LITERATURA › CATHERINE MILLET Y EL MATERIAL AUTOBIOGRáFICO DE SU OBRA
“Escribir en primera persona, al igual que el goce sexual, me distancia de mí misma”, argumenta la escritora, que visitó el país para el reciente Filba. La vida sexual de Catherine M. vendió más de tres millones de ejemplares y se tradujo a 45 idiomas.
› Por Silvina Friera
La niña francesa que soñaba encima de sus libros o delante de la ventana con ser una actriz de cine o una escritora como Françoise Sagan, nació en un barrio de la periferia parisina, en un medio sin muchas perspectivas intelectuales. A los 18 años decidió huir de esa estrecha atmósfera familiar con el único equipaje de sus lecturas. Una lucidez subliminal, una clarividencia incipiente, la orientaba: la certeza de encontrar en los libros, en las obras de arte, el acceso a una forma de vida distinta. Pronto se desplazó del arrabal oeste de París al mundo del arte en el barrio de Saint-Germain-des-Prés. Y pasó de un hombre a otro –de orgía en orgía–, una amplitud y eclecticismo que nunca ha ocultado; liberación del cuerpo y los deseos en un proceso expansivo que no tropezaba con ningún obstáculo. Excepto los padres, mientras vivían, y el sufrimiento por los celos, cuando descubrió que su marido también tenía una intensa vida sexual con otras mujeres. La escritora y crítica de arte Catherine Millet, autora de La vida sexual de Catherine M. y Celos, fundadora y directora de la prestigiosa revista Art Press, se presentó en el Festival Internacional de Literatura (Filba) y dio una charla en el Centro Cultural Kirchner. “Escribir en primera persona, al igual que el goce sexual, me distancia de mí misma”, confiesa Millet en la entrevista con Página/12.
Una advertencia se impone para los oídos de los lectores rioplatenses y de América latina. Habrá que tratar de digerir, como cada uno pueda, la traducción de los libros de Millet. “En las partouzes más concurridas en las que participé (...), podía haber hasta ciento cincuenta personas, más o menos (no todas follaban, algunas sólo habían ido a mirar), de entre las cuales podemos calcular que yo acogía el sexo de alrededor de una cuarta o quinta parte, según las modalidades: en las manos, en la boca, por el coño y por el culo. A veces intercambiaba besos y caricias con mujeres, pero eso era secundario”, se lee en La vida sexual de Catherine M. (Anagrama), publicado en 2001 en Francia. “Hoy soy capaz de contabilizar cuarenta y nueve hombres de los que puedo afirmar que su sexo ha penetrado en el mío y a los que puedo atribuir un nombre o, por lo menos, en algunas casos, una identidad. Pero no puedo computar a los que se confunden en el anonimato”. La frontalidad de la narración no se detiene en el primer plano numérico. “Una mano frotaba con un movimiento circular y cuidadoso la parte accesible del pubis, otra rozaba ampliamente todo el torso o bien prefería excitar los pezones... Más que las penetraciones, me deleitaban esas caricias, y en particular las de las vergas que se paseaban por toda la superficie de mi cara o frotaban el glande contra mis pechos. Me gustaba mucho atrapar al vuelo una polla con la boca y deslizar mis labios sobre ella mientras otra se acercaba a reclamar su ración por el otro lado, en mi cuello tenso. Y girar la cabeza para apresar la nueva. O tener una en la boca y otra en la mano”.
Hay dos explicaciones posibles del éxito que tuvo este libro, que vendió más de tres millones de ejemplares y se tradujo a 45 idiomas. “No había un libro escrito por una mujer que sea tan realista y preciso respecto al sexo”, explica Millet. “La segunda razón es mi propia personalidad. Yo aparezco ante los ojos de la gente como una mujer normal, que tiene una profesión con cierto prestigio y vive con su marido. Por eso era muy fácil identificarse conmigo más que si hubiera sido una prostituta o una actriz porno”.
