Martes, 2 de septiembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › FERNANDO ARALDI OESTERHELD Y SU POEMARIO EL SEXO DE LAS PIEDRAS
Integrante de una familia marcada por la represión de la dictadura –su abuelo y sus padres están entre las víctimas–, Araldi Oesterheld esquivó la comodidad de las etiquetas fáciles y concibió un libro inclasificable, donde el “grito se vuelve expresión”.
Por Silvina Friera
“Si nadie habla nada crece.” El poeta escribe con la fibra, la hebra y la necesidad de arrebatarle más sonidos al silencio. La constatación empírica de la lectura queda del lado de la potencia de las “palabras para decir”; “hablar” como un modo de acelerar un posible comienzo, un principio que persuada con la fuerza de la “excitación de una cuerda vocal/ que advierte el erotismo de la palabra escrita”. Las voces de su entrañable abuelo, inmenso escritor, historietista y militante político, y de su madre –ambos desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar– se mezclan en la página y proyectan las vibraciones de un intenso legado familiar. Fernando Araldi Oesterheld no pretende apabullar con las diez letras de su apellido materno. Menos ahora que acaba de publicar su primer libro, El sexo de las piedras (Mansalva), un poemario inclasificable en su despliegue urgente, donde el “grito se vuelve expresión” y esquiva la tentación y la comodidad de las etiquetas fáciles. Un poemario que se podría inscribir en las variaciones temáticas del “estrangulamiento precoz de la infancia”, la orfandad que atraviesa el silencio de lo real y las ausencias permanentes cuya precisa y desgarradora “traducción” se consuma en una especie de estribillo: “Acá falta algo”.
El diminutivo no es peyorativo: el “librito”, en boca de Fernando, suena con la calidez que le imprime su pasión por la escritura poética. En el prólogo, Arturo Carrera define El sexo de las piedras como un “llamamiento”. “Escribir para Fernando Araldi Oesterheld es querer encontrar ‘la palabra que falta’ –advierte–. Escribir es señalar ese lugar vaciado por los ausentes. El hermafrodita afantasmado a lo largo del poema no es un hermafrodita del mundo real sino del sueño: aquella presencia ocupada por dos sexos ausentes: el de la madre y el padre -madre y padre desaparecidos incluso del lenguaje donde la palabra falta”. Carrera afirma que al repetir la lectura del libro una, dos, tres veces, “nos encontramos con la paradoja de que el teatrillo al que nos expone es casi una ‘reanimación mecánica de la vida’”. “Faltaron autómatas, títeres, máquinas parlantes como en los mecanismos maravillosos de Raymond Roussel. Como opinó Foucault al respecto: ‘La repetición, el lenguaje y la muerte organizan ese mismo juego allí donde se reúnen, para demostrar que separan’ y toda esa maquinilla de búsquedas poéticas forman la imagen dolorosa, ensimismada e impotente de una casi mística resurrección.”
Fernando habla como si cabeceara los recuerdos su mente y los invitara a bailar con la desfachatez del neófito que tiene alas en los pies. “No me gusta mandar mails y romper los huevos. ¿Por qué alguien tiene que leer especialmente mi libro, si se escribe tanta poesía en este país?”, se pregunta en la entrevista con Página/12.
–¿Por dónde empezó El sexo de las piedras?
–Desde adolescente tenía la inquietud de la escritura, pero todo lo que escribí lo tiré a la mierda. Hace como tres años me puse firme a laburar, a escribir todas las noches, como un trabajo. Hice un taller con Florencia Abadi y después empecé con Arturo Carrera, con quien trabajé El sexo de las piedras y tres libros más. En realidad son dos libros, lo que pasa es que el segundo es muy cortito y quedó todo en un solo libro. Encima, Arturo me hizo el prólogo, que me deja un poco en off side con el tema familiar. Yo no quería ir por ese lado, pero después, leyendo el libro, el tema familiar está. ¿Cómo decirle que no a Arturo? ¿Cómo tocarle una coma al prólogo? Desde que arranqué con Arturo no paré de escribir. Encontré en la escritura algo que quiero seguir haciendo.
