Sábado, 28 de mayo de 2011 | Hoy
LITERATURA › DESDE MAñANA, CON PáGINA/12, LA BIBLIOTECA MEMPO GIARDINELLI
La colección, que arrancará con La revolución en bicicleta, incluirá también títulos fundamentales del escritor chaqueño, como las novelas Luna caliente, Qué solos se quedan los muertos, Cuestiones interiores y los relatos de Vidas ejemplares y otros cuentos.
Por Silvina Friera
“Me cago en Stroessner”, dice el mayor del ejército paraguayo don Juan Bartolomé Gaite, una mañana de 1976, en su exilio chaqueño. Los recuerdos de su vida se agolpan y confabulan para adueñarse de su presente. A los 60 años, con las arrugas en expansión alrededor de los ojos y “un velo como de tristeza impaciente que los opacaba”, Bartolo anda de capa caída, con el optimismo empolvado por la espera. Los disgustos, las derrotas, la gente que vio morir, durante el levantamiento encabezado por un puñado de militares demócratas contra el régimen de Higinio Morínigo en marzo de 1947, campean por su estado de ánimo. Paso a paso revive el fervor y la confusión política de aquellos años. “Nuestra revolución era como un hombre sin ideología, un bote sin remos. Lo lleva la corriente. Dolorosismo, doloridad, como se diga”, rememora el protagonista de La revolución en bicicleta, el primer libro de la Biblioteca Mempo Giardinelli que Página/12 reeditará mañana y que incluirá también títulos fundamentales del escritor chaqueño como las novelas Luna caliente, Qué solos se quedan los muertos, Cuestiones interiores; y los relatos de Vidas ejemplares y otros cuentos.
Escrita entre 1972 y 1977, La revolución en bicicleta fue la primera novela publicada por Giardinelli hace más de 30 años, en 1980, en España. “Esta novela nació, en cierto modo, de un mandato familiar. Me crié escuchando el relato de la gesta revolucionaria paraguaya de 1947, cuyo líder, Bartolo, era amigo de mi papá –cuenta el escritor desde Resistencia–. En mi casa siempre se habló con muchísimo respeto de ese ladrillero humilde que, en el exilio, seguía soñando con derrocar a la dictadura en su país. El primer texto lo publiqué en la revista Crisis y me sirvió para probar lo que después sería el tono de la novela.”
–En el prólogo plantea que cuando escribió La revolución... lo hizo convencido de que era una novela porque “la imaginación, y no la realidad, dictaba sus leyes internas”. ¿Qué significa para usted este libro hoy?
–Fue una fascinante prueba en materia filosófica e ideológica, pero sobre todo en cuanto a ejercicio escritural. Y además se dio la notable paradoja de que escribí esta novela de exilio cuando yo todavía no sabía que iba a exiliarme. El de-safío fue lograr una novela que, si bien se basaba en episodios verdaderos y con un personaje real, no se deslizara hacia el testimonio, sino que se mantuviese en el plano de la ficción.
–El capitán Bartolomé Araújo, en quien se inspiró para crear a Bartolo, ¿se molestó cuando leyó la novela? Las licencias de la ficción pueden generar resquemores, ¿no?
–Cuando a mí me tocó el exilio, y perdí contacto personal con Bartolo, supe que él se había inquietado por algunas circunstancias de su vida familiar que yo había ficcionalizado con absoluta libertad. Concretamente, a mi personaje le inventé una amante e involuntariamente le creé un problema. Entonces le escribí una larga carta excusándome pero a la vez explicándole cómo funciona la literatura. Por suerte, al mismo tiempo La revolución en bicicleta empezaba a ser ya una novela clandestina de culto en Paraguay y en muchos ambientes contestatarios de América latina. Eso ayudó al crecimiento mítico de su figura y de su gesta. Pero lo mejor fue que en 1996, derrocado ya Stroessner, en una de las primeras Ferias del Libro de Asunción se presentó una reedición ya legal de la novela y Bartolo vino a acompañarme.
–¿De qué modo se podría pensar que esta novela dialoga con el boom latinoamericano, sin estar inscripta en el “realismo mágico”?
–Me parece que el diálogo se podría pensar como una continuidad. Yo me formé como lector del boom y me hice devoto de esa generación excepcional. Pero lo más importante es que en todo momento supe, y para siempre, que cuando uno admira a quienes adopta como maestros, lo que no debe hacer es intentar escribir como ellos.
En la contratapa de una de las ediciones de La revolución en bicicleta, el escritor mexicano Juan Rulfo la define como “absolutamente recomendable” y agrega que es “de lo mejor que produjeron los exiliados argentinos”. Organizada a través de tres momentos del día –la mañana, la siesta y la tarde, a los que se añade un breve epílogo titulado “La noche”–, en los capítulos impares un narrador omnisciente describe el presente de Bartolo, mientras que en los pares el personaje se convierte en protagonista y narrador de los acontecimientos anteriores y posteriores a la revolución paraguaya de 1947. “Rulfo me distinguió siempre con su generosidad, pero hoy diría que quizá fue algo exagerado en sus juicios”, aclara Giardinelli.
–Hay una frase citada de Los cuadernos de la cárcel, de Ho Chi Minh: “Sobre la tierra, la gente libre se amontona en la cárcel”. Bartolo agrega que se amontona para odiar, porque a veces “hace falta sentir un odio muy profundo para sobrevivir”. ¿Qué reflexión le merece esta frase hoy?
–Lo que puedo decir es que felizmente la Argentina, el Paraguay y prácticamente toda América latina, viven en democracia. También Vietnam, que se ha reconstruido sobre las ruinas, el dolor y las bombas de napalm. En las democracias hay disensos, pero no cabe el odio.
