Lunes, 10 de febrero de 2014 | Hoy
LITERATURA › LITERATURA ROQUE LARRAQUY HABLA SOBRE INFORME SOBRE ECTOPLASMA ANIMAL
El autor construye, en su segunda novela, un raro y fascinante artefacto. La historia gira alrededor de una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas.
Por Silvina Friera
La foto de un simio espectral que flota en un quirófano abandonado consagra el comienzo de la ectografía en el país allá por 1911, una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas. Su fundador, el fotógrafo de vistas y sociales Severo Solpe, podría ser una suerte de “pionero” más envejecido, fracasado y aislado que el Erdosain de Roberto Arlt. La imagen inicial que presenta al animal con los ojos en blanco y los brazos laxos, en imitación de un éxtasis religioso, es apócrifa. En el principio hay un engaño, un fraude a pedido de un senador de la Nación que quiere impresionar a unas señoritas. “En la vida hay experiencias perfectamente íntimas como el sueño o el miedo. Son íntimas porque nadie las ve a través de nosotros. El sentirse individuo nace de la tenaz opacidad del cuerpo. El individuo se hace en el secreto. No tener secretos equivale a estar muerto”, se lee en una de las anotaciones de Solpe, director de la Sociedad Ectográfica Argentina que durante el primer golpe militar de septiembre de 1930 aspira a elevar el status científico de la ectografía, poniéndola al servicio del disciplinamiento social. Una vez más, Roque Larraquy construye un rarísimo artefacto tan fascinante como inclasificable en Informe sobre ectoplasma animal (Eterna Cadencia), su segunda novela luego de su debut con La comemadre, ilustrada por Diego Ontivero.
La idea del texto de apenas 82 páginas, que podría ser una especie de anómala “docu-ficción científica”, es ir de la periferia a su centro, de la descripción de un informe experimental a la narración, del caso al concepto y del concepto a la acción. “No tenemos evidencia de almas atrapadas entre dos mundos, ni de la supervivencia del espíritu animal, ni de fantasmas que busquen saldar una deuda o velar por el bien de los vivos –advierte Solpe en una de las entradas de 1914–. Apreciamos estas figuras de la religión y de toda una literatura de vindicaciones post-mortem porque fueron parte de nuestra educación temprana y nos impulsaron a elegir esta disciplina, pero las dejamos a un lado como lo que son, piezas de pensamiento mágico propagadas por las culturas inferiores y el espiritismo europeo.” Después se dedicará a definir espectro como “un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja de sí cuando muere: la síntesis de sus salivaciones, la huella de los diferentes tamaños de su cuerpo en el tiempo, la silueta, aromas, el diagrama de los movimientos que repitió en circuito”. Algunos de los personajes que aparecen en el libro expresan distintas corrientes dentro la ectografía. Julio Heiss es promotor de la ectografía materista; Martín Rubens, en cambio, de la ectografía animista. Hay una tensión entre estas aproximaciones, que se percibe en las versiones diferentes de casos insólitos.
“Cuando uno piensa en una seudociencia de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, está pensando en un discurso científico que ha fracasado. Que no ha logrado imponer una determinada lectura de la realidad –plantea Larraquy a Página/12–. Me interesaba que se percibiera una tensión entre lo que sería una lectura más convencional, vinculada con lo religioso, con lo místico, que tiene que ver con la supervivencia subjetiva, con las sobrevidas, y que esto entrara en tensión con una lectura netamente moderna, más propia del inicio del siglo XX. Estas tensiones ponen de relieve que en el discurso de esta pretendida ciencia todavía no hay una lectura consolidada sobre cómo definir lo real. El fundador de la ectografía intenta quitar las potenciales raíces de pensamiento mágico. Sus discípulos inauguran dos perspectivas, la materista y la animista, poniendo un poco en crisis la voluntad inicial del fundador. El momento más atractivo de la disciplina es cuando proliferan las versiones. Pero también es el momento en que la disciplina empieza a entrar en decadencia, en la medida en que se ve contaminada por un tipo de pensamiento que es contrario a los lineamientos de lo que se entiende por científico en el contexto del siglo XX.”
