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Lunes, 4 de diciembre de 2006

LITERATURA › EL CURIOSO CASO DE CESAR MERMET, UN AUTOR QUE A SU MUERTE DEJO INEDITAS MAS DE MIL PAGINAS DE POESIA

Retrato del poeta invisible, por voluntad y elección

Trabajó en tv, radio y publicidad, pero se pasó toda la vida escribiendo. Prefirió no publicar. Por iniciativa de Félix della Paolera y de Pedro Mairal, entre otros, se acaba de publicar una antología que empieza a rescatarlo.

 Por Silvina Friera

Nadie se esmeró tanto en ser un escritor “invisible” como César Mermet. Y sin embargo, esta opción por mantenerse al margen del circuito editorial no implicó que renunciara a la escritura. Cuando murió en 1978, a los 54 años, no había publicado un solo libro, y sin embargo, había dedicado su vida a escribir más de mil páginas de poesía. A un gesto módico, de bajo perfil, le corresponde el legado de una obra desmesurada. Félix della Paolera –su amigo y casi su único lector– recibió en varias cajas todos los papeles del poeta. En 1980 publicó La lluvia –con un prólogo de Borges (ver aparte)–, un largo poema que Mermet había escrito en 1951. El resto de esos papeles permaneció guardado durante veinte años hasta que hace seis años el propio Della Paolera, Pedro Mairal, Alejandro Crotto, Enriqueta Racedo y Marcos Soldatti decidieron clasificar, ordenar y pasar en limpio los borradores –algunos poemas tenían hasta once versiones– para publicar una Antología, a modo de presentación en sociedad y puerta de entrada a la poesía de Mermet. Pero el proyecto de mostrar el verdadero rostro de este poeta invisible continuará con la publicación de su obra completa: Nadador del estío, El pan, Maneras de ausencia, Malabrigo, Callarse la naranja, Los tres caballos y Yo no estuve allí.

Mermet nació el 11 de octubre de 1923, en Malabrigo, un pueblo al norte de la provincia de Santa Fe. Su padre era ingeniero ferroviario, lo que llevó a la familia a vivir en distintas ciudades del Litoral. Escribió sus primeros poemas a los veinte años en Paraná, y sus poetas predilectos fueron desde entonces Garcilaso, Quevedo, Lope y, entre los de este siglo, Antonio Machado y Jorge Guillén. Al margen de los españoles, su interés por Ezra Pound, Dylan Thomas, Rimbaud, Rilke, Saint John Perse, entre otros, reafirman su invariable adhesión a los valores sustantivos de la palabra. “Mermet rechazaba la esquemática y reductiva distinción entre forma y contenido, profesaba la convicción de que la especificidad del lenguaje es indiscernible de la esencia de la cosa nombrada. De ello es testimonio su obra entera”, sostiene Della Paolera. En 1951, cuando se mudó a Mendoza, el poeta ganó el Primer Premio de Poesía de la provincia con La lluvia, un extenso poema de rara originalidad y belleza que el jurado reconoció unánimemente. El premio incluía también la entrega de una suma de dinero al autor para editar el libro. Pero el ganador prefirió invertirla en un viaje a Chile. Después se casó, se radicó en Buenos Aires y trabajó en televisión, radio y publicidad. Mermet continuó escribiendo sin parar. Comenzó a agrupar y a seleccionar algunos de sus poemas para publicarlos, pero desistió de la empresa porque corregía, reescribía, ampliaba las versiones y se le ocurrían nuevos poemas, como si germinaran en un proceso que él no podía ni quería detener, como si no fuese posible llegar a una versión definitiva.

