Miércoles, 17 de septiembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › RUDY HABLA DE SU BIOGRAFíA HUMORíSTICA SIGMUND FREUD, VIDA Y MILAGROS
El director de SátiraI12 se animó “a delirar” con un trabajo que reúne capítulos biográficos, teóricos, otros que hablan de qué pasaba en el mundo, poemas, textos sociológicos y antropológicos. Hoy lo presentará en la Casa del Bicentenario.
Por María Daniela Yaccar
“Este libro es resultado de tres años de investigación. También, de 32 años de labor humorística y de más de 30 años de trayectoria en el psicoanálisis, la mayoría como paciente. Y de, como mínimo, 57 dedicados a mi propia neurosis”, dice Rudy, acerca de su nueva y ambiciosa criatura: Sigmund Freud, vida y milagros (Galerna), una biografía humorística que retrata –en casi 400 páginas– peripecias y obra del padre del psicoanálisis. “Es rara”, sostiene. “Hay capítulos biográficos, teóricos, otros que hablan de qué pasaba en el mundo, poemas, textos sociológicos y antropológicos. Me animo a delirar: tiene la estructura de las Obras Completas de Freud”, concluye el autor, en la charla con Página/12.
Hace años que Rudy viene haciendo humor con el psicoanálisis. En 1986 creó un movimiento de psicoanalistas ficticios, de distintas personalidades y escuelas, denominado Buffet Freud. El líder de este grupo se llamó Karl Psíquembaum, de quien aparece una frase en esta nueva biografía, en la primera página: “Antes de Freud, era difícil conseguir psicoanalista”. Cuando Buffet Freud cumplió veinticinco años, Rudy publicó Buffet Freud responde, el libro de las preguntas, en el que los personajes contestaban a los interrogantes más diversos. En aquel entonces empezó a delinear este proyecto que hoy ya es realidad: un recorrido por la vida de su admirado Freud, con su propia marca, la de un humorista, escritor y comediante que alguna vez fue también terapeuta.
Hoy, el director de SátiraI12 presentará su obra junto a Iñaki Echeverría (quien ilustró las páginas del libro), Jorge Schussheim y Santiago Varela, a las 19, en la Casa del Bicentenario, ubicada en Riobamba 985. Rudy adelanta una payada interpretada por él mismo y Rafael Calomino, una escena entre un paciente y su analista. Al final habrá un brindis: “Venga con su psicoanalista, sus pacientes, su pareja, su grupo, sus ex, sus actuales...”, invita. Este sábado, a las 18, lo presentará en Rosario, en el Centro Cultural Ross (Córdoba 1347, planta alta). Lo acompañará Juan Ritvo, psicoanalista y escritor. A las 22, en el mismo espacio, realizará una función del monólogo Rudy a la carta.
–¿Cómo surgió la idea de hacer una biografía de Freud?
–Me gusta muchísimo hacer humor sobre psicoanálisis. Cuando en 2011 se cumplieron los veinticinco años de Buffet Freud, una de las ideas que salió fue hacer apuntes para una biografía de Freud. Fui apuntando las cosas que sabía de su vida, sus obras y de su obra: el psicoanálisis. Empecé a hacer una biografía que iba a ser parte de un libro, pero descubrí que daba para más. Soy uno de los objetos de su obra en tanto que paciente de psicoanálisis de unas cuantas décadas. Pero me empezó a picar otro bichito: ¿qué le pasaba a este hombre? ¿Cómo llegó a esto? ¿Qué bicho le picó? Le picaron varios: el de la curiosidad, el de salir de cierta pobreza, se encontró con la medicina en Austria y en Alemania en aquella época... Freud llegó a decir a Breuer: “Mirá, si quiero vivir de las histéricas, mejor que haga algo por ellas”. Había un concepto de la medicina que no pasaba por curar al paciente, sino por la investigación.
–Esta tensión aparece en el libro. Hay mucha información del contexto en el que Freud se convierte en el que se conoce.
