LITERATURA › SERGIO BIZZIO HABLA DE SU NOVELA BORGESTEIN
El psiquiatra y narrador de la historia abandona la ciudad y se refugia en una pequeña casa en la ladera de una montaña, después de que un paciente intenta matarlo. Pero también escapa de otro peligro: la extraña rutina de su matrimonio con una actriz exitosa.
› Por Silvina Friera
El ojo de Sergio Bizzio escarba con paciencia el paisaje humano. Quizá nadie mire tan profundamente los detalles como él. El simple hecho de contemplar una cascada, unas florcitas diminutas o a hombres y mujeres moviéndose en el espacio, incuba en este artista todo terreno –narrador, poeta, guionista, cineasta, dramaturgo, músico– una sensación cercana a la euforia. El psiquiatra y narrador de Borgestein (Mondadori), una novela de atmósferas y estados mentales próxima a cierta literatura japonesa, abandona la ciudad y se refugia en una pequeña casa de madera y piedra en la ladera de una montaña, después de que un paciente –un poeta serio, sin humor y sin talento– intenta matarlo. Pero también escapa de otro peligro: una extraña rutina matrimonial. Desde que se casó, un año atrás, con una actriz de carrera ascendente, no hace más que verla dormida. Nunca están los dos despiertos. “A la mañana estaba siempre boca arriba, con un pie fuera de la manta, el izquierdo. Debía ser un pie aventurero, porque el derecho no asomaba jamás. Eran las partes de ella que yo conocía mejor, la cara y un pie. Tenía el dedo meñique curvado hacia adentro y las uñas casi transparentes, de un rosa pálido parecido al de sus labios”, recuerda el narrador antes de agarrar el hacha y salir a buscar leña.
“El que inventó esto es un genio”, dice Bizzio y apoya sobre la mesa una pequeña maravilla: la armadora de cigarrillos que le regaló el joven actor Alan Daicz, uno de los protagonistas de Bomba, la última película que filmó, hace tres meses. Es una vertiginosa road movie de un chico que en un embotellamiento en la avenida 9 de Julio se sube al primer taxi libre que encuentra y termina dentro de un coche bomba. Jorge Marrale interpreta al chofer, y hay participaciones de Romina Gaetani, Pablo Cedrón, Andrea Garrote y el escritor César Aira. “El chico que se sube al taxi es un dibujante de la provincia de Santa Fe que ganó un concurso, le editaron un libro y lo invitan a presentarlo en la Feria del Libro –anticipa el escritor y cineasta en la entrevista con Página/12–. Como tiene un inconveniente y llega muy sobre el pucho, se toma ese taxi. Por supuesto que no llega nunca a la Feria del Libro; pero la presentación se hace igual y el que presenta el libro es Aira. Filmamos hace tres meses en la calle, en hora pico; y como el taxi se traslada, terminamos en Parque Chas. El 85 por ciento de la película transcurre en el interior del taxi; hay escenitas en locaciones fijas, como la de Aira en la Feria, y en la casa de la familia del chico, algunos flashbacks donde se cuentan cosas.”
Bomba se filmó en muy poco tiempo –diecisiete jornadas– y con menos de un millón de pesos. Está contento, Bizzio. La cadencia de esa alegría es como una ola que lanza vestigios de sal en la arena del presente. “La música la hizo mi hijo Blas, que tiene 14 años. Ya está terminada la edición de imagen y ahora empieza la edición de sonido, que lleva un tiempito. Calculo que la estrenaremos en abril del año que viene. La pidieron del Festival de Sundance. Aunque suelen pedir muchas películas, es una buena señal.” Alza los hombros para inscribir la duda como punto de partida. “No sé cómo se me ocurren las cosas, la verdad no sé si hay un mecanismo ni de qué manera funciona. De golpe tenía esta idea en la cabeza y me puse a escribirla. En algún punto se liga con mi literatura porque tiene la cosa del encierro. En Rabia hay un tipo encerrado en una casa sin que nadie sepa su presencia ahí. En una obra de teatro, Gravedad –que después Fernando Spiner hizo película, se llama Adiós querida luna–, hay tres astronautas argentinos encerrados en una nave espacial abandonada. En la novela Realidad hay unos chicos encerrados en un estudio de televisión con unos terroristas... Y en Bomba hay dos tipos encerrados en un auto –repasa las coincidencias–. La película es como una obra de teatro móvil: dos tipos en un auto, circulando en la ciudad.”
