Mar 21.05.2013
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LITERATURA › MATíAS ALINOVI Y LAS IDEAS QUE LLEVARON A LA REJA, SU NOVELA EN VERSOS ENDECASíLABOS

“No soy más el científico que escribe”

Un suceso de su propia vida, la ocupación de la casa familiar, disparó la escritura de su primer libro. “Estudiar Física fue una decisión equivocada: creía que era una carrera muy difícil que me iba a dar un certificado de inteligencia...”

› Por Silvina Friera

@El relámpago que produce una frase repentina ilumina, en un acto fulgurante y represivo, lo que muchas veces se piensa pero no se dice. “Las ideas se matan en la mente”, dice el narrador de La Reja (Alfaguara), primera extraordinaria novela de Matías Alinovi, luego de escuchar, en boca de una abogada que le recomendó la policía para recuperar su casa quinta tomada por una familia, la frase en cuestión: “Los negros no tienen universo simbólico”. Otro narrador, en su lugar, probablemente se hubiera quedado con la ñata pegada a la anécdota, a los dimes y diretes de lo que implica –en la vida real, como le pasó a Alinovi– que ocupen una propiedad. El escritor, en cambio, afiló la prosodia endecasílaba, alzó vuelo lírico y escribió una novela en verso, viejo anhelo de Juan José Saer. “No quiero ser más el científico que escribe”, se queja el autor. “Estudiar Física fue una decisión equivocada que llevé a cabo porque me parecía peor no terminar que completar los seis años. Creía que era una carrera muy difícil que me iba a dar un certificado de inteligencia, que en ese entonces necesitaba. Naturalmente hubiera estudiado Letras o Filosofía, pero a mis 18 años estúpidos me parecían carreras menores.”

Alinovi cuenta que en el principio de la escritura de La Reja hubo un disparo verbal que dio en el blanco: “Los negros no tienen universo simbólico”. “Esta frase me la dijo la abogada en una situación que es exactamente como ocurrió y que está en la novela”, repasa el escritor en la entrevista con Página/12. “Yo estaba en la casa de la abogada y ella me contó que le entraron unos gitanos y que estuvieron nueve meses. ‘¿Las arañas no se las llevaron cuando se fueron?’, le pregunté. Ella se rió y empezó a pensar la respuesta. Y me dijo esa frase. Yo sentí que era verdad y que debía reprimir esa verdad desagradable que me interpelaba y me permitía entender mi problema. Yo tenía un universo simbólico y cuando me ocuparon la propiedad me ocuparon el universo simbólico que representaba La Reja, porque no me importaba la propiedad ni la guita. Y hasta me parecía relativamente justo que una mujer con seis hijos ocupara una propiedad que nosotros no usábamos. En principio, podía examinarlo como posibilidad.”

–La novela pone en cuestión el concepto de barbarie. La fiesta del final está relatada de modo tal que los supuestos civilizados se comportan como bárbaros, ¿no?

–Estoy completamente de acuerdo. Cuando decimos “la negrada”, la condición de bárbaro parece asociada a un color de piel. Eso es falaz, porque la verdadera barbarie es un modo de desestimar universos simbólicos. Rolo, las primas, son bárbaros aunque son blancos, en el sentido de que desestiman el universo simbólico de La Reja. Lo vejan, lo ocupan. Como contrapartida de Rolo, hay un negro que es civilizado, un negro que es el depositario de la civilización, porque el verdadero protector de los universos simbólicos es Mingo, el tipo que ayuda a recuperar La Reja. Mingo es el baqueano de las quintas de los otros, es la sabiduría de la civilización, no necesariamente asociada a la ciudad. Esa sabiduría preserva y ayuda. Y me reconoce como uno de los suyos.

–El narrador menciona la palabra “yapaí” de Una excursión a los indios ranqueles. Y luego agrega: “Muerte a Mansilla, que en vez de matar indios, se florea, y cree en su condición superlativa”. Este momento tiene un tono sarmientino...

–Es verdad, es como si lo dijera Sarmiento. ¿Pero en qué situación lo digo? La quiero recuperar, desde esa desesperación lo digo. Yo entiendo, Mansilla, que tus buenas intenciones son las buenas intenciones. Entiendo que esa excursión funda la posibilidad de la nación. Pero tengo ocupado el territorio, mi vida está en entredicho; es para acentuar la idea de que cuando tengo ocupada la propiedad y está ocupado mi universo simbólico está en juego mi posibilidad de ser. Es como si Mansilla me dijera: “Vos ni siquiera podés ser y en ese no poder ser vamos a visitar los indios...”. No. Primero lo primero. Lo que le estoy diciendo a Mansilla es “vos porque podés”, “vos porque tenés”, “vos porque estás seguro y asentado en tu condición superlativa”. “Que ocupen tus campos, Mansilla, que ocupen tus estancias, que no te dejen ir más a París con tu hermana.” En la palabra excursión –de excursus, de salir desde, de ir hacia el otro– hay una idea de diferencia. Mansilla se siente verdaderamente diferente y desde la seguridad más cabal de esa diferencia puede ir a visitar a Mariano Rosas y a emborracharse con ellos. Pero es desde la diferencia. A veces la constatación de la igualdad está en sentir una amenaza concreta por parte del otro. Mansilla va como si no pudiera pasarle nada. ¿Qué hacía Mansilla ahí? Había que matarlo. Hay una cosa que me molesta en ese libro y es eso de “ser amigo de los indios”.

