Miércoles, 2 de julio de 2014 | Hoy
LITERATURA › JEREMíAS GAMBOA HABLA DE SU LIBRO CONTARLO TODO
El escritor peruano no es el protagonista de su primera novela, aunque compartan un aire de familia y un itinerario similar en esa urgencia por narrar. “Hay dos temas que recorren la novela de principio a fin: la amistad y la literatura”, explica.
El golpe de una guitarra partiéndose en dos, el bajo que se arroja como un colchón sobre todas las cosas. Gabriel Lisboa no es músico. Pero la música inunda toda la habitación de Santa Anita, un barrio de la periferia de Lima, esa mañana de septiembre de 2004. No puede escuchar los sonidos violentos que produce con sus dedos golpeando el teclado de la máquina. Después de más de diez años de no haber escrito una sola línea que le gustara, de haber intentado infructuosamente convertirse en alguien que escribe un libro o vivir como alguien que escribe, es capaz de decir lo que le venga en gana. “¿Qué cosa me permite ahora unir cada una de estas palabras con la sensación de que al fin vencí a alguien o a algo dentro de mi cabeza y de que cada letra que pongo es pertinente y cae justa y para siempre en la página? –se pregunta Lisboa, cerca de cumplir los treinta años–. Sin duda, parte de la razón la debe de tener Lou Reed. Reed cantando ‘I’m So Free’, pero sobre todo ‘Beginning to See the Light”, Lou Reed gritando como un energúmeno disociado de sí mismo, desafinando. Quizá se trate simplemente de eso, de que he aprendido finalmente que la cosa es hacer y no juzgarme. Eso es. De vencerme escribiendo. Y basta.” El escritor peruano Jeremías Gamboa no es el protagonista de su primera novela, Contarlo todo (Literatura Mondadori), aunque compartan un aire de familia y un itinerario similar en esa urgencia por narrar. “Solo puedo contar mi historia porque es todo lo que tengo a estas alturas de mi vida y porque sólo yo puedo contarla”, plantea Lisboa.
La intensa curiosidad en la mirada de Gamboa capta hasta los movimientos casi imperceptibles de un pájaro en vuelo. “Pituca” –que repetirá un par de veces durante la entrevista con Página/12– es una especie de llave maestra por la extraña sonoridad de su contraste. El escritor no viene de una familia pituca y adinerada. Sus padres, dos campesinos de Ayacucho que emigraron a Lima a principios de la década del ‘70 y tuvieron diversos empleos –ella como doméstica, él como mozo–, sabían que la educación sería el mejor horizonte para su hijo. El padre fue el primero en alentarlo para ingresar a la Universidad de Lima, una de las más caras del país. El hijo, que entonces no sabía que sería escritor, obtuvo una beca por buen desempeño académico y pudo concluir la carrera de Ciencias de la Comunicación. Más de diez años de su vida transcurrirían en diferentes redacciones –El Comercio, Somos y Caras, entre otras–, hasta que decidió saltar de ese tren que le estaba matando la vocación para dedicarse a escribir. “Hay dos temas que recorren la novela de principio a fin: la amistad y la literatura. Tenía claro que Contarlo todo estaba más cerca de En el camino de (Jack) Kerouac o de Los detectives salvajes de (Roberto) Bolaño, en el sentido de que se ve cómo un grupo de huérfanos forman una familia en la calle. La ciudad es el hogar y los amigos son los hermanos. En la primera versión de la novela, Gabriel Lisboa tenía padres, pero el foco no estaba puesto en las relaciones paterno-filiales, sino en la orfandad. Gabriel es una especie de Lazarillo de Tormes del siglo XXI, un joven que busca un mentor. Incluso pensé publicar la novela con el nombre de Gabriel Lisboa y no aparecer yo. O tuve esa fantasía. Como el personaje es un huérfano sentimental, el padre en la primera versión no funcionaba, por eso lo reemplacé por el tío Emilio”, explica el narrador peruano.
–En Contarlo todo aparece una cuestión que en la literatura latinoamericana se suele escamotear: la clase social de la que proviene el escritor. El narrador de la novela es un joven de familia trabajadora y pobre que vive en un barrio periférico de Lima. ¿Esto fue deliberado?
–No, simplemente es el lugar desde el que me tocó enunciar en función de la experiencia con la que me hice escritor. En la literatura latinoamericana, Bolaño tiene personajes “arrancados”, gente pobre pero muy literaturizada que está viviendo la vida de los libros, que ya es burguesa. Lo que mi libro narra es ese momento en que una persona pasa de ese origen a estar leyendo libros y escribiendo. El ingreso a la universidad iguala las experiencias de los personajes, de los cuatro amigos. Y lo iguala a Gabriel Lisboa con las parejas que tiene. Es cierto que buena parte de los escritores provienen de las clases medias ilustradas. Me tocó narrar esto; es la experiencia que conozco. Soy hijo de dos personas que emigraron de los Andes a Lima, que no completaron su educación secundaria. Soy el primero que accedió a la universidad.