–Aunque haya un discurso científico legitimado, también puede haber distintas versiones, como ocurre con las seudociencias, ¿no?
–Sí, pero la seudociencia tiene una lírica peculiar que, justamente por este impulso de autolegitimación continua de proponer una perspectiva del mundo convincente, se termina convirtiendo en un espacio más apto para el debate y las versiones que lo que es el discurso ya oficialmente entendido como científico, que va produciendo cada vez con más fuerza sus propias restricciones a las diferentes versiones. Por supuesto que existen en el discurso de la ciencia las versiones. Pero cuando uno piensa una ciencia, piensa en algo que progresivamente se va consolidando, que está sometido a prueba y a la legitimación constante de las diferentes academias. Creo que eso, a la larga, produce una cierta homogeneización discursiva que en las seudociencias no es tan visible porque todavía no hay una consolidación absoluta de la base epistemológica.
–En una de las cartas al senador, en la última parte de la novela, Solpe, al mismo tiempo que reclama una legitimación jurídica, rechaza disciplinas de “prontuario dudosísimo”, como el psicoanálisis y la frenología forense. Hay una tensión entre la tentativa de reconocimiento científico y la sustentabilidad económica, ¿no?
–Hay una búsqueda por parte de los personajes de la novela de que esta disciplina tenga una sobrevida, más allá de los fines específicos con los cuales se inició. Al mismo tiempo, si estás buscando una legitimación jurídica es también porque necesitás una sustentabilidad económica que, de no obtenerla, posiblemente signe su caída. En esa tentativa de legitimación hay una búsqueda de otorgarle a la disciplina una dimensión de uso, que en primera instancia no era un problema a resolver. Cuál es el uso social de esta disciplina, cuál es el uso potencialmente político que puede tener.
–En el origen de la ectografía hay un engaño en el que está involucrado un senador. La lectura más inmediata sería establecer una relación directa entre discurso seudocientífico y discurso político, pero la dimensión política es mucho más compleja en la novela. ¿Cómo se articularía la política en esta ficción?
–Muchas de las llamadas seudociencias están asociadas de un modo bastante carnal con posiciones ideológicas conservadoras o de derecha. Las interpretaciones mediúmnicas de Madame Blavatsky configuran una cosmogonía que después el nazismo incipiente hace propia. Quería dejar constancia de esa relación peculiar que hay entre la ideología conservadora y una cierta lectura mística de la realidad, donde hay cosas que están signadas por Dios y un orden –una lectura muy típica de la derecha es la idea de un orden establecido–, y cómo se vincula esto con la seudociencia. En principio no pensé una relación directa entre el engaño del inicio de la ectografía y el posible engaño de la política. Por supuesto, sí me interesaba ubicar la última parte de la novela en el contexto del primer golpe militar argentino porque me parece un punto de inflexión fundamental. Es el cierre del imaginario de un país y la apertura de uno nuevo, aún más oscuro que el anterior. Hay una parte de la novela que describe de modo lateral el golpe para mostrar que la ectografía se había gestado en un espacio de poca vinculación con las realidades sociales, al punto que el principal promotor y fundador de la disciplina no registra el golpe como un golpe; lo percibe como un desfile, no entiende del todo lo que está ocurriendo. En ese momento detecta una posible dimensión del uso de su disciplina y la pone al servicio de los actores más recalcitrantes de su contexto para un potencial uso militar y de control.
–A los profesionales de la ectografía, la observación diaria de la muerte les quita el sentido del misterio. Pierden el miedo primario a la noche y a sus figuras, que los motivó a elegir la profesión. El planteo es interesante, a la vez que inquietante, porque pone al miedo en el principio de una elección. Este postulado podría ser llevado hacia otras cuestiones. Sin misterio, la escritura tampoco sería posible...