–¿Le parece una impostura?

–No, me parece una debilidad que acabó con los indios. ¿Por qué no fueron más guerreros, más hostiles? En esa escena, Mansilla entiende que hay hostilidad por parte del hermano de Mariano Rosas, que es un subalterno. Pero la ambición de matar a Mansilla no se va a llevar a cabo porque Mariano Rosas es la cabeza de ese estado político que decide que Mansilla es un amigo o es interesante hacer negocios. Entonces ocurre esa ronda en la que aparece el yapaí. Hay que tomar el aguardiente que Mansilla llevó. Mansilla entiende que el hermano de Mariano Rosas se obstina con él y le dice todo el tiempo “yapaí” para que se emborrache y una vez borracho lo mate. Y lo que ocurre es que el otro cae borracho primero y Mansilla se va a dormir. Mansilla escribió un libro que se llama Una excursión... Yo escribo La Reja. No escribo una excursión a La Reja. La Reja es un pedazo del conurbano en el que pasé la infancia. Por eso estoy ahí insultando a Mansilla. No quiero ir a negociar con los indios, quiero que me la devuelvan. No me siento distinto ni siento que ese pedazo de pampa sea de ellos, sino mío. ¿Es mío porque los teóricos del contrato social me lo dijeron? No. Es mío porque viví ahí, sufrí y gocé ahí, porque tuve mi primera novia ahí, porque tuve cinco años ahí. Sólo porque ocuparon los recuerdos, tengo derecho a reclamar la propiedad. Tengo derecho a que esa propiedad sea mía porque el universo simbólico que se proyecta desde ella es mío y no de ellos. ¿Qué pasa cuando un noble vive en un castillo con toda la servidumbre durante treinta años? El castillo es tan del noble como de la servidumbre, porque todos tienen un universo simbólico que está proyectado desde esa propiedad.

–En cuanto a la forma narrativa de La Reja, ¿cómo se animó al endecasílabo?

–Lo que me daba miedo al principio de esta prosodia endecasílaba es que muchos lectores iban a leer tres páginas y después la iban a tirar. Sin embargo, los endecasílabos están en un ritmo natural de nuestra habla.

–Pero el más natural para el habla es el octosílabo. Un ejemplo es el Martín Fierro.

–Sí, es cierto: “Aquí me pongo a cantar...” El endecasílabo es natural de una lengua escrita o leída. Si me pongo a recitar sin pensar, muy probablemente sale un endecasílabo. Los sonetos que remedan un metro clásico, los de Garcilaso, están como en el ritmo natural no del habla, es verdad, sino del “habla de la escritura”. Yo reprimía esos endecasílabos: esto es imposible, ¿cómo voy a someter a un lector a leer un endecasílabo tras otro durante cien páginas? Pero si los reprimía no se me ocurría nada, escribía cosas que no me convencían. Ahora que lo pienso, es como un alegato, un ritmo natural que venía con el relato mismo.

–¿El propósito inicial fue escribir una novela en verso?

–No, no estuvo en el principio la intención de sentarme a escribir una novela en verso. Hay una forma estúpida de hacer literatura, que es la siguiente: consecución y puesta en obra de intenciones previas muy específicas. ¡Esto es muy ingenuo! Voy a sentarme a escribir la novela en verso que Saer no escribió. ¿Cómo vas a hacer eso? Las cosas ocurren de otra manera. Simplemente hay que estar un poco atento a tus capacidades, a lo que está pasando, y desde ahí hacer algo. Lo que no quita que después haya interpretaciones. Borges dice algo que es muy astuto. Muchas veces los escritores justifican lo que han escrito restituyendo intenciones que no estaban en el comienzo. Estas justificaciones a posteriori que hace el escritor tienen la ventaja inapelable de ajustarse perfectamente a unas intenciones que no estaban al comienzo. Tienen la posibilidad de esa perfección porque son completamente ficticias.

El narrador que no quiere ser más el científico que escribe –autor de Historia de la energía (2007), Historia de las epidemias (2009) e Historia universal de la infamia científica (2009)– está con las manos en la masa de su próxima novela, París y el odio. “Viví ocho años en París –del ’98 al 2006– y fui muy infeliz. Ahora me las van a pagar. Como decía Nerón o Calígula: ‘Lanzaré los dardos de mi vigilia’.”

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