Sábado, 30 de diciembre de 2006 | Hoy
LITERATURA › CARLA GUELFENBEIN, AUTORA DE “LA MUJER DE MI VIDA”
En su libro, la escritora chilena balancea un triángulo amoroso con sus recuerdos de los tiempos de exilio en Inglaterra.
Por Silvina Friera
Ya no se siente la rara de la película, la única del grupo que estudiaba biología y andaba con ratones tratando de explicar procesos biológicos en inglés. “Estaba un poquito chalada”, admite la escritora. Lo único que en Carla Guelfenbein permanece de los tiempos de exiliada en Londres es su cuerpo de bailarina. “Pero era malísima bailando”, se ríe. Algunos de esos recuerdos fueron a parar a las páginas de La mujer de mi vida (Alfaguara), el libro más vendido durante 2005, “la novela del año”, según los lectores de El Mercurio. La historia arranca con el entierro de Antonio, ex militante socialista muerto aparentemente en un accidente en la Navidad de 2001. El que cuenta los pormenores es Theo, amigo y compañero de Antonio en la Universidad de Essex. Hace quince años que no se veían y a medida que se despliega la trama, se irán revelando las causas de esa distancia. Clara, el personaje que completa el vértice de este triángulo amoroso, es hija de desaparecidos y compartió con estos dos hombres el exilio en Inglaterra. A diferencia de Clara, Guelfenbein no es hija de desaparecidos. Su madre era militante del Partido Socialista y profesora de la Universidad de Chile cuando fue secuestrada. “Estuvo una semana desaparecida hasta que la soltaron, y nos fuimos –cuenta–. Fuimos a Inglaterra ella y yo, porque mis hermanas tenían que terminar el colegio, pero mi madre enfermó de cáncer y tuve que llamar a papá para que viajara antes. A los pocos meses mi mamá murió y nos quedamos en Inglaterra”.
–¿Cómo vivió la muerte de Pinochet?
–La sociedad chilena está mucho menos dividida de lo que señaló la prensa. Si se contrapone la imagen de quienes lloraron sobre la tumba y el jolgorio de la gente que festejó la muerte, parecería que fueron equivalentes. Pero la verdad es que es mucho más alto el porcentaje de chilenos que sintieron alivio. No sentí felicidad –no por un problema de culpa cristiana ni mucho menos– sino una gran frustración, porque murió tranquilo en su cama de hospital, sin haber sido condenado y habiendo engañado a la Justicia chilena. Como no fue condenado, cabe la posibilidad de que su fortuna malhabida termine en manos de su familia. Como chilena, lo que espero es que la Justicia esta vez tenga la convicción y la fortaleza para exigir las pruebas de la procedencia de esos fondos, porque ninguna de las funciones que ejerció, ni como presidente, comandante de las FF. AA. o senador, le hubieran permitido reunir ese dinero.
–Antonio no se adapta a las nuevas reglas de juego de la democracia chilena. ¿Es representativo de ciertos militantes chilenos que se quedaron fuera del mapa político?
–Antonios hay muchos, no digo que sean la mayoría porque quedan muy pocos y pasó mucho tiempo. Pero cuando recién recuperamos la democracia, había una generación que había sido educada y preparada, que estaba mentalizada y formada para la lucha; querían darles sentido a sus vidas recuperando la democracia de manera personal, heroica. Pero la democracia llegó por consenso y muchos quedaron marginados del proceso democrático porque no se habían preparado para sumarse a una instancia de esa naturaleza. Y quedaron dando vueltas, no encontraron su lugar en esta nueva sociedad.
–¿De qué manera el ambiente y el contexto político de su exilio entró en la novela?
–Cuando publiqué mi anterior novela, El revés del alma, era muy consciente de que no estaba todavía preparada para dar cuenta de mi propia experiencia como exiliada, que necesitaba tomar más distancia y tener más madurez; sabía que era algo tan importante que tenía que manejar muy bien todas las cuerdas narrativas porque además de que era un tema riesgoso, me importaba muchísimo. Con La mujer de mi vida sentí un compromiso emocional conmigo, con mis padres, con mi familia. Clara, la protagonista, es una chica que no se siente completamente chilena ni completamente inglesa en el exilio porque es joven y recién está empezando a mirar el mundo. Cuando estudiaba biología los ingleses me llamaban the chilean disaster, porque hacía unos experimentos que siempre explotaban (risas). Me lo decían con cariño, pero la verdad es que era un bicho raro. Clara representa muy bien mi sentimiento en el exilio. No soy hija de desaparecidos, pero compartimos un sentimiento de extrañeza muy similar.
–¿Le costaba ser crítica con la generación de sus padres?
–Sí, no fue fácil porque era gente admirable, inteligente, intelectuales abiertos y permisivos. Pero pude ser crítica aislándome. Siempre fui muy solitaria y de aislarme, y este aislamiento me permitió crear un mundo personal en donde la escritura fue mi refugio, mi faro, un lugar al que podía acudir libremente.
–¿Por qué decidió estudiar biología si ya escribía?
–En Chile tenía un grupo de amigos muy eclécticos. Yo cantaba, tocaba la guitarra, componía y dibujaba. La naturaleza me alucinaba, pero no era sólo yo, todos hacíamos lo mismo. Pensé que una manera de acercarme a la naturaleza era entendiendo sus procesos. Fue enriquecedor, aunque a poco de recibirme de bióloga me di cuenta de que no iba a hacer carrera. Quizá si hubiera estudiado en Chile ahora sería bióloga, pero el exilio, la dificultad del lenguaje y el aislamiento por estudiar algo que ninguno de mis amigos estudiaba me produjo una sensación de soledad sin límite. Era como si estuviera dentro de un hoyo: intentaba comunicarme con mis amigos y nadie me entendía. Yo hablaba de los procesos biológicos, andaba con mis ratones en los bolsillos, con mi biología, y ellos me hablaban de semiología, de Barthes (risas). Aunque obtuve una beca para ir a estudiar a Cambridge, entré en crisis y me tomé un año. Empecé a escribir cuentos para niños sobre procesos biológicos; los escribía, los dibujaba, y de alguna manera empecé a conjugar todas las cosas que me gustaban: la escritura, el dibujo, el diseño y la biología. La escritura es el amor de mi vida; mi ritmo de vida se adapta muy bien al ritmo de la escritura.
Guelfenbein confiesa que con La mujer... le interesaba mirar el mundo desde una mirada masculina. “Después apareció con fuerza la amistad y el deseo entre dos hombres y una mujer, un triángulo en el cual las pulsiones fluyen entre las tres partes –explica la escritora–. La amistad tiene mucha relación y similitud con el amor”.
–¿Cómo se relacionan?
–Freud es muy explícito y dice que toda relación humana tiene un trasfondo inconsciente sexual. Pero la amistad es la única relación humana que es completamente libre. Tú no eliges ser “hija de” o “hermana de”; sí eliges ser “esposa de”, pero también hay leyes que estipulan esa relación. La amistad, en cambio, es una relación libre y manifiesta mejor que ninguna otra la dimensión ética del ser humano.
–¿Cuál es el límite para usted entre la amistad y el amor?
–No hay una línea divisoria clara; algunos pueden decir que el límite es el sexo, pero no estoy segura de que sea así. Por eso me parece interesante, porque es explorable pero no definible. Antes había normas estipuladas, aunque la realidad contradijera estas máximas, pero estaban, eran un punto de referencia a la hora de vivir tu vida, lo tomaras o lo dejaras. Ahora que vivimos cuestionando la realidad y nuestra relación con las creencias, los límites entre la amistad y el amor son cada vez más difusos.
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