Se suele afirmar que la literatura argentina nació en torno de la metáfora de la violación con El matadero, de Esteban Echeverría. La violación y el crimen, la violencia, la persecución y el exilio, núcleos nodales de buena parte de la narrativa de Giardinelli, son constitutivos de Luna caliente (1983), que se lanzará el domingo 12 de junio. La anécdota que dispara una trama compleja y trepidante es el regreso del joven Ramiro a Resistencia, su ciudad natal, en plena dictadura militar, después de estudiar en Francia. En una cena en la casa del médico Tennenbaum, amigo de su padre fallecido, encontrará en Araceli, una adolescente de trece años, a su “Lolita” latinoamericana. “Ramiro, embrutecido, ahuyentando una voz que le decía que se había convertido en una bestia, destapó la cara de la muchacha sólo unos centímetros, para horrorizarse ante la mirada de ella, lacrimógena, fracturada, que lo veía con pavor, como a un monstruo. Entonces volvió a cubrirla y a pegar trompadas sordas sobre la almohada”, revela el narrador la violación y presunto crimen. Cuando quiere huir de la escena del delito, tropezará con el médico borracho. En el umbral de la paranoia –cree que Tennenbaum sabe y quiere vengarse–, Ramiro lo mata y arroja el auto al río para que todos se convenzan de que fue el padre quien violó, mató a su hija y luego se suicidó. Como el efecto sorpresa es un condimento esencial de la estrategia de Giardinelli para dejar sin aliento, conviene no comentar nada más que pueda anticipar a los lectores las idas y vueltas con las que el escritor los agarrará literalmente del pescuezo.
El personaje femenino, Araceli, fue leído como una representación de la Argentina: “Joven, bella, deseable y violentada, corrompida y asesinada una y otra vez, pero siempre capaz de sobrevivir a su propia tragedia”, resume el autor.
–El género negro, una de las principales vertientes de Luna caliente, ¿le permitió escribir sobre la dictadura?
–El género negro es en sí una tradición de lectura desde hace por lo menos cinco generaciones. Como sucede ahora con los pibes que tienen veinte años, cada generación siente que descubre esta forma narrativa ejemplar del siglo XX. Y, en efecto, así es. A esa tradición corresponden algunos de mis primeros libros, entre ellos Luna caliente y Qué solos se quedan los muertos. Por supuesto que fue un género apropiado en cierto momento; pero para mí lo estimulante de la creación ficcional no es aquerenciarme en una forma o un género, sino interpelarlas y revisitarlas a todas. A mí lo que me apasiona es que cada libro sea diferente del anterior. Obviamente a cada indagación formal le corresponde una estrategia que rompa esos límites.
Qué solos se quedan los muertos, el tercer título de la Biblioteca Mempo Giardinelli, que se publicará el domingo 26 de junio, es la novela de una doble despedida: del exilio y del género negro. “La escribí cuando regresaba al país y creo que fue el primer texto literario que denunció la teoría de los dos demonios e incitaba a una autocrítica generacional. Quizá por eso fue un fracaso de ventas, aunque es muy tenida en cuenta en ambientes académicos, fuera de la Argentina”, advierte el escritor.
–En Cuestiones interiores, el protagonista comete un asesinato sin saber por qué y es juzgado por un tribunal, mientras su mente “vaga” por recuerdos y pensamientos cuestionables, lo que no deja de tener ecos kafkianos, ¿no? Hay una pregunta que debe haberse hecho entonces: ¿dónde está el mal?
–La criminalidad de Juan es lo que está en duda en la novela. No sé si es un asesino. Ha matado sin poder explicarse por qué. Lo admite y se anticipa a la condena. Ni él ni su abogado, ni quienes lo juzgan saben dónde está el mal en ese caso. Y ése el tema de la obra. Obviamente, Kafka es convocado en el texto, sobrevolado también por Albert Camus, James Cain e incluso Ernesto Sabato. Y por todos/as los que escribieron preguntándose por las razones y las manifestaciones del mal.
–¿Cree que en esta novela está presente, quizá con más fuerza que en otros textos, la cuestión moral?
–Más allá de los permanentes y fascinantes desafíos de la forma y el estilo, la razón de ser más profunda de la literatura es filosófica. Por eso la mejor literatura es siempre, lo quiera o no, una indagación acerca de la ética y la moral. Para mí, en mi trabajo autoral, eso es inevitable. Sucede y eso es todo...
El título Vidas ejemplares y otros cuentos, que concluye la entrega de la Biblioteca el domingo 24 de julio, es una especie de paráfrasis de Plutarco. Los relatos incluidos, sintetiza Giardinelli, son “múltiples abordajes entre irónicos y paradojales acerca de trayectorias cuya supuesta ejemplaridad está dada más bien por la mediocridad que por el brillo”.
–El cuento, como una cadena de epifanías y revelaciones según James Joyce, ¿es más apto que la novela para dar cuenta de esta ejemplaridad irónica?
–No, yo no diría que el cuento es más apto o menos apto, sino que cada género es funcional a la materia que trata. Un poema de Juan Gelman puede ser tan ejemplar como El camino del tabaco, la maravillosa novela de Erskine Caldwell, o el cuento “Bienvenido Bob”, de Juan Carlos Onetti; o “No oyes ladrar los perros”, de Rulfo.
El destino manifiesto de estos textos del escritor chaqueño, como se podrá comprobar, es clavarse en el corazón de viejos y nuevos lectores. Bartolo es candidato puesto a ocupar el podio. “No me equivoqué –dice casi arañando el epílogo–: la revolución siempre renace.”
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