–Sobrevuela en ese libro una fantasía con la prostitución, ¿no?
–Sí, la fantasía de la prostitución está muy presente. Me di cuenta hablando con muchas mujeres y algunas amigas. Pero hay que separar claramente lo que uno puede hacer verdaderamente en la vida y las fantasías que tiene. Uno tiene derecho a tener fantasías contrarias a la propia moralidad y a los propios valores.
–El otro fantasma que aparece son los celos, tema al que le dedica otra novela. ¿Cómo funcionan los celos respecto de la sexualidad?
–Los lectores atentos pudieron percibir que los celos estaban muy presentes en La vida sexual de Catherine M. Durante mucho tiempo, como era un sentimiento contrario a mi propia filosofía libertaria, rechazaba los celos, no los quería ver. Incluso aquellos que son libertinos conocen bien los celos y hasta saben que pueden ser un aguijón. Un día mis celos tomaron una dimensión morbosa, desmesurada, y eso fue lo que quise narrar en Celos. Más que el sufrimiento suscitado por los celos, al principio lo que me dolía es que me encontraba en contradicción con mi propia ideología.
–¿Sentía que los celos se correspondían más con el modelo de una mujer conservadora?
–Sí, puede ser, es una cuestión interesante... Me identificaba con una mujer convencional, burguesa, y esa identificación me ayudó en el sentido de que uno se siente mejor cuando pertenece a una comunidad. Esa comunidad era la de una mujer de cierta edad que era engañada por su marido con mujeres más jóvenes; una pertenencia que resultaba muy cómoda y satisfactoria. La segunda respuesta posible es que los celos no son propios de las personas conformistas y burguesas, sino que es algo que está arraigado en lo más hondo del ser humano. La libertad sexual no acaba con el problema de los celos.
–¿Se podría afirmar que la libertad sexual empieza con la ilusión de terminar con los celos y se encuentra con los celos como propio límite?
–Absolutamente. Yo pertenezco a la generación del 68 y viví ese mito de la liberación sexual. Pensábamos que podríamos superar los celos, pero era una utopía.
Millet es consciente del contraste que se genera entre la lectura de sus páginas autobiográficas –con las fantasías que despierta– y la expectativa de verla cara a cara. Por sus libros –los dos que se han publicado en castellano– es fácil catalogarla como una persona sin prejuicio alguno, excepcionalmente desinhibida y extrovertida. Más allá de la amabilidad, la directora de Art Press parece lidiar con los resabios de una añeja timidez. “Para escribir sobre mi vida sexual, tuve un modelo inicial que en realidad no me sirvió mucho; es un autor anónimo inglés de finales del siglo XIX, que escribió un enorme libro muy descriptivo, un diario con sus aventuras sexuales. Mi editor me sugirió que tenía que escribir algo tan preciso como eso, pero ese libro me pareció demasiado aburrido. Yo intenté hacer un relato verdadero sobre mi propia vida sexual. Cada vez me interesa más adentrarme en la verdad, pero desde una estructura de novela”, plantea la narradora francesa.
–Hay una sensibilidad en La vida sexual de Catherine M. que tiene que ver con el aire y la naturaleza. ¿De dónde viene eso?
–No lo sé, pero a lo mejor tiene que ver con que tengo un punto de vista muy relativo sobre mí misma. Me considero una parte ínfima de un mundo inmenso. Mi conciencia no me separa del resto del mundo, sino que me aferra estrechamente al mundo en que vivo. Yo no soy una simple espectadora de un paisaje hermoso que me conmueve, sino que siento que integro ese paisaje. Por otra parte, vengo analizando al escritor D. H. Lawrence, el autor de El amante de Lady Chatterley. En las novelas de Lawrence hay escenas donde los personajes están totalmente desnudos, se revuelcan por el pasto y gozan de estas situaciones; es un hedonismo al cual soy particularmente sensible.
–¿Establece una diferencia entre literatura erótica y pornografía?