–Hoy en día sigue pasando: existe la medicina del diagnóstico y la del tratamiento. No estoy en contra del diagnóstico, pero lo valoro en tanto que haga algo por el paciente. No era el concepto de la medicina en esa época, sobre todo en Austria y Alemania. Hay varios bichitos que le picaron a Freud. Vivió una pobreza acuciante. Su padre era muy exitoso en fracasar en los negocios. Por un lado, era un tipo timorato y, por el otro, era físicamente parecido a Garibaldi. Freud debe haberse hecho lío con eso. En Moisés y la religión monoteísta, llega a la conclusión de que Moisés era dos tipos distintos. Yo digo que se habrá basado en su propio padre. Mi mayor experiencia en el psicoanálisis es como paciente. No soy psicoanalista, podría decir que escritor sí, porque éste es mi libro número 50... pero si me pregunta “qué sos”, le digo “humorista”. Desde ahí escribí este libro.
–¿Y no hay, también, una mirada psicoanalítica sobre Freud, en esa indagación sobre su familia y el contexto en el que nace y crece?
–Sostengo a rajatabla que los humoristas y los psicoanalistas trabajamos de manera muy parecida: no inventamos; encontramos y descubrimos. Desde mi lugar de humorista me puse a buscar, a cavar, a ver qué encontraba, y ésa es una forma psicoanalítica. Pero no me puse a interpretar a Freud psicoanalíticamente. Juego con la posibilidad: “Capaz le pasó esto”. El psicoanálisis reclama un ámbito, es con un paciente que quiere analizarse, en un consultorio. Tiene que haber lo que en la jerga se llama “demanda del análisis”.
–La mirada humorística atraviesa también al psicoanálisis: en el libro repite que los psicoanalistas tienen el cuadro de Freud colgado en el consultorio. ¿Por qué será esto tan común?
–Las conclusiones del libro son todas preguntas. Una es ésa: entiendo por qué Anna Freud tenía esa foto en su consultorio, porque Freud era su papá. ¡Yo no lo haría! Freud fue su papá y su analista. Una de las siete escenas del libro es Freud analizándola. Ahora ningún psicoanalista analizaría a su hija. Eran las épocas del inicio... Hay que entender que todo esto fue hace un siglo. El problema no es que los psicoanalistas tengan el retrato de Freud, sino que no le recen cuando se va un paciente: que no se pongan ahí devocionalmente en la postura que cada uno elija y repita “San Sigmundo de Viena, patrono de los neuróticos, apiádate de mí, permíteme seguir escuchando a este tipo”. Venimos de una época en que aquello que se llama “encuadre” era mucho más rígido que ahora, para el paciente y para el analista. Si había una mancha en la pared, tenía que estar para siempre para que el paciente no se “psicotizara” (risas). Hay mucho cambio en estos 75 años. El martes 23 se cumplirán 75 años de la muerte de Freud.
–Su biografía combina lo real con su imaginación. ¿Cómo trabajó esta dualidad?
–Escribía los datos reales y los interpretaba humorísticamente. Freud estuvo dos años investigando la sexualidad de las anguilas: parece un chiste pero es real. A partir de eso, pude delirar tranquilo. Durante cuarenta años, Freud se preguntó qué desea una mujer. Terminó diciendo “no lo sé”, entonces durante todo el libro yo imaginé la pregunta por las anguilas: ¿qué quieren las anguilas? Tuvo una novia en la adolescencia, que en realidad no llegó a ser su novia, a la que llamaba “Ictiosauria”. Estos datos reales los interpretaba humorísticamente. Leí mucho: de las biografías, con la que mejor me llevé fue con la de Emilio Rodrigué, que se llama Sigmund Freud, el siglo del psicoanálisis (1996). Leí libros de gente que se oponía de algún modo a Freud o que formuló preguntas. Fui leyendo mucho de Freud y sobre él.
–¿Considera que es un libro que está escrito desde la admiración al personaje?
–Desde que empecé como paciente, me sentí ayudado y agradecido por la existencia de esta disciplina. Además, era una fuente de trabajo: me sale mucho el humor sobre psicoanálisis, hay un lenguaje que me gusta. Tengo una multiplicidad de sentimientos. Siento admiración y agradecimiento, al mismo tiempo me pregunto si no se habrá equivocado en algunas cosas. Lo ves en ciertas actitudes y te enojás. Pero en el fondo hay admiración cariñosa, no exenta de críticas. Hay una imagen en el libro en la que él está tapando a todos sus hermanos. Cuando escribo sobre Freud también estoy hablando de mí, es una manera de encontrar cosas de uno y de poder reírse de ellas. Y es, además, la posibilidad de que el lector se encuentre con cosas propias.
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