–Estoy totalmente de acuerdo. Es uno de los ejes del relato la idea de trabajar con una materia que ha sido históricamente asociada con el misterio, con el miedo, con lo nocturno, y tratar de llevarla a un territorio donde esté desprovisto de misterio, donde aparezca en la mesa de disección del científico, donde se busque iluminar los aspectos secretos. Quitarle enigma. De hecho hay muchas partes del texto en las cuales esto se retoma, no sólo en ese fragmento que mencionó sino en otros segmentos en los cuales se plantea que hay un cierto deterioro del vínculo emocional de los ectografistas con su objeto de estudio y con el mundo en general. Hay una intención de trabajar con materiales propios del género fantástico, del mundo de lo fantasmático y del mundo del misterio desprovisto de misterio. Pero que a la vez el misterio o el enigma se pudieran recuperar desde un lugar más formal. Si bien es un texto que tiene un tono de informe y una cierta neutralidad propia de un informe, tenía al menos la intención de que en la sumatoria y acumulación de términos específicos propios de esta disciplina se produjera un cierto efecto poético, un efecto lírico, un efecto rítmico, además de meramente narrativo. Y quizás en ese efecto buscado podría estar la recuperación de ese misterio.
–Un tema que no es menor tiene que ver con la crueldad. Solpe reduce a animales en unas redes metálicas hasta que mueren por la sed y el efecto adverso de la inmovilidad. La pérdida del misterio, ¿alienta la violencia en ciertas prácticas?
–Esto se percibe como violento sólo en la medida en que se lo sustrae del mundo pretendidamente científico. Si se lo lee desde una perspectiva moral o incluso ética, el mundo de la ciencia presenta características de una enorme violencia ejercida sobre los cuerpos, sobre las identidades, sobre las subjetividades. Cuando uno se corre de ese sitio, considera que la ciencia requiere de ciertas prácticas para poder probarse a sí misma, para poder cambiar, para poder mejorar. No sé cómo percibían lo que hacían los primeros científicos del Renacimiento, cuando comenzaron a trabajar con cuerpos para iluminar y poner en una circunstancia de mayor claridad o transparencia todo lo que es el interior del cuerpo... Sospecho que deben haber estado atravesados por dudas, incertidumbres, planteos desde el miedo. Pero la ciencia va de la mano con esa violencia. Es una condición de la ciencia ejercer cierta violencia sobre los objetos que investiga y produce.
–Tanto en La comemadre como en Informe..., hay una obsesión por lo que se podría llamar “el lado B” de la ciencia. ¿De dónde viene este interés?
–Me interesa indagar en una cierta épica del fracaso, tanto desde el punto de vista de los personajes como desde aquello que los personajes promulgan, en este caso un sistema de percepción del mundo que no logra consolidarse, ni ser convincente. En Informe sobre ectoplasma animal tenemos al fundador de una seudociencia que se encuentra en una edad muy avanzada de la vida, en un momento en el cual la institución que fundó se le está viniendo un poco en contra, y teme no sólo su propia extinción sino la extinción de todo aquello por lo cual luchó en las últimas décadas. El discurso científico tiene una voluntad pregnante muy fuerte. Se impone en la medida en que logra probar que su lectura de lo real es la que está proponiendo; por lo tanto se presenta como una luz que muy diáfanamente ilumina o quita las sombras de aquello que es falso. Como voluntad inicial, el discurso de la ciencia es muy atractivo porque, además, muy fácilmente puede caer. Después tengo un interés lateral por los discursos de los textos entendidos hoy en día como seudocientíficos que –con toda esa voluntad de autolegitimación, con la sobrecarga de terminología específica, con la búsqueda de deslegitimación de otras disciplinas– tienen una lírica propia que los hace muy cercanos a la literatura. Hoy en día leer un libro de espiritismo de fines del siglo XIX, o un libro de electrogalvánica de principios del siglo XX, es entrar en un texto literario de mucha riqueza.
–Este interés por la épica del fracaso, ¿podría conectar a Solpe con Erdosain de Roberto Arlt?
–Sí, se puede establecer muy fácilmente esa vinculación, pero no es una vinculación en la que haya pensado en ningún momento de la escritura del libro. Se puede emparentar con el Lugones de Las fuerzas extrañas, texto que no me interesa particularmente, ni es mi favorito, como no lo es Lugones, pero que resuena de un modo visible.
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