Dom 19.05.2013
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LITERATURA › RAUL ZELIK, NARRADOR Y POLITOLOGO ALEMAN

“Me gustaría ser un ex comunista”

El escritor vino a la Argentina a presentar Situaciones berlinesas, una comedia desopilante y feroz sobre la barbarie que padecen los inmigrantes en Alemania. Su posición política es radical: propone por ejemplo la “expropiación de los grandes consorcios mediáticos”.

› Por Silvina Friera

La risa es siempre un buen principio. Cuando la carcajada de los lectores estalla en las primeras líneas de una novela, resulta casi imposible abandonar las páginas, excepto que se produzca una hecatombe narrativa, un brusco cambio de tono, inconsistencias soporíferas y otros gajes del oficio. “Sea la crisis de la mediana o la temprana edad, hoy en día cualquier idiota busca una buena razón para tirarse en el sofá, poner cara de Hermann Hesse absorto y explayarse sobre la sensación de vacío que lo atormenta. En los hechos parecen un montón de gallinas histéricas: mientras algunos creen que estar dándose hasta el fin de los tiempos con alguna pichicata no lleva a ninguna parte, otros sueñan con noches alocadas en algún club, salen a comprar cigarrillos y nunca más vuelven a casa.” Así empieza Situaciones berlinesas de Raul Zelik, narrador y politólogo alemán especializado en América latina, primer libro que publica la flamante Cruce Casa Editora, una comedia desopilante y feroz sobre la barbarie que padecen los inmigrantes en Alemania. Mario, el protagonista principal, comparte un departamento en el barrio turco de Berlín con otros muchachos tan desorientados como él. Unos ruidosos rumanos le invaden la cocina y para zafar del entuerto, esa pequeña comunidad, integrada por Vasily –compenetrado en la crítica del posestructuralismo–, Didi –ocupado en sacar a su perro a cagar toda la vereda o en armar cosas en el taller de hobbies que tiene en el altillo– y Piet –consumido por “la compleja dialéctica entre salir y dormir lo más posible”–, se mete literalmente en un berenjenal: improvisa una especie de agencia de cobro de deudas entre constructoras que emplean a inmigrantes ilegales.

Zelik (Munich, 1968), autor de Venezuela más allá de Chávez. Crónicas del proceso bolivariano (2004) y de las novelas La negra y El amigo armado, participó recientemente en varias actividades de la Feria del Libro. “He leído alguna vez, no recuerdo dónde, que un buen chiste siempre es subversivo. Tiene lógica: detrás de la risa está el alivio de poder deshacernos, por lo menos por un momento, de nuestra impotencia frente al orden dominante. El chiste perturba este orden. Pero además la estrategia del chiste es muy eficaz: rompe las trincheras ideológicas. Ahora bien, no sabría decir si mis chistes son buenos –aclara el escritor a Página/12–. Mis amigos alemanes se quejaron un poco de Situaciones berlinesas... Creo que les pareció un libro demasiado manso. Pero estoy convencido de que el humor puede ser un instrumento insurgente. El mejor político colombiano de los últimos 20 años fue Jaime Garzón, un humorista que lograba disputarle a la derecha la hegemonía del país. Según varios involucrados, fue el general Jorge Enrique Mora quien lo mandó a matar. El mismo militar que ahora representa al gobierno colombiano en las negociaciones de paz en La Habana... Y esto no es un chiste.”

–¿Por qué al leer las primeras páginas de Situaciones berlinesas se tiene la impresión de que es como una película descontrolada de Emir Kusturica?

–Parece que para estar a la altura de la contemporaneidad es necesario ser ex comunista, ex yugoslavo: Emir Kusturica en el cine y Slavoj Zizek en la filosofía. Ambos tienen algo de hiperventilados, ambos son lúcidos como sólo se llega a ser cuando uno pasa, a la vez, por las escuelas del marxismo y de la disidencia anticomunista, y ambos nos entretienen con su espíritu profundamente anarquista. Sí, lo confieso: me gustaría ser un ex comunista, ex yugoslavo hiperventilado (risas).

–¿Por qué no hay tantas novelas que retraten el mundo de los inmigrantes en Alemania?

–Posiblemente porque la inmigración forma parte del mundo del trabajo. Desde la caída del Muro, parece que se diera un desarrollo inverso de la literatura. Hay toda una competencia para ver quién se acerca más al concepto prerrealista de la narrativa: se escribe entretenimiento o innerlichkeit (intimismo). Es muy diferente de lo que sucede en el cine o el arte alemán. La única literatura que se dedica a la realidad social parece ser la novela policial. Tal vez porque garantiza que los problemas sean resueltos por agentes y no por la acción colectiva.

–“¿Quién era realmente consecuente hoy en día? ¡Con todo este posmodernismo dando vueltas!”, se queja el narrador. ¿Es posible ser consecuente o el posmodernismo relativizó casi todo?

–Hasta hace poco también pensaba que casi todo estaba permitido. Hasta la corrección política se empezaba a permeabilizar, acercándose a los misteriosos estados de indeterminación característicos de la física cuántica. En mi juventud me tocó aprender que la pornografía era reprochable y misógina. Ahora son mis amigos más feministas los que me envían invitaciones a festivales de películas porno organizados por ellos. Pero tampoco es cierto que todo sea lo mismo hoy. Hace quince años nos predicaban que la izquierda y la derecha habían desaparecido; ahora, refiriéndose a las izquierdas latinoamericanas, nuevamente nos hablan de las amenazas totalitarias comunistas. Puede ser que nosotros estemos algo confundidos por el posmodernismo. Pero lo cierto es que el capital sigue sabiendo bastante bien qué política le sirve y cuál no. En este sentido, uno sí puede ser consecuente: estar a favor o en contra de esa política.

–¿Cuáles son los principales desafíos políticos que enfrentará el presidente Nicolás Maduro en Venezuela?

–Al contrario de lo que suelen decir en CNN, Venezuela es quizás la única democracia del mundo: el único país donde la gente no sólo elige el personal administrativo, sino también los contenidos políticos. En Europa, en cambio, podemos votar lo que queramos que siempre gana el neoliberalismo. El problema de Venezuela es la tremenda polarización que, por cierto, más que con la política chavista, tiene que ver con las contradicciones sociales. Es lógico que en otros países no haya tanta polarización; si todos los partidos representan los intereses de la misma clase, ¿para qué van a pelear? Wolfgang Streeck, un sociólogo alemán, hace un par de meses publicó un artículo interesante sobre el fin del “capitalismo democrático”. Ya que he empezado con Zizek, voy a terminar con un gesto zizekiano: parece que simplemente ya no es viable la unión entre democracia y capitalismo... Si la democracia se quiebra por el antagonismo de los intereses sociales y económicos, ¿por qué entonces no poner fin al capitalismo? Para no exagerar, podríamos empezar con la expropiación de los grandes consorcios mediáticos. Es cierto que la estatización tampoco: el Estado es burócrata y poco democrático. Pero se podrían entregar los medios a organizaciones populares o a los trabajadores. Sí, esto podría ser un mecanismo eficaz para reducir la polarización en Venezuela: democratizar los medios de comunicación. Como muestra de buena fe y concertación, el Estado venezolano también podría entregar un canal de televisión suyo a la gente. Pero temo que esta idea no le gustaría ni a la oposición venezolana ni a los demócratas de CNN.

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