Vie 15.04.2011
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LITERATURA › EDUARDO BERTI HABLA DE LOS CUENTOS DE LO INOLVIDABLE

“La literatura miente a partir de cosas verdaderas”

El escritor argentino radicado en España se refiere a las obsesiones que lo guiaron a la escritura de un puñado de relatos “redondos”. El olvido, la verosimilitud, la credulidad y los pliegues de la memoria navegan por un libro de notable factura.

› Por Silvina Friera

Una dentadura postiza habla. “Hacía calor y había moscas”, dice en un tono amigable. El lector no debería perderse el espectáculo de los dientes parlantes al que asistirá una viuda sexagenaria. La dentadura erudita recitará, noche a noche, versos del poeta español Vicente Aleixandre. Si cree haber visto, oído y leído todo, conviene poner en suspenso esa certeza. En Eduardo Berti, lo fantástico inmerso en lo cotidiano desarticula la clásica oposición binaria entre ilusión y realidad. Ahora lo hace con casi una docena de cuentos “perfectos” en Lo inolvidable (Páginas de Espuma). Las superficies de las tramas de los once relatos dosifican un secreto, obsesión o misterio que, con una vuelta de tuerca imprevisible, emergerá desplazando las interpretaciones o los pálpitos iniciales. En el ramillete de historias, trenzadas a veces con un humus de ironía que amortigua el componente “dramático”, conviven una lectora metódica y compulsiva, que lee los diarios como se leen los libros –“en perfecto orden, de la primera hasta la última página–”; un músico que se queda tieso frente a su piano –como un “tango dentro de otro tango”, la percanta, que acá es la música, lo abandona sin previo aviso–; un marido que sostiene durante años un engaño: la falsificación de una joya; y dos empleados golondrinas, que trabajan en una remota cantera del sur, conectados al mundo a través de un puñado de cartas, serán protagonistas de una tragedia “escrita”, entre otras criaturas.

Berti regresa a la casa del cuento, hogar que nunca abandonó. “Cuando publiqué mi primer libro de ficción, los cuentos de Los pájaros, un periodista me dijo: ‘Ahora que te ejercitaste con los cuentos, supongo que vas a escribir una novela’. Siempre he combatido ese lugar común: que el cuento es como el cortometraje con el que se entrena el director antes de filmar un largometraje. Eso es cierto, no lo niego, en el caso de algunos escritores o cineastas, pero habla más de ellos que del género”, dice el escritor a Página/12 desde Madrid, la ciudad donde reside desde hace dos años. “Tan fuerte como esa idea es el prejuicio de que el cuento no vende. Ya es como un mito, ¿no es cierto? Yo siempre retruco que mi libro de cuentos La vida imposible vendió más, tanto en castellano como en francés, que algunas de mis novelas. Por suerte hay un puñado de editoriales, sobre todo en España, como Páginas de Espuma o Menoscuarto, que se propusieron ‘vivir del cuento’ y lo están haciendo. Lo que demuestra lo falso de este axioma.”

Desde hace un año, en España se habla de un renacimiento del género. “No sólo porque hay editoriales especializadas, sino porque los lectores, los críticos, los libreros y hasta los escritores parecen más interesados que antes en el asunto”, cuenta. Berti confiesa que aprendió “algo” en el oficio de escribir cuentos. “Soy un poco más consciente de ciertas cosas ligadas a la técnica, doy menos vueltas –menos idas y vueltas, diría– a la hora de pulir una versión final, y abandono más rápidamente ciertas escenas o ciertas digresiones que son caprichosas y que, por mucho que me gusten cuando las considero fuera de contexto, no van en el cuento. Cuando los astros se alinean un poco, consigo ser más preciso que antes.”

–En Lo inolvidable hay un epígrafe inicial de Luciano de Samósata: “En una sola cosa seré veraz: en decir que miento”. ¿Por qué comenzar con esta cita que parece instaurar un pacto de lectura “diferente”? La veracidad de una o varias mentiras, ¿convierten la materia narrada en algo “más verdadero” o acaso “auténtico” de lo que es proclamado “real”?

–La verdad de la literatura es lo verosímil; es el delicado pacto de confianza y de credulidad que se entabla entre el autor y el lector y que me gusta imaginar de matices tan infinitos como autores y lectores hay. Muchos escritores dijeron esto mismo antes que yo y de maneras mucho más inspiradas. Resumiendo lo que pienso, digamos que la literatura miente a partir de cosas verdaderas. Miente en serio. Y que a partir de esa mentira suele surgir una verdad, como afirmó Rulfo en un famoso texto.