–Aunque la universidad es una experiencia igualadora, daría la impresión de que Gabriel Lisboa nunca pierde de vista su origen, ¿no?
–Sí, escucho tus preguntas y me quedo sorprendido... Me reafirma porque me doy cuenta de las características profundamente de clase que tienen mis personajes; por eso hay un componente político. El personaje nunca pierde de vista su origen en los inicios de la novela. Pero lo que lo hace escritor es dejar de sentirse un sujeto de cierta clase social frente a otros.
–La novela parte de una mirada romántica inicial sobre el ser escritor que se va transformando ¿Contarlo todo plantea un camino que va de la idealización al acto de la escritura?
–Sí. El narrador que está en acción en la primera página no es el narrador de las páginas finales, que escribe en tercera persona, al punto de casi no ser sujeto de la novela. Es un narrador que va perdiendo la fe de que en la novela pueda decirse todo. Y que la novela pueda referirlo a él de una manera fidedigna. Hay un momento, sobre el final, en que escribe que siente que no está en la novela. Que la novela refiere una zona del pasado; pero el escritor siempre va a estar en un presente lleno de preguntas y desarticulado. Las novelas sirven para atender cierto grupo de preocupaciones, pero no puede registrarlas todas. Uno nunca está completamente definido en una novela, lo cual es maravilloso para seguir escribiendo.
–¿Contarlo todo es la novela que intenta responder la pregunta cómo se empieza a contar una historia?
–Así es. En mi caso, por el tipo de literatura que hago, no habría podido escribir si no hubiera resuelto ciertas cuestiones que no pertenecían necesariamente al acto de escribir. Si hubiera seguido imaginándome como un sujeto de clase pobre, no habría podido escribir. Si hubiera pensado que mi experiencia no tenía valor literario, no hubiera podido escribir. Esto no se resuelve leyendo libros; podés leer millones de libros y ser una biblioteca andante, pero no resuelves estos asuntos. Por todo lo que me costó empezar a escribir, descubrí que la solución no iba por el lado de cuántos libros lees, sino qué asuntos tienen que ordenarse para que tú empieces a escribir. No hay muchas novelas que narren la experiencia que hace que alguien se convierta en escritor. Recuerdo una de Enrique Vilas-Matas, París no se acaba nunca, que es la novela en que Vilas-Matas va a decir cómo empezar, pero no termina de contar.
–¿Hasta qué punto es nociva la expectativa de los otros cuando le preguntan a Gabriel si está escribiendo algo?
–En el momento en que decidí que había fracasado como escritor, que no servía para nada, empecé a escribir. Alguien me hizo notar cómo en la novela escribir ficción aparece en cursivas porque tiene una importancia mayor. Y dejó de ser importante cuando el acto se desacraliza, cuando tú escribes como fríes un par de huevos, ¿verdad? Me bloqueé tantos años porque cometí el error de renunciar a El comercio, donde trabajaba –el equivalente a La industria en la novela–, y a los 26 años decidí dejar todo porque quería ser escritor. A esa edad, Vargas Llosa había escrito La ciudad y los perros, y un escritor peruano con ambiciones tiene que empezar a escribir a esa edad porque así lo hizo Vargas Llosa. Renuncié para escribir mi primer libro y dije: “Me voy a ser escritor”. Tuve ese gesto infantil de veinteañero que me generó una enorme tensión. Y mientras avanzaba mi edad la tensión iba en aumento porque (José María) Arguedas había publicado su primer libro a los 29 años. Esa tensión me impedía escribir. En verdad a nadie le importa que escribas o no. Cuando te das cuenta de eso, ya no hay ningún problema.
–¿Qué potencia tiene el fracaso en la escritura cuando la expectativa está puesta precisamente en lo contrario, en el éxito?
–Esa es una expectativa falsa, lo aprendes con los años. No se acaba el mundo si no escribes una novela. Cuando desacralizas la literatura y escribes sin pensar en el éxito, no tienes ningún problema. Empecé a escribir cuando entendí que la escritura es el error. Que el error es inherente a la literatura, que uno escribe con el error. Que sólo el error puede revelar. En cada párrafo final de un libro lo que hay es una cadena de errores que se quedan entre las palabras. Una vez vi una entrevista que le hicieron a Dustin Hoffman. Le preguntaban qué era una escena en el cine para él. La escena es el mejor lugar para fracasar, el lugar al que va a cometer errores. Eso debe ser la página también. La escritura es un acto de lectura. En verdad, lo que vuelve un libro bueno es que tú sepas leer tu error y lo sepas corregir. Tu lector interno te salva del ridículo. Ahora escribo sandeces y no me siento mal. Simplemente sé que las voy a corregir.