–En Borgestein se nota el influjo de cierta literatura japonesa, especialmente Kawabata y Tanizaki, ¿no?
–Sí, es cierto. Me dediqué seis meses a leer autores japoneses que me gustan mucho: Kawabata, Tanizaki, Mishima. Me parece que algo de eso quedó en la novela. Hay algo diáfano, debería decir cristalino, ya que es un hombre que lucha contra una cascada. En ese plano hay algo que viene de la lectura de estos autores. Puedo tener una intención, pero después la olvido, mis intereses siempre van variando a medida que avanzo. El interés primero fue escribir una novela de observación, de detalles, de pequeñas minucias; que todo se sostuviera en cositas muy pequeñas que el psiquiatra veía o le sucedían. Supongo que esto también tiene relación con el budismo, que sostiene que no hay sujeto, que lo que hay es una serie de estados mentales. Pero nunca sé muy bien nada sobre lo que hago.
–Si supiera, ¿no escribiría?
–No sé si en ese sentido... No tengo programa, no sé muy bien a dónde voy. Puedo tener una panorámica, una cosa muy general, pero después tomo cualquier dirección. Tengo que sentir interés en la primera imagen, en la primera frase, para poder seguir. Otros escritores parecen tener tan claro lo que hicieron, saben tanto... que me da un poco de risa, porque no creo mucho en eso. Hay escritores que son capaces de iluminar teóricamente hasta el último milímetro cúbico de sombra en un rincón de su obra. Yo soy más hippie, me dejo llevar; total es nada más que una novela: puedo volver atrás, tirarla o empezar otra. Escribo de una manera más aleatoria. Me aburriría mucho saber que tengo que llegar a determinado lugar. Eso es lo que hago cuando escribo un guión de cine, ahí sí tengo que saber todo, paso por paso. Pero no recuerdo haber sostenido deliberadamente una idea originaria cuando escribo ficción. Me gusta mirar para los costados.
–Sería una estrategia del desvío, ¿no?
–Y sí... Más que un espejo que se pasea al costado del camino, como decía Stendhal, sería como un imán que se pasea entre limaduras de hierro de toda naturaleza. A mí me gusta que las historias, y la escritura misma, se vayan convirtiendo todo el tiempo en otra cosa, como volutas más que como rieles. Es una modalidad; cada cual tiene la suya.
El psiquiatra de Borgestein mantiene la ficción de un matrimonio imposible entre durmientes. Casado con una exitosa actriz, cuando él se levanta temprano para atender a sus pacientes, ella está durmiendo. Cuando ella regresa, a las dos de la madrugada, después de la función teatral, duerme él. “El sostiene esta situación hasta que el ataque de Borgestein, que lo apuñala, hace que decida irse. Casi se podría decir que para cortar con su matrimonio necesitó que lo apuñalen –ironiza Bizzio–. Necesitó que su vida estuviera en peligro para salir de esa especie de irrealidad matrimonial en la que estaba.”
–En este sentido, ¿se podría pensar que el psiquiatra pasa de comunicarse con pequeñas notas a la escritura de la novela cuando se va a la casita en la montaña?
–Sí. La particularidad es que ellos se comunican por notas, discuten por notas, intercambian opiniones por notas. No existe diálogo, hay la notación de un presente cotidiano entre dos durmientes. Cuando él se va a la casita en la montaña que compró como una inversión, pasa de las notas a la novela. Pasa de lo discontinuo a lo fluido y constante. Pasa de una forma breve, que es la nota, a una forma larga y continua que es la novela y la cascada. Hay otros pasajes también, ahora que lo pienso. El sonido de la cascada es un rumor; él pasa de un rumor a otro: del rumor de sus pacientes a los rumores relacionados con su mujer. Y de ahí al rumor de la cascada, que lo enloquece.
–El único proyecto que tiene el psiquiatra, una vez instalado en esa casita, es beber, fumar y leer. Hay algo en su obra y en su escritura que parece oponerse a la idea de grandes proyectos, ¿no?