–Yo no creo que haya una diferencia verdadera entre erotismo y pornografía. Me parece que las sociedades son cada vez más tolerantes con las descripciones fidedignas y reales del acto sexual. Después de la publicación de La vida sexual de Catherine M. pude asistir a reacciones muy contradictorias. Algunos me dijeron que habían leído mi libro como literatura, pero que también había pasajes muy insinuantes y demasiado explícitos. Otros, en cambio, no se excitaron para nada con lo que contaba y no lo consideraron literario. Hace unos días leí en un periódico francés una nota sobre una mujer que se exhibe en la webcam. Lo que me hubiera interesado conocer es las sensaciones que tiene esta mujer cuando se exhibe desnuda; las repercusiones que tiene en su vida sentimental, o sea el análisis que haría esta mujer de lo que está haciendo.
–En La vida sexual de Catherine M. se menciona algunas personas que miran pero no participan activamente de las partouzes. ¿Cómo explica ese mirar y no participar?
–Yo estuve en los dos lugares: el de la persona que mira y en el de la persona que participa. Uno puede sumergirse, formar parte de la naturaleza, pero de vez en cuando también es necesario tomar distancia para poder observar y reflexionar sobre lo vivido.
–¿Cómo se llama la novela sobre su niñez que se publicó el año pasado en Francia?
–Une enfance rêve (“Una infancia soñada”). En esta novela se cuenta una infancia en la que todos los miembros de la familia discutían mucho y siempre se estaban haciendo algún drama. Yo era una niña muy ensimismada en los sueños, en las fantasías y en la lectura. Yo soñaba con ser una actriz de cine o una escritora. Yo quería ser como Françoise Sagan (risas). El libro habla mucho de la sexualidad de mi madre y de mi padre.
–Empezó escribiendo sobre sus experiencias sexuales, luego pasó a los celos y su último libro es sobre su infancia. ¿Qué reflexión le merece esta manera de transitar literariamente su vida?
–A lo mejor cuando uno empieza a escribir arranca con lo inmediato, con las experiencias más cercanas. Después, a medida que uno va escribiendo, necesita volver hacia atrás para encontrar explicaciones en el pasado.
La directora de Art Press, una de las publicaciones de arte más influyentes de Francia, subraya que esa revista “continúa luchando en el campo artístico, ideológico y filosófico”. Aunque pondera la profundidad y honestidad de los relatos autobiográficos de Simone de Beauvoir, aclara que la autora de La mujer rota nunca fue un paradigma de escritura para ella. “Mi modelo es Jean-Jacques Rousseau”, cuenta. “Me gusta la manera que tenía de hablar de sí mismo y me interesa que haya contado varias veces, y de distintas maneras, su vida. Hay un texto maravilloso de Rousseau que es un diálogo que él tiene consigo mismo, en el que se desdobla y utiliza los argumentos que ha escuchado de otras personas. Hay otro autor, quizá un poco inesperado, que es Salvador Dalí, que escribió mucho sobre su propia vida y yo escribí un libro sobre él. Dalí es un gran pintor y también un gran escritor”.
–Si tuviera que contar en pocas palabras quién es Catherine Millet, ¿se definiría como una libertina del siglo XXI?
–Sí, me podría definir como una libertina del siglo XXI porque el origen de la palabra libertino es la expresión francesa librepensador, que viene del siglo XVII. Los librepensadores no creían en Dios y se sentían libres respecto de la moral religiosa. De ahí viene el sentido de libertad sexual como palabra moderna. La libertad sexual es una libertad moral, porque al fin y al cabo no hay una instancia religiosa que nos juzgue y podemos ser libres.
–¿Cree que hay un límite como escritora de novelas autobiográficas para trabajar con los materiales de su propia vida?
–No, no hay límites. Pero la pregunta que uno tiene que hacerse cuando escribe tiene que ver con la intimidad de los demás. El desafío de la escritura es poder hablar de los demás sin lastimarlos. Ese es el auténtico trabajo del escritor.
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