“Era un crecimiento botánico el de sus poemas –explica Pedro Mairal en diálogo con Página/12–; quizá publicarlos significaba para él detener esa cualidad arborescente de su poesía.” Mairal cuenta que esa condición de inédito dejó de ser una “actitud ambivalente”, y pasó a ser una decisión consciente y clara, “una manera de ausentarse, de anularse él y transformarse o traspasarse a su obra”. En pocos autores, según Mairal, se da tan claro como en Mermet esa frase de Emerson citada por Borges: “El hombre es la mitad de sí mismo, la otra mitad es su expresión”. El autor de El año del desierto recuerda que Mermet escribió en una carta: “Cambié por la palabra mi vida”. Y en otra: “Perderme en la comunicación es mi salvación efímera. Mi trascendencia”. Para Mairal es como si Mermet se hubiera transparentado. “Esa era su apuesta: dejar todo su ser en su obra, omitirse de su vida, faltar.” En el poema La selva clara dice el poeta: “Algunos pasan a sustancia hablada / y son vividos en el sonoro hálito de los venideros”.

“Hay personas cuyo destino no se cancela con su muerte, sino que su destino se cumple después de su muerte”, opina Mairal. En el poema Demóstenes Mermet escribió: “Aquel a quien trajeron para que germine tras de sus huesos”. “El caso de Mermet es paradigmático en ese sentido, porque él optó por ser su obra leída, por ser su palabra –añade el autor de El año del desierto–. Este trabajo de recopilar y dar a conocer la obra de Mermet es muy gratificante para los que lo hicimos, no sólo por lo que aprendimos sino porque es como hacer que se cumpla el destino de un hombre, de un poeta.”

Mairal sostiene que lo que más le interesa de la obra de Mermet es “su calidad y dimensión poética, porque abarca diferentes temáticas, desde lo objetivista (objetivada) con su ‘entrada en la materia’ en poemas como La sandía, para hablar de los que están en la antología; los poemas que exploran temas sociológicos hasta convertirse en poemas-ensayos, como Shopping Center; los poemas acerca de la existencia de la falta como Maneras de ausencia; poemas eróticos o de amor, Como friolenta virgen; la presencia de un humor sabio mezclado con la reflexión metafísica, como en Aforismos del micro. Es una poesía inteligente, nunca gratuita o ‘porque sí’, desmesurada muchas veces, difícil, que exige relecturas”. Según Mairal, existe una relación entre su modo de vivir al margen y su manera de concebir la poesía, de trabajar el poema: “Hay una correspondencia entre su marginalidad voluntaria y su poesía con una mirada totalmente distinta, no influenciada por las poéticas de su época. No parece haberse entregado a ninguna obligación estética de su tiempo. Es una poesía quizás influenciada –en el mejor sentido– por su oficio en publicidad, por esa mirada que explora el objeto hasta enrarecerlo y captar su esencia. Parece ir en el camino opuesto a la poesía coloquial o surrealista y descontrolada o vaga, es una poesía trabajada, rigurosa, precisa, de enorme lirismo, desbordante pero siempre controlada, nunca común ni trillada”.

El “caso” Mermet no entraría en el paradigma de “la literatura del No”, término acuñado por el escritor español Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía para aquellos escritores que, como el inolvidable personaje de Melville –ese abúlico y desganado oficinista que responde a todas las propuestas que le hacen con la famosa frase “preferiría no hacerlo”–, en un momento determinado deciden dejar de escribir para siempre (o durante un largo período de sus vidas) como una radical opción literaria. No hay en Mermet rastros del síndrome de Bartleby, como en Rimbaud, Rulfo, Salinger, Walser. Escribir, siguió escribiendo; hasta se podría decir que su devoción por la escritura lo haría engrosar las filas de los antibartlebys (Vila-Matas menciona el ejemplo de Georges Simenon, quien llegó a escribir una novela por semana). Quizás en lo único en que se asemeja Mermet con los afectados por el síndrome de Bartleby es que tuvo una postura radical, no en cuanto a la escritura sino a la publicación de su obra. Tal vez sin saberlo, el poeta argentino reescribió la célebre frase del personaje de Melville: “Preferiría no publicar”.

“Ahora, el fervor de otros poetas hará posible –como señala Della Paolera en el prólogo de la Antología– que ese único lector se multiplique, y el goce de esa espléndida escritura, más que restringido, acaso llegue a ser unánime.”

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Mermet murió en 1978 a los 54 años. Borges admitió haberse emocionado con su obra.
 
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