Viernes, 3 de junio de 2016 | Hoy
LITERATURA › ALEJANDRA CORREA PUBLICO MANERAS DE VER MORIR A UN PAJARO
En su sexto poemario, la notable poeta y artista visual propone su mirada sobre “la fragilidad frente al poder”. La autora de El grito y Donde olvido mi nombre lo hace sumando voces y tonalidades diversas, a modo de collage.
Por Silvina Friera
La infancia de la poeta y artista visual Alejandra Correa, uruguaya que vive desde los tres años de este lado del Río de la Plata, fue entre hilos, agujas y telas. De su madre modista heredó la paciencia de componer mundos a partir de retazos. En su taller, una de las habitaciones de su casa en Parque Centenario, el color sepia reina en vestidos armados con papeles antiguos, frases de libros de gramática, piedritas, mostacillas, canutillos o perlas cosidas a mano. De niña jugaba con paper dolls y tal vez ese recuerdo la haya guiado en los primeros pasos que dio en el collage con origamis de vestidos. “Otilia florece en el molde” –un homenaje a la mujer que amó César Vallejo en una obra que borra la frontera entre el texto y lo textil– es como un viaje hacia las páginas de las revistas femeninas de la década del 50. Correa acaba de publicar el extraordinario Maneras de ver morir a un pájaro –su sexto poemario que ganó en 2014 el Segundo Premio Nacional de Literatura de Uruguay en Poesía inédita– en La gran Nilson, una nueva editorial que fundó junto con la poeta Julia Magistratti. “Las aves van en hipnótica marcha/ tras las islas flotantes/ sinuoso destino que les impone el agua/ Leguas y leguas de vuelo y de promesas/ para caer ebrias/ cuando el sol las hiere/ con sus finos arpones”, se lee en uno de los poemas.
Correa –creadora de la Audiovideoteca de Escritores y del Festival de Poesía en la Escuela– cuenta a Página/12 cómo surgió su último libro. “Hay una nota que leí sobre la muerte de 5000 mirlos en Arkansas, un día de año nuevo, en un momento en que estaba leyendo Trece maneras de mirar a un mirlo de (Wallace) Stevens. Eso generó una chispa que me llevó a preguntarme qué pasaría si las aves empezaran a caer del cielo y a morirse”, plantea la autora de Río partido, El grito y Donde olvido mi nombre, entre otros libros.
–“Comparte la ruta de toda carne:/ volver a nacer hacia el dolor del mundo”, se lee en el primer poema. El dolor conecta a todas las especies, ¿no?
–Compartimos el dolor y el destino final: somos carne que se va a degradar y que va a producir otra vida. La muerte es un proceso natural que tiene que suceder para que otros nazcan. Pero también algo siempre va a perdurar: el alma. El pájaro cae y ese cuerpo que luego se va a descomponer alimentará al árbol en el que cantan sus hijos. Lo que está muy latente en el libro es el tema de los ciclos, la vida y la muerte, y cómo nos olvidamos en las sociedades en que vivimos de esta ritualidad. Aparecen más voces: un niño, una niña, unos ancianos; hay una artista Annette –por Annette Messager–, que tiene una obra que es como una mesa con todos los pajaritos muertos, abrigados con ropita tejida al crochet, que me parece impresionante. Tanto la niña como la artista de los poemas lo que hacen con la muerte es resignificarla, es hacer de esa muerte otra cosa. Me di cuenta de que el libro tiene mucho de collage: hay muchas voces, distintas tonalidades, cosas que son más líricas, otras menos líricas, y entra el diálogo.
–¿Antes no entraban tantas voces en sus libros de poesía?
–En Los niños de Japón hay voces, aunque creo que se parecen bastante porque el yo poético está desplazándose por personajes, pero hay una voz poética que es la misma. En Maneras de ver morir a un pájaro por primera vez logré dejar que tomen la posta otras voces y a la vez jugar, porque hay referencias a muchos autores. El collage me trajo esa fluidez de poder cortar y pegar y creo que eso se ve en el libro. La técnica de collage, que es surrealista, consiste en mezclar planos de sentidos que pueden estar dados por el recorte de un material: papel, tela o cualquier otra cosa.
–¿Por qué mueren los pájaros en el poema? ¿Mueren de miedo, como andan diciendo en el pueblo?
–Yo tomé lo que decían sobre por qué habían muertos los mirlos en Arkansas. Algunos decían que era un virus, otros hablaban de los experimentos militares y otros del cambio climático. Me parece una humorada que se mueran de miedo por lo que dice el intendente: “mirá, dibujala… mientras no sean los pibes que caigan como chorlitos”… Estamos hablando de los agroquímicos; los pájaros también mueren por los agroquímicos. El libro habla de la fragilidad frente al poder porque algo tan aleatorio como puede ser que aparezcan algunos pájaros muertos está planteando hasta dónde llega el poder de las corporaciones que están buscando recursos. Y vienen por nosotros porque ya no hay agua, no hay petróleo, no hay comida…
–¿Quizá la poesía sea el género más contrario al poder, el que más lo cuestiona?
–Me encantaría, pero no sé si es así. La poesía es una manera humilde de cuestionar el poder. Podemos pensar que la poesía es como esa gotita que va horadando acá y allá y de golpe un día vemos lo que está pasando… Pero la verdad es que hay momentos en que pienso que la poesía es una hormiga peleando con un elefante (risas).
–¿Por qué decidió fundar una editorial junto con la poeta Julia Magistratti?
–Queremos editar libros de poesía con total libertad, sin tener que pedirle nada a nadie. Ya armamos un pequeño circuito y los libros se consiguen en las librerías Norte, Alamut, en la librería Mi Casa de Nurit Kasztelan y en la tienda virtual El otro cielo (www.elotrocielopunto.com
–¿Va a continuar el Festival “Poesía en la Escuela”?
–Sí, ahora más que nunca tiene que seguir. En septiembre vamos por la octava edición. Hay mucho que se hizo que hay que sostener en estas épocas difíciles en que los primeros damnificados son los frágiles de este mundo.
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