–En mi vida personal tengo proyectos muy pequeños, casi diminutos, que me hacen muy feliz. Los proyectos grandes me ponen ansioso. Más que cambiar de vida, el psiquiatra lo que hace es cambiar de lugar, aunque forzosamente su vida cambia también. Va a un lugar paradisíaco para estar solo y se encuentra con esa cascada enmarcada en una ventana de doble hoja. Y se da cuenta rápidamente de que la casa fue construida para que la cascada quedara en el centro de la ventana, y eso le parece hermosísimo. Pero el sonido de la cascada no tiene corte; es como si tuvieras una radio en la oreja las veinticuatro horas del día. Entonces decide intervenir sobre la cascada para silenciarla. Y creo que esto se liga con las formas breves y largas, las notas y la novela. Lo que hace es construir una forma, intervenir sobre la forma de la cascada también, no solamente sobre su sonido. En un momento, uno de los personajes que llega a la casa y que se convierte en una visita regular, Rolando, descubre un manuscrito, que es esta novela. Ahí descubrimos que él está escribiendo una novela, que pasó de la notación a la novela en esa lucha contra la cascada. A mí me atraía mucho la imagen de un tipo luchando contra el sonido de una cascada, acarreando piedras primero a mano y después en una carretilla, estudiando el suelo para ver si encuentra un senderito por el cual hacer circular la rueda de la carretilla cargada de piedras. Y va tapando la hoya de la cascada, tirando piedras durante días, semanas y meses...
El semblante de Bizzio se contrae, como si un residuo de aflicción le extirpara la serenidad. “La última vez que se internó Fogwill, escribí un poema humorístico sobre un poeta que resbala en un lugar muy elegante. El poema empieza: ‘Nada justifica que yo corte esta línea en dos pero/ se me vino encima un sillón’. Y refiriéndose a los demás se pregunta: ‘¿Pensarán que soy surrealista?’. El poema, que es mucho más largo que lo que aparece en la novela (ver aparte), se lo mandé completo a Fogwill a su mail, pensando que cuando él se recuperara un poquito lo iba a leer y se iba a reír. Fogwill siempre fue el primer lector de todo lo que escribí desde que empecé, ya fuera un poema, una obra de teatro, una novela. No llegó a leerlo, murió al otro día... –recuerda–. Ahí es donde retomo el poema con Borgestein como autor y empiezo la novela por otro lado: Borgestein atacando a su psiquiatra, al varón de ese matrimonio que nunca se ven despiertos.”
–El psiquiatra dice que su mujer había adoptado el peor de los tics de los actores profesionales: la representación continua. ¿Cuál sería el peor de los tics de los escritores?
–Mmmm (piensa). Para mí, como decía Borges, “el mero alarde de bobo ingenio”. Un escritor haciendo alarde del ingenio me parece una bobada. Ese es un tic muy común en algunos escritores.
–Borgestein, con sus poemas metafísicos, podría pensarse desde ese lugar del “mero alarde de bobo ingenio”.
–Pero Borgestein es un psicópata con un impulso asesino. No sabemos en la novela por qué quiere matar al psiquiatra. Cuando Borgestein le leyó el poema del sillón que se le vino encima, se ofendió con la risa del psiquiatra, la interpretó mal y a partir de ahí se obsesionó con matarlo. Pero ésa es una suposición del psiquiatra.
–Un personaje que se roba la novela es Gualicho, el loro adicto a la electricidad. ¿Por qué adquiere tanto protagonismo?
–Ahora que lo pienso, el loro tiene una significación ligada al rumor. El psiquiatra queda atrapado primero por un defecto del paisaje; va de defecto en defecto. Tiene un matrimonio defectuoso, queda atrapado por un defecto del paisaje, que es la cascada, y al mismo tiempo por esa circulación del rumor que son las notas, los chismes que mencionan a su mujer. En un momento se me ocurrió una idea disparatada de escribir una novela sobre la relación entre un psiquiatra y un loro, que no sé por qué no seguí adelante. En una parte de la novela el psiquiatra dice que le dedicaría su vida a ese loro. El loro es un protagonista más de la novela.
–El psiquiatra, sin buscarlo, se termina convirtiendo en el excéntrico del pueblo. Es curioso que alguien que escapa de la idea de grandes proyectos no pueden evitar el lugar de la excentricidad, ¿no?
–Sí, es cierto, pasa del anonimato más absoluto, del tipo que es referido públicamente por la prensa como “el marido de...”, que es como el grado cero del anonimato, a ocupar cierto lugar de atención en los poetas del pueblo y de los pueblos vecinos, que se enteran de que está luchando contra una cascada. Es un efecto de la prensa porque hay un personaje, Sara, la mujer del hombre rico del pueblo, que edita una revistita cultural y publica eso. Entonces la gente va a ver “al loco de la cascada”. Es un excéntrico total, casi la figura del psiquiatra loco (risas).
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