–¿Por qué se orientó hacia la poesía en vez de la narrativa?
–No sé, creo que fue bastante definitorio que a los 19, 20 años empecé a tener contacto con muchos poemas que dejó escritos mi vieja. Encontré en la casa de mi abuela mucho material, cosas escritas a mano y por suerte a máquina, porque tiene una letra imposible de descifrar. Leer sus poemas me fascinó. Casi en paralelo leía un poco de narrativa. Pero al día de hoy, en comparación con la poesía, leo poca narrativa. Más adelante me gustaría pasar a la narrativa, pero las frases me salen así, con ese formato, con ese lenguaje.
–¿La poesía es un legado materno?
–No, no sé si materno... El tema de la escritura está en mi familia por mi abuelo, por mi vieja, por las dos hermanas de mi vieja que escribían. Pero es cierto que empecé por el mundo de la poesía. A veces me quiero sentar a escribir algo más narrado, más fluido, pero no me sale. Me siento cómodo en el registro poético; en la narrativa no podría enhebrar ni media carilla. Escribir me cuesta, pero me da muchas satisfacciones.
–¿A qué se debe el espacio en blanco que hay entre versos? ¿Es sólo el silencio o hay algo más ahí?
–Al principio no encaré el libro con un tema en la cabeza. Lo que quería hacer era un laburo de fraseo; que la frase siguiente no tuviera nada que ver con la anterior, pero que cuando se viera el conjunto cobrara sentido o apareciera un tema. No tanto en la frase a frase, sino en el conjunto. Pero uno arranca un proyecto y se te va todo al carajo. Todas las veces que dije “voy a escribir sobre tal cosa” a la tercera página ya era lo que viniera. En ese juego de las frases que no tuvieran nada que ver intenté crear una especie de partitura musical con notas más bajas o más altas que te van llevando, hasta que cuando terminan llegaste a un camino. Fue así: me iba saliendo la frase, el silencio y después venía otra frase que no tenía nada que ver con la anterior. Si unía todo un poco más, iba a ser más inconexo y con esos silencios gana un ritmo y puede enhebrarse al final. Le mandé el librito a Silvio Mattoni y me dijo que los silencios llevaban mucho más el ritmo que lo escrito.
–¿Por qué en esa “partitura musical” se repite varias veces “acá falta algo”?
–Eso fue algo inconsciente. Todas las semanas le llevaba el material a Arturo y había páginas donde no sabía cómo continuar y me ponía para mí una anotación: “acá falta algo” y después lo veía con Arturo. Cuando se lo mostré la primera vez, me dijo: “dejá ‘acá falta algo’”, que sea parte del libro. Simbólicamente el “acá falta algo” es notorio, pero era porque no sabía cómo seguir (risas).
–Ese estribillo tiene que ver con la pérdida y la ausencia, ¿no?
–Sí, eso es fundamental. Empecé la escritura del libro juntamente con el principio de una terapia y vomité el tema de las ausencias y las pérdidas. Cada vez que iba a terapia rescataba muchas cosas de lo hablado y las iba volcando al texto. Esas ausencias se sienten en El sexo de las piedras. Yo escribo como puedo, no como quiero. Me encantaría escribir como tantos poetas, como (Yves) Bonnefoy o como Arturo mismo, pero hay que aceptar lo que a uno le sale. Se escribe con lo que tenés a mano, pero no sé si quiero seguir en esta línea. El tema familiar ya está; no tengo ganas de anclar en eso mi poesía.
