Lunes, 4 de diciembre de 2006 | Hoy
LITERATURA
“¿Sabés que ando como entre dos tiempos, caminando por la calle?, ¿que ando soñando, como extático, como distraído hacia lo hondo, como olvidado y en plena memoria, en el seno de la memoria... como en pleno deslumbramiento del único recuerdo importante, como ciego y vidente, como flotando y pesado, ligero y denso, ambulante y rectilíneo, deambulando y clavándome en un punto al que soy lanzado como una flecha...?” “Sé decirte que quisiera morirme en medio de una última experiencia como ésta, que es duro seguir viviendo con la perspectiva de caer a la ridícula mentira del tiempo puro. Mentira. Sartre miente. Ahora lo sé de cierto. No vivimos o no deberíamos vivir, o no es nuestro destino vivir en el tiempo. Sino en un filo de navaja, en un borde, en un cruce, en una intersección del tiempo y la eternidad. Eso es lo que siempre supo el poeta, que amó en lo único su unicidad y su universalidad, su singularidad y su esencia total, participante de todo. Y la condición temporal, limitada, efímera, y a la vez la inexplicable eternidad de seres y cosas, que se revela con cierta mirada. Y es con la condición de que sepamos mirar de esa manera que la moral se cumple, que la caridad tiene lugar, que el poema nace, que la vida es justa, que la comunicación existe, que el arte es verdadero, que la creatura se salva... Y privado de esa visión, se pierde. Penosamente se pierde. Y el infierno es el tiempo. Caer a condición de condena y sujeción del tiempo y del espacio...”
* Fragmento de una carta de César Mermet, dirigida a Félix della Paolera en agosto de 1965.
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