impunes”. Parte de la trama de la novela se basa en que descubrir a los asesinos, para la cana, resulta facilísimo. Es parte de la época. La historia policial es como la coartada para contar muchas otras cosas, porque hablo también de las relaciones matrimoniales, de la maternidad y la paternidad, el amor y el sexo, las clases sociales. Hay una maldición china que dice: “Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes”. Se refiere a cuando hacen eclosión todas las pasiones, y la gente se mata por distintas cuestiones. Si Shakespeare hubiera vivido en la actual Noruega no habría escrito sus magníficas obras. La dictadura es nuestro momento shakespeareano en el que todas las pasiones están desatadas, donde la lucha por el poder se encarniza, se hace sangrienta y violenta, y todo el mundo está chiflado. Como en una obra de Shakespeare.

–En un retrato autobiográfico dice que la literatura es el más eficaz salvavidas que pudo conseguir. ¿Por qué?

–Porque me salvó la vida, varias veces. Con la literatura uno aprende y se pone muy alerta a ciertas señales. A mí me salvó la vida haber leído en la calle, un día, específicamente, señales de que estaba en serio peligro. Y me pude poner a salvo porque leí eso. Cosa que les costó la vida a otros, que no leyeron, a los que no les pude transmitir mi lectura. Por otra parte, esta novela fue escrita en un momento muy penoso, muy grave, con problemas muy serios. Y fue escrita como una alternativa a otras medidas más extremas. Fue lo que me permitió atravesar una crisis realmente horrorosa. Ese retrato autobiográfico fue escrito hace mucho, cuando esta crisis todavía no había ocurrido. Pero después demostró ser profética.

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“Es un relato en la dictadura, y no sobre ella; ése es su paisaje”, dice Ernesto Mallo.
 
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