Viernes, 28 de noviembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › A LOS 94 AÑOS, MURIO LA ESCRITORA BRITANICA PHYLLIS DOROTHY JAMES
Su trabajo en el Departamento de Policía Criminal le permitió manejar una temática en la que se distinguió por sus tramas y su exploración de lo más oscuro del comportamiento humano.
Por Silvina Friera
La baronesa de la ficción policial británica, creadora del inspector Adam Dalgliesh y de Cordelia Gray, la primera detective privada mujer en la historia del género, murió ayer a los 94 años en su natal Oxford. Phyllis Dorothy James, más conocida como P. D. James, autora de veinte libros –Muertes pocos naturales, Mortaja para un ruiseñor, Sangre inocente, Intriga y deseos, Una cierta justicia y El faro, entre otros títulos en los que imprimió una vuelta de tuerca al género–, publicó su última novela, La muerte llega a Pemberley, una versión criminal de Orgullo y prejuicio de su admirada Jane Austen, en 2011. “Escribir novelas policiales es uno de los modos con los que alejo miedos atávicos de muerte e intento imponer orden y seguridad en un mundo muy desordenado. Trato de desinfectar el horror de la muerte”, confesaba la escritora que en 2013 dijo a la cadena BBC que estaba trabajando en una nueva historia de detectives y que para ella era importante “escribir una más”. La editorial Faber & Faber, que publicó toda su obra, la definió como una persona “excepcional, una inspiración y una gran amiga para todos”.
Autora consagrada, elogiada por la crítica y el público, la matriarca del crimen inglés del siglo XX nació el 3 de agosto de 1920. James estudió en la prestigiosa Cambridge High School for Girls, institución que debió abandonar a los 16 años para dedicarse a trabajar. Dos años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial se casó con el médico Ernest Connor Bantry White y tuvo dos hijas. Su marido volvió de la guerra esquizofrénico y estuvo internado en varias instituciones. Murió en 1964 y dejó a su familia en la pobreza. Antes de dedicarse a la escritura, trabajó como enfermera en un hospital, como administradora de un Centro de Salud Mental y en el Servicio Civil Británico. A partir de 1968 –cuando tenía tres libros publicados– se desempeñó como principal en el Departamento de Policía Criminal y llegó a ser administradora de Laboratorios Forenses de la policía británica, de donde le viene un saber sobre los procedimientos criminalísticos que ha explotado en sus celebradas novelas. En sus memorias La edad de la franqueza (1999) reveló que, a partir de 1977, gracias al éxito de su novela La muerte de un testigo, pudo dedicarse con exclusividad a la escritura.
“Un día me di cuenta de que no podía esperar más para escribir, pero no quería que mi primera novela fuese una biografía de mis dificultades. Decidí escribir una novela de crímenes: me gustaba leerlas, amo su estructura con principio, nudo y desenlace –mi escritora favorita es Jane Austen, justamente por su dominio de la construcción narrativa– y creo que encierran algo verdadero sobre los seres humanos y sobre la sociedad en la que viven. Son novelas que ayudan a comprender el mundo, que ponen orden donde hay desorden”, explicó James. Su primera novela, Cubridle el rostro (1962) –en la que aparece por primera vez el poeta e inspector de Scotland Yard Adam Dalgliesh, su personaje más famoso–, tiene un aire de familia con las obras de Agatha Christie, esos casos de Poirot o Miss Marple en los que ni siquiera el asesinato logra trastrocar el orden establecido. James tomó prestado el apellido de una antigua profesora escocesa para crear a Adam Dalgliesh, a quien dotó de las cualidades que ella elogiaba: inteligencia, valor y compasión. Como quería que tuviera un interés artístico, lo convirtió en un detective poeta que escribe y publica poesía, inteligente y sensible a la belleza, probablemente la versión masculina de la escritora. Su réplica femenina nació una década más tarde con Cordelia Gray, protagonista de Un trabajo poco adecuado para una mujer (1972) y La calavera bajo la piel (1982). Cordelia, huérfana de padre anarquista, investiga crímenes como medio de vida. A diferencia de Philip Marlowe, ella es capaz de aceptar todo tipo de casos.
“Mis libros reflexionan sobre la complejidad de la condición humana, no existen los buenos o malos de una pieza, hay muchos grises en todos nosotros”, reconocía James, una escritora que solía releer a sus preferidos: Austen, Evelyn Waugh, Anthony Trollope y Henry James. “No creo que ningún escritor sepa de dónde viene la inspiración, ese conocimiento de la naturaleza humana. Desde niña era consciente del hecho de la muerte, y también de que mis mayores no siempre decían la verdad, de que eran más complejos de lo que mostraba la superficie. No puedes aprender ese instinto, ni desarrollarlo si no lo tienes ya, y supongo que es una bendición a una maldición, dependiendo de cómo lo utilices”, comentaba sobre su reconocida habilidad para el retrato psicológico. En sus novelas disecciona la sociedad británica, examina el sistema legal y los privilegios inherentes a una clase social, entre otros asuntos. “Es cierto que mis personajes abordan cuestiones actuales como el precario estado de la educación –Muerte en la clínica privada–, la institución de la Iglesia –Muerte en el seminario– o el debate sobre la experimentación con animales en el laboratorio –El Faro–. El escenario de mis novelas es la Inglaterra de hoy, pero yo no pretendo hacer crítica social”, aclaraba la escritora que en 1991 recibió el título nobiliario de baronesa de Holland Park, otorgado por la reina de Inglaterra como homenaje a sus méritos literarios. Si la literatura es el territorio de las ambigüedades, en el campo de la política profesaba un conservadurismo a la inglesa: “No pertenezco a ningún partido, pero mis instintos están con los tories (conservadores) porque creo principalmente en la libertad del individuo”.
La excepción a la regla policial es The Children of Men (1992), traducida al castellano como Hijos de hombres y adaptada al cine por el realizador mexicano Alfonso Cuarón, una novela de ciencia ficción en la que James imaginó un mundo sin esperanza de futuro en una Inglaterra dictatorial y desoladora de 2021, justo cuando acontece la muerte del último ser humano nacido sobre la faz de la Tierra. “Una novela no puede ser sólo un trozo crudo de experiencias personales, aunque sea trágico y atrapante”, se lee en sus memorias. “Estamos obligados a usar nuestra propia vida como material –¿de qué otra cosa disponemos?–, pero un novelista debe ser capaz de dar un paso al costado de sus experiencias, observarlas objetivamente sin importar cuán dolorosas sean, y darles una forma satisfactoria. Es esta capacidad para tomar distancia de las propias experiencias, para describirlas con emoción controlada lo que hace a un novelista”. Murió en paz –aseguró un portavoz de la familia– la encantadora anciana de prosa detallista, sosegada y elegante, la exploradora de los rincones más oscuros del comportamiento humano.
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