Sábado, 28 de mayo de 2011 | Hoy
VIDEO › MILLENIUM 3 O LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE
Con la tercera parte de la saga basada en la trilogía policial del sueco Stieg Larsson queda claro en qué consistió el proyecto del autor: en ligar familia, empresa y gobierno suecos con el crimen, el abuso y la corrupción.
Por Horacio Bernades
Aunque las dos primeras partes se estrenaron en cines locales, no sucede lo mismo con la conclusión de la saga Millenium, basada en la trilogía policial homónima escrita por el sueco Stieg Larsson, que pocos años atrás resultó uno de los mayores best sellers globales en lo que va del siglo XXI. Estrenada en Europa a fines de 2009, en la Argentina el sello AVH acaba de lanzar en DVD Millenium 3. Para los amigos, La reina en el palacio de las corrientes de aire, dueña de una duración que –como en el caso de las precedentes Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con fósforos y un bidón de gasolina– vuelve a estar de acuerdo con el tamaño de los títulos y de los libros en los que se basan. Dos horas y media en que la heroína, Lisbeth Salander, pasa entre un sanatorio, la cárcel, la Corte y, finalmente, algo parecido a la libertad, si de algo así puede hablarse en el caso de una chica cuyas complicaciones incluyen incesto, abuso infantil, alguna que otra violación y persistentes fantasías criminales en relación con su padre, monstruo principal de su galería personal.
Con el padre internado en una clínica y Lisbeth, unas habitaciones más allá, se inicia La reina... Sobre el final de La chica que soñaba con fósforos..., Lisbeth hacía realidad su sueño y le lanzaba el contenido de un bidón de gasolina primero, y un fósforo encendido después, al espía ruso Alexander Zalachenko. Que no es otro que su papá, claro. “Soy un sobreviviente”, murmura el tipo en su cama del sanatorio, el rostro todo quemado, mientras su querida hija se repone de tres balazos (uno en el cráneo, uno en la cadera, otro en un brazo), unas habitaciones más allá. Mientras tanto, el periodista Mikael Blomkvist, coprotagonista de la saga, prepara un número especial de la revista de investigación Millenium, dedicado a cierta organización paraestatal integrada, en los años ’70, por funcionarios del gobierno conservador. Casi octogenarios en la actualidad, esos viejitos habrían tenido estrecha relación con Zalachenko. Por lo cual no están muy entusiasmados con la idea de que el desalmado ex espía de la KGB abra la boca, como amenaza hacer.
Esos derechosos de tercera edad no son los únicos que andan inquietos con que el tema salga a la luz. El propio gobierno sueco parece estarlo, sugiriendo a Blomkvist que deje para más adelante la edición de ese número especial. Y ahora la policía viene en busca de Lisbeth, que tiene que rendir cuenta de tres crímenes ante la Justicia. Pero eso no es todo, porque el killer alemán que en la segunda parte se presentaba como brazo derecho de Zalachenko parece decidido a cobrarse venganza de Lisbeth, mientras deja un tendal de cadáveres por el camino. Y que resulta ser... medio hermano de la chica. Con toda esta parentela criminal, no por nada alguien comenta por ahí, en uno de los pocos asomos humorísticos de toda la saga, que todo esto parece una tragedia griega.
De la mera reseña argumental se desprenden un par de conclusiones. La primera es que la trama de La reina... es tan abigarrada como las de sus predecesoras, con subtramas para todos los gustos (a las enumeradas podrían sumárseles la love story entre Blomkvist y la dueña de la revista, la relación de amistad entre Lisbeth y el médico que la atiende, y la reaparición del perverso psiquiatra que abusó de ella cuando era una nena). La segunda conclusión es que, en su tercera parte, la saga Millenium se pone política, cerrando un círculo que se abrió con las conexiones entre una insospechable familia sueca, dueños de una gigantesca corporación económica, y el nazismo (en Los hombres...), y se continuó con la revelación de los ominosos secretos familiares de la pobre Lisbeth (en La chica que soñaba...). En otras palabras, y heredando a la distancia la tradición del policial negro, queda claro ahora en qué consistió el proyecto de Larsson a lo largo de la serie: en ligar familia, empresa y gobierno suecos con el crimen, el abuso y la corrupción. No era una visión idílica la que el hombre tenía de uno de los países considerados modelos de socialdemocracia.
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