–Quizá lo que incomoda de esta cita de Samósata sea el énfasis puesto en la mentira. Aunque no todo sea ficción, Borges “nos enseñó” que todo puede ser leído como ficción...

–Sí, es verdad. Y también pienso que todas las formas pueden ser usadas como ficción, incluso las formas más ligadas a la transmisión de exactitudes o verdades. En algunos cuentos anteriores usé la forma periodística para contar cosas ficticias. Falsas noticias. En este libro quise emplear –y proponer para que se lea como ficción– no sólo la forma del diario íntimo (el “Diario de una lectora de diarios”), sino también, como en el caso de “Retrospectiva de Bernabé Lofeudo”, el cuento más extenso, la forma del programa de cine. Es como si fueras a ver una retrospectiva de un director de cine en la sala Lugones. Vas y te dan un programa. Bueno, yo me inventé el director de cine, me inventé su obra y me inventé el programa. Y ese programa cuenta una historia ficticia.

–Uno de los hilos conductores podría ser, como el título de uno de los cuentos, la mentira o la verdad. En esta historia en la que un hombre le regala a su mujer unas joyas falsas que son robadas de su estuche, se lee: “Con el fin de remediar la gran mentira, estaba a punto de cometer otra mentira de similar o de peor gravedad”. ¿Cómo explica ese gusto por las paradojas que se encuentra en varios relatos?

–Ese cuento es como una bola de nieve. Una mentirita, un engaño casi infantil, va creciendo con los años en la conciencia del personaje masculino: del marido. La bola de nieve conduce a repeticiones. Y las repeticiones son interesantes, creo yo, si no son idénticas, si no son un mero calco. Si hay crescendo es mucho mejor. Si hay paradoja, también. A mí me gustan las paradojas, supongo, porque me gusta lo extraño, lo que no es fiel a las ideas más corrientes de lo que se considera normal o verdadero. Y mis cuentos hablan bastante de todo esto. De hechos en cierto aspecto excepcionales. O, en todo caso, memorables. Inolvidables, como dice el título.

–En el terreno del arte, en la literatura, siempre hubo copias y falsificaciones, ¿no? Si la primera novela moderna es el Quijote, ya en esas páginas está el eco de una falsificación, la del Quijote de Avellaneda. ¿Cómo impactan las nuevas tecnologías sobre el texto y la palabra impresa en términos de credulidad?

–Lo del Quijote es apasionante, sí, porque primero Cervantes reescribe una tradición, la de las novelas de caballería, y casi enseguida Avellaneda reescribe el Quijote, pero lo hace –en verdad– antes de que Cervantes publique la segunda parte de su famoso libro, la parte que la mayoría coincide en afirmar que es mejor que la primera. Más aún, se sostiene que, de no haber sido por Avellaneda, acaso Cervantes no hubiese sentido el impulso de escribir esa segunda parte. O sea que a un “infame impostor” le deberíamos ese libro sublime de Cervantes. Un libro que, además, no ha dejado de reescribirse con los años: desde novelas olvidadas como El Quijote Evangélico hasta el “Pierre Menard” de Borges o el “Monseñor Quijote”, de Graham Greene, por citar algunos ecos. Yendo al cuento de mi libro, lo que ahí ocurre –que no se pueda, para nada o casi nada, diferenciar entre las joyas originales y las falsas– es algo inquietante, puede ser, pero cada vez menos asombroso. Las nuevas tecnologías hacen posible la falsificación en masa y cada vez más perfecta. Esto nos hace modificar nuestra percepción de las cosas. Hace décadas una foto era una prueba más o menos objetiva. Hoy es muy fácil trucar o falsificar una foto. Lo puede hacer hasta un adolescente con su computadora.

–En “Diario de una lectora de diarios”, una mujer se propone leer los diarios como se leen los libros. Este cuento podría entablar un diálogo con El último lector, de Ricardo Piglia, con la figura del lector adicto, el que no puede dejar de leer al punto de que la lectura se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal. La protagonista de su cuento se entera de que su hija hizo algo “terrible” a través de los diarios. ¿Qué le parece esta interpretación?

–No lo había pensado, sinceramente. En tal caso sería otro caso de quijotismo o bovarismo, ¿no? El otro día alguien me dijo que el modo de leer de esta mujer se parece a la memoria de Funes. O sea, que no se puede recordar todo como no se puede “saber” todo en términos de información. Me gusta esa lectura porque es una lección interesante acerca de eso que se llama sobreinformación, la “too much information” de The Police. Así como la excesiva memoria –o la falta de olvido– impide recordar de manera discriminada, la información excesiva –y, sobre todo, indiscriminada– equivaldría a no estar informado.