En este bar que está enfrente del Jardín Botánico, la cuchara que mueve Fernando deshace la espuma de la lágrima, como si al revolver con un ritmo intrépido desbaratara en el horizonte poético cercano el tópico de lo familiar. Tenía poco más de un año y estaba con su mamá, Diana Oesterheld, en la casa de unos amigos en Tucumán, cuando el 26 de julio de 1976 una patota policial mató a dos amigos de los que estaban en esa casa. Los policías entregaron el bebé a la Casa Cuna. Aunque estaba embarazada de seis meses, Diana entonces pudo escapar, pero fue secuestrada pocos días después, a los 23 años. Los abuelos paternos rescataron a Fernando y lo llevaron a vivir a Pergamino. Su padre, Raúl Araldi, militaba también en Montoneros. En agosto de 1977 fue secuestrado y asesinado a los 30 años. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) encontró los restos de Raúl en un cementerio municipal de Tucumán. En abril del año pasado el hijo pudo enterrar a su padre en el cementerio de la Chacarita junto a sus abuelos paternos, Juan Araldi y Soledad, que murieron en 2007 y 2010. “Arturo conoció a mi vieja. La primera entrevista que tuve con él, antes de empezar en su taller, me lo contó. Arturo es muy amigo de Alfredo Prior, que estudiaba pintura con una de mis tías y era muy amigo de mi vieja”, recuerda Fernando, que tiene una muñeca verbal entrenada para irse por las ramas y regresar al tronco de la cuestión.
–Los poemas de Diana se podrían publicar, ¿no?
–Sí, tengo algunos poemas, pero muchos no están a máquina y tengo que juntarme con una amiga de mi vieja que era compañera del secundario y que le entiende perfecto la letra. Da para publicar un librito. Yo incluí en El sexo de las piedras algunos versos de mi vieja y el libro termina con una frase de mi abuelo: “y el aroma/ y el dolor/ y la liturgia vital/ en el secreto del ovario”, sólo que mi abuelo pone “ni el aroma ni el dolor”. En otra parte hay un cuentito de ciencia ficción de mi abuelo: “Tiempo atrás, dios era un payaso a tu merced./ De pupilas que no dejaban de imantarse/ con los encantos/ de la tierra”. Los versos de mi vieja están al principio: “(...) Se te quedó enganchado el barrilete en la cabeza cuando eras un niño,/ después creciste y el barrilete se incendió en tu pelo largo”. Era como estar en compañía; supongo que lo volveré a hacer, que volveré a robarle a mi abuelo y a mi vieja (risas).
El martes 5 de agosto, Fernando estaba en la sede de Abuelas cuando se conoció la noticia del año: Estela de Carlotto había recuperado a su nieto tan buscado. “Me pone muy contento por Estela, porque es un nieto más y por lo que representa también simbólicamente el hecho de que al haber encontrado a su nieto se produzca un récord de consultas –plantea el poeta–. Es interesante lo que se generó en el ciudadano de a pie. En mi familia buscamos a mi hermano o hermana y a un primo, buscamos dos... Me da pena por mi abuela, que no creo que pueda llegar a ver eso. A mí nadie me asegura que lo vaya a encontrar.”
–¿Se sabe si nació?
–Ni siquiera sé eso, mi vieja estaba embarazada de seis meses... tenía una embarazo avanzado, pero no tengo ninguna certeza de si nació o no. Averigüé en Tucumán, donde estuvo en cautiverio, pero nadie me supo decir si nació; sí me confirmaron que la vieron embarazada. Además, lo jodido es que lo encontremos y que no quiera saber nada, aunque en general no suele pasar eso. Pero tenemos que estar preparados para todo.
–Si se encontrara el cadáver de Diana, se podría comprobar si tuvo el parto o no.
–Exacto, el EAAF encontró los restos de mi viejo, pero como lo mataron estando solo, en esos casos, cuando caía alguien solo, lo llevaban al cementerio municipal y lo enterraban como NN. Pero el caso de mi vieja es más complicado: si caían varios, iban a fosa común. En Tucumán encontraron la fosa común más grande que se llama Arsenal Miguel de Azcuénaga, pero el EAAF me dijo que esos restos ni siquiera se pueden usar porque quemaron todo; son huesos incinerados y no sirven para identificar ADN. Me avisaron que no me hiciera muchas ilusiones, ellos te preparan siempre para lo peor. Y es mejor... Pero me dejó muy seco, en el sentido de que me bajó de un hondazo porque quizá nunca se puedan identificar los restos de mi vieja.
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