Martes, 15 de noviembre de 2011 | Hoy
LITERATURA › DESDE HOY Y HASTA EL VIERNES, SEMANA TSVIETáIEVA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
La rusa Marina Tsvietáieva sabía que iba a soportar un destino terrible y sólo encontraba alegría en la escritura. Deportada, se ahorcó en 1941, pero tenía la certeza de que a sus poemas iba a llegarles su hora. El homenaje se hace a setenta años de su muerte.
Por Silvina Friera
“¡Yo hasta el último suspiro de la muerte permaneceré poeta!” Antes del final en aquel sórdido pueblo tártaro, cuando había emigrado a Berlín, a comienzos de los años ’20, Marina Tsvietáieva (1892-1941) arrojó este verso “al cielo generoso tal cometa” con la certeza de quien sabe que tendrá que soportar un destino terrible. El prólogo de esta tragedia se escribió durante la hambruna posterior a la Revolución de Octubre (1919–1920), cuando su pequeña hija murió de inanición. Precariedad, intemperie, condiciones misérrimas, exilios en Praga y en París, además de Berlín: odiar el tiempo que le había tocado vivir no era una rebeldía juvenil pasajera. Ella, como su admirado Rilke, no encajaba en una época que despreciaba la espiritualidad y la interioridad. “Mi única alegría son – los versos. Yo escribo como otros beben –y no vino, agua. Sólo entonces soy feliz, me siento segura”, anotó en su diario, con el uso del guión como singular puntuación y entonación del eco de sus emociones y sus sentimientos. Regresó a la entonces Unión Soviética en 1939, mal momento para volver. Acusado de espionaje, su marido Serguei Efron fue ejecutado y su hija Ariadna, recluida en un campo de concentración. Al margen de los circuitos oficiales y de grupos literarios que la ayudaban a sobrellevar la extrema pobreza, apuntó en su última carta, dirigida a su hijo Mur: “Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy gravemente enferma”. Atrapada en “un callejón sin salida”, sin un sitio donde vivir ni un trabajo, el mundo real aniquiló al gran tesoro de la literatura rusa. Tsvietáieva se ahorcó en Yelabuga, el 31 de agosto de 1941, donde había sido deportada junto a otros intelectuales.
A 70 años de su muerte, el cometa Tsvietáieva, con sus órbitas de gran excentricidad, regresa. A partir de hoy y hasta el viernes se realizará la Semana Tsvietáieva en la Biblioteca Nacional, homenaje ideado por Sofía González Bonorino. Entre los invitados se destaca la presencia de la filóloga y traductora Selma Ancira, mexicana residente en Barcelona, responsable de que la escritora rusa cuente con un gran número de traducciones al castellano (ver aparte); y escritores y estudiosos como Irina Bogdaschevski, Laura Estrin, Milita Molina, Liliana Lukin, Sandro Barrella, Fulvio Franchi, Claudia Schvartz y Alejandro Tantanian, entre otros. Bogdaschevski, lingüista especializada en idiomas eslavos, tiene 84 años. Leyó por primera vez los versos de Tsvietáieva en 1939. “Unos primos de mi madre que vivían en París conocían a Marina y enviaban a mi mamá y a mi abuela algunos poemas de ella. De las tres poetas mayores de la llamada ‘edad de plata’ de la poesía rusa (Anna Ajmatova, Marina Tsvietáieva y Zinaida Gippius), nuestra preferida era Marina, por su espíritu libre, su originalidad, su vulnerabilidad”, dice la traductora a Página/12.
Claudia Schvartz –traductora, poeta, narradora– cuenta que empezó a leer a la poeta rusa a través de las traducciones al francés de Eve Malleret. “El primer libro que leí eran las cartas con Pasternak y Rilke, edición bellísima que me obsequió una rusa de toda la vida en París, una mujer de teatro, Vera Greg. Yo volvía de un viaje al Este, pasando por Budapest, Cracovia, Varsovia. La gran sorpresa del Este, ese clima de cosa perentoria y sólida que tenían las relaciones entonces... Mis recuerdos son de poco antes de la caída del Muro. Había leído Bulgakov, que me pareció genial, pero lo urgente de Marina, su mundo descarnado, tiene otra medida. Leer a Marina es una prueba para una poeta, para una mujer. Una se enfrenta con su poquedad cuando te dice: ‘El estado amoroso y la maternidad casi excluyen el uno al otro. La verdadera maternidad es viril’.”
El poeta Sandro Barrella esboza el camino que transitó, a casi veinte años, hacia la obra de una de las poetas fundamentales del siglo XX: “El nombre Tsvietáieva lo había leído en un librito de Ilia Ehrenburg, Un escritor en la revolución. Allí le dedica unas pocas páginas, en las que traza un retrato de Marina, una poeta que yo no conocía. Cuando llegó a la librería en la que aún trabajo Tres poemas mayores, recordé el nombre de esa poeta rusa. No sé si hubo lo que se dice un impacto, sí la sensación de estar leyendo una poesía que no se parecía a nada de lo que había leído hasta entonces. La puntuación, con los guiones típicos en Marina, como una marca de lectura o notación, me llamaron mucho la atención. Lo que sí me produjo un verdadero impacto fue la lectura, un par de años después, de El poeta y el tiempo y de Indicios terrestres, libros sobre los que he vuelto una y otra vez. Imposible sustraerse a la maravilla de ‘La verdad de los poetas’, un texto brevísimo que desarma cualquier intento de hacer de la escritura de poemas un ejercicio de taller, y del poeta, un burócrata de la república de las letras”.
Algo muy fuerte surge del abismo de la época –la Revolución de Octubre, dos guerras mundiales y el stalinismo– que vivió Tsvietáieva. “En una realidad racista, que concibe el exterminio de los pueblos diferentes, ella dice: ‘En este mundo cristianísimo, los poetas son judíos’. Por un lado, su mirada sobre el mundo es lo extraordinario. Pero no hablar del ritmo, la densidad de su manera, de dónde nacen sus fuentes, son algunas preguntas que me hago leyéndola. No había nimiedad en su existencia, plena en la escritura”, subraya Schvartz y menciona “El mal del país”: “Un poema durísimo, donde aparece el lector de diarios, el hombre del siglo XX”, y Tsvietáieva, alma despojada, “sabe bien lo que es la masa”. Varlam Shalamov, escritor ruso que sobrevivió a las inclemencias de los trabajos forzados en Kolyma, lugar conocido como “la tierra de la muerte blanca”, hablaba de la “t” de liternik, “la letra del condenado político, el peor tratado en Siberia”. “Shalamov cuenta que en la biblioteca de Kolyma la leían –evoca Schvartz–. Y ese poema, ‘El mal del país’, enunciación amarguísima y doliente, termina con dos versos de amor a la belleza, a la naturaleza, a Rusia: toda la fuerza lírica se concentra en el recuerdo de un árbol, al costado del camino.”
Tsvietáieva era un alma que necesitaba el aire del poema como su oxígeno natural. “Como a vinos excelsos / a mis versos también les llegará su hora”, escribió la joven poeta allá por 1913. El augurio se cumplió.
* Las jornadas se realizarán en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502) con entrada libre y gratuita de 18 a 21. Se puede consultar la programación en www.bn.gov.ar
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