–Hay más ironía, más humor en Lo inolvidable, en sintonía con Felisberto Hernández. ¿Estuvo más presente Felisberto al momento de escribir los cuentos, ya sea por evocación de climas o situaciones o por relecturas que hizo?

–Es verdad que hay bastante humor. En ese sentido se parece más, dentro de mis libros anteriores, a La vida imposible. A mí me encanta el humor en la literatura; el humor inteligente y que hace pensar tanto o más que sonreír o reír es lo que me atrae de Gómez de la Serna, de Alphonse Allais, de Bu-zzati, de Ambrose Bierce, de Mrozek, de Tsutsui... O de Felisberto, que es uno de mis cuentistas favoritos. Hace bastante que no lo releo, aunque mi última relectura de algunos de sus cuentos la hice en forma no sistemática, con bastante libertad, hace unos cinco o seis años. Y por entonces estaba escribiendo un par de cuentos que acabaron en “Lo inolvidable”.

–En “Formas de olvido”, al pianista Romualdo Avella lo abandona la música sin previo aviso. ¿Cuál fue la anécdota que disparó el cuento?

–El disparador fue la imagen que abre el cuento: un pianista que de pronto queda con las manos suspendidas y la mente en blanco. La imagen se me ocurrió hace mucho, una noche que estaba viendo tocar, si no me equivoco, a Héctor “Chupita” Stamponi, el autor de “El ultimo café”, entre otras joyas, en un restaurante de Buenos Aires. O sea que el punto de partida fue totalmente imaginario. Pero en esos años yo estaba bastante en contacto con tangueros: Virgilio Expósito, Cadícamo, Federico Scorticati y otros. Así que también tomé varios detalles y varios climas de ese mundo, con el debido respeto y la debida admiración.

–¿Por qué el olvido es otra de las obsesiones que aparecen en varios relatos?

–Los libros han sido, a lo largo de la historia, una de las mayores armas contra el olvido, si no la mayor. Eso no impide, claro está, que incluso los lectores más entusiastas tengan lagunas, olvidos acerca de lo que leyeron, como le ocurre a la mujer en el cuento “Lo inolvidable”. Los libros serán objetos que aspiran a la perfección, pero todo lector es imperfecto por definición. A mí me angustia haber pasado tantas horas leyendo tal o cual novela de Balzac o de Dostoievski, haber vivido en ese cosmos durante una o dos semanas y, al mirar atrás años después, no recordar más que un detalle que, para colmo, acaso sea intrascendente o no exista en el libro. En cuanto a mi relato “Formas de olvido”, advierto que terminé hablando de varias cosas: desde el olvido del público –ese “monstruo”, como le dicen en Viña del Mar, que de pronto hace que un artista se eclipse, desaparezca de la masividad– hasta esos casos en que los artistas alcanzan la cumbre de su celebridad pero, por diversos factores, no tienen ya el tiempo –concreto o mental– para ocuparse de sus cosas y dejan “olvidado” su arte y se vuelven como estatuas de sí mismos.

–Tal vez lo que más angustia, como le sucede a la protagonista de “Lo inolvidable”, tiene que ver no sólo con olvidar lo leído por completo, sino con la pérdida de la capacidad de contabilizar lo existente, por ejemplo los textos que hablen acerca de los dientes. La lectura, que podría entenderse como un refugio, ¿es también un espacio hostil?

–No sé si me convence la primera imagen. Me resulta un poco pasiva y temerosa, como si la literatura fuese una especie de embajada que brinda asilo. Prefiero un abordaje más vital. La idea de que la lectura es una forma activa de pensar otras alternativas para todo aquello que no nos gusta, que nos enoja o nos frustra. Otras vidas posibles... o imposibles. Una forma creativa, imaginativa, de hacer una crítica de la realidad, y si es sin mensajes explícitos, sin grandilocuencias, mejor. En cuanto a los dientes... no sé... ¿Viste que hay un vínculo permanente entre lo textil y la escritura? Texto viene de ahí. Las historias se van hilando o tejiendo. A un mal texto se le ven, decimos, las costuras... Después de escribir este cuento advertí que también hay un vínculo permanente entre leer y comer. Se habla de lectores voraces, de lectores omnívoros, de ser un “traga” o de devorarse un libro o, claro, hincarle un diente a una novela. Sumale a eso que hay un vínculo entre perder los dientes y envejecer –o perder la memoria, si vamos a mi cuento–; ¡a esta altura ya me parece lo más sensato del mundo que la dentadura postiza de la protagonista –como ocurre en el relato– recite por las noches algunos fragmentos literarios! (risas).

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