LITERATURA › MAñANA SE ANUNCIA EL PREMIO NOBEL Y RUEDAN LAS APUESTAS
En círculos literarios próximos a Estocolmo aseguran que el premio quedará en manos de una escritora o de un autor estadounidense. Desde que lo ganó Toni Morrison allá por 1993, las letras norteamericanas han desaparecido del mapa de beneficiados.
› Por Silvina Friera
El cotilleo se alimenta de lo que está por venir, de la novedad que se repite, de los restos de una “guerra” invisible. Octubre es el mes de los premios Nobel. El de Literatura, que se anunciará mañana en Estocolmo, aceita la maquinaria de la especulación, naturalizada por el uso y la costumbre de la Academia Sueca, especie de cofradía clandestina que cree que es mejor no aventurar los finalistas, cuyos pelos y señales custodia con un recelo sin igual. En esta edición, los jueces duplicaron las precauciones para mantener en secreto los ganadores; utilizan nombres en clave para los autores y falsas cubiertas en los libros que leen en público. Lo único que se sabe es que un total de 210 escritores, de los que 46 nunca han sido antes candidatos, aspiran a suceder al poeta sueco Thomas Tranströmer, el ganador del año pasado. En la víspera del desenlace cunden las apuestas. Un listado de favoritos –que incluye esa curiosa categoría denominada “eternos candidatos”, con el norteamericano Philip Roth a la cabeza– se despliega como promesa de una expectativa casi siempre malograda por obra y gracia de los académicos suecos, que reavivan la perplejidad cuando encumbran nombres pocos conocidos o con obras que ponen en tela de juicio el manoseado caballito de batalla de la calidad. Hay quienes depositan unos cuantos votos de confianza en el japonés Haruki Murakami. Otros apuntan al holandés Cees Nooteboom o al albanés Ismael Kadaré. En el repertorio expansivo de esta timba imprevisible, poco importa si las piezas desentonan o no encajan.
El Nobel de Literatura es el máximo trofeo de proyección universal. Cotillear es el deporte de moda en estos días, un bucle que reproduce el guión de una comedia pródiga en lugares comunes. En círculos literarios próximos a Estocolmo, aseguran que el premio quedará en manos de una escritora o de un autor estadounidense. Muchas voces se obstinan en proclamar un argumento que es parte del menú de la vigilia de ediciones recientes: es hora de volver a premiar a un escritor norteamericano. Desde que lo ganó Toni Morrison allá por 1993, las letras norteamericanas han desaparecido del mapa de beneficiados. “La cuenta regresiva para que Roth vuelva a quedarse con las ganas ha comenzado”, ironizó en los últimos días el diario estadounidense online The Huffington Post. Desde hace casi veinte años, ni el eterno candidato y actual Príncipe de Asturias de las Letras ni ninguno de sus colegas norteamericanos ha conseguido alzarse con el Nobel. Se puede apreciar, ironía mediante, un malestar indisimulado luego de casi dos décadas de narcisismo herido de gravedad. Si en Estocolmo deciden cambiar de canal y cumplir con ese imperativo que circula en el aire, otros nombres ilustres estadounidenses tendrían chances, como Comarc McCarthy, el autor de La carretera; Thomas Pynchon, Don DeLillo y Joyce Carol Oates, eterna candidata en el “cupo femenino”, y el cantante Bob Dylan. Habría que añadir un par de pesos pesado de las letras inglesas entre los aspirantes: Salman Rushdie, Ian McEwan, Julian Barnes y Kazuo Ishiguro.
Si la Academia continúa con su política categórica de sorprender con escritores poco relevantes, si lleva hasta las últimas consecuencias este afán de sacar autores de la galera del anonimato, el chino Mo Yan –un neófito en los listados–, el somalí Nuruddin Farah y el poeta sirio Adonis podrían ascender en el escalafón de favoritos. Distinta es la situación de la canadiense Alice Munro, grandísima narradora que, en caso de ganar, neutralizaría cierto escepticismo en torno del “Oscar sueco”, al menos entre sus devotos lectores. Un detalle procura irradiar un halo de diagnóstico más refinado en el fértil terreno de las especulaciones. Desde la primera edición, en 1901, nunca lo obtuvo un autor chino, aunque en 2000 Gao Xingjian, de nacionalidad francesa, se convirtió en el primer autor en lengua china distinguido con el Nobel. “Hay que tener en cuenta que Murakami ya es un viejo conocido en las casas de apuestas”, señaló recientemente en tono sibilino el secretario de la Academia, Peter Englund, intentando menoscabar el negocio de la casa Ladbrokes. El año pasado encabezaron las quinielas el autor de Tokio Blues y Dylan, hasta que horas antes del anuncio las apuestas se inclinaron a un ritmo frenético por el sueco Tranströmer, quien finalmente se quedó con el codiciado Nobel. La lengua española, en cambio, estaría de capa caída por un par de ediciones desde que el peruano Mario Vargas Llosa se quedó con el premio, en 2010.
Como si procurara disolver los ruidos que ellos mismos exacerban, el conspicuo Englund, siguiendo al pie de la letra las declaraciones de sus antecesores en el cargo, rechazó que en la elección del jurado influya la cuota geográfica. “Para nosotros, lo único que cuenta es la calidad literaria”, reza el credo pontificado por los secretarios de la Academia. Pero entre el sermón y los hechos media un puñado de ganadores que no ha pasado la dudosa prueba de la calidad. En los alborotados corrillos de Estocolmo se calcula que, tras una década de ganadores mayoritariamente europeos, ahora es el turno de norteamericanos, asiáticos o africanos. El cotilleo cesará mañana al mediodía en Estocolmo, en el preciso instante en que un nombre se convierta en el sonido imperante de una música que llega desde una habitación lejana.
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