–“El periodismo nos va a matar a todos.” La frase que dice Saúl Vegas, suele ser un lugar común para aquellos que tienen un origen bifronte, que son periodistas y escritores. ¿Por qué se produce esta tensión entre periodismo y literatura?
–Lo viví en carne propia: el periodismo me estaba matando la vocación literaria. Recuerdo que cuando leí El nuevo periodismo, de Tom Wolfe, me quedé aterrado cuando Wolfe dice, exagerando seguramente, que todos los periodistas de Chicago, todos sin excepción, tenían una novela guardada en el escritorio de la redacción. Conversación en la catedral me marcó profundamente porque es un libro de la derrota. Todos los personajes han sucumbido al periodismo y todos han querido ser escritores. En esa novela hay una frase que es devastadora. La dice Carlos Nay –un personaje de Vargas Llosa que aparece en mi novela cuando Gabriel Lisboa lo entrevista–: “Convéncete, Zavalita, el periodismo no es vocación, es frustración”. Esa frase me lapidó. En esa época estaba practicando de periodista, quería ser novelista, y de pronto descubrí cómo esos periodistas representados en la novela de Vargas Llosa colapsan. Y cómo Vargas Llosa renuncia a hacer periodismo para dedicarse a la escritura; la idea romántica del escritor en una buhardilla en París. Es imposible escribir una novela trabajando de redactor en un periódico. Lo ha hecho (Roberto) Arlt; hay excepciones. Siempre tuve la sensación de que con el periodismo estaba en un tren que se iba a descarrilar y del que tenía que saltar. Sin haber saltado, no habría escrito esta novela.
–Contarlo todo podría remitir a la idea de la novela como una gran caja donde entran todos los materiales o también ser más literal y postular que es posible narrarlo todo. ¿Cómo explicar el título?
–Contarlo todo se refiere a la actitud del libro; es la revelación de ese momento maravilloso en la vida de un escritor en que siente que puede contarlo todo. Que puede, no que lo haga. En agosto sale acá mi primer libro de cuentos, Punto de fuga (Alfaguara). Cuando quería escribir esos cuentos, el lenguaje no remitía a la experiencia. (Gabriel) García Márquez decía que le tomaba más o menos un año hasta el momento luminoso en que tema y lenguaje se encuentran. Cuando eso ocurre, simplemente la literatura sucede. Eso es lo que siente Lisboa al final del libro. La novela se llamaba “Un día para contarlo todo”, pero cuando estábamos definiendo el título, alguien me sugirió: “¿Qué tal si le pones Contarlo todo?”. Me pareció mejor; es un golpe, como es la novela.
–A propósito del golpe, la novela ocurre durante el fujimorismo. Algo del desaliento de Gabriel Lisboa, de su desorientación, sin duda tiene que ver con ese ambiente opresivo en el que se mueve, ¿no?
–Pensé mucho en Estrella distante, de Bolaño, que narra unos talleres de poetas. Hay solo una línea en la que Bolaño pone: “y seguíamos bailando debajo de un piso tapiado de cadáveres”... Entiendes que están en la dictadura pinochetista. Que la dictadura está en el aire, en la atmósfera que se respira. Esto hice en Contarlo todo, pero en Perú hay un tipo de lectura que prefiere la literalidad y habrían querido que representara a (Alberto) Fujimori y los pagos que se hicieron a los periodistas. Esta es la labor del periodismo y un escritor no tiene por qué estar condicionado por esa agenda. Me han reprochado qué Gabriel Lisboa está más preocupado por estudiar en una universidad pituca, leer literatura y escuchar a (Luis Alberto) Spinetta. Para ciertas personas, la novela fue decepcionante porque la compararon con Conversación en la catedral, que indaga en el régimen dictatorial de (Manuel) Odría; entonces creo que el lector peruano esperaba que fuera la novela sobre dictadura de Fujimori. Pero ése no es mi lente. Mi literatura es menos ideológica y política que la de Vargas Llosa; es política en otro sentido que tiene que ver con la representación de un sujeto que viene de una clase trabajadora y los prejuicios entre clases y razas que hay en el país. La literatura se trata de eso, ¿no? Es bueno que no te entiendan del todo (risas).
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