LITERATURA › VICENTE BATTISTA Y LOS RELATOS DE “LA HUELLA DEL CRIMEN”
“No es casual que, más allá de los clásicos del género, prácticamente todos los grandes escritores lo hayan transitado”, dice el escritor, experto y apasionado de la novela negra.
› Por Angel Berlanga
De un tiempo a esta parte, a Vicente Battista se lo identifica como “escritor de policiales” y, claro, sobran argumentos: además de ser autor de varias novelas de ese género –Siroco, la que más le gusta; Sucesos argentinos, premiada con un Planeta–, se lo suele consultar ante asuntos tan resonantes como el rumiado suicidio de Alfredo Yabrán o el descartado “accidente” de María Marta García Belsunce; en este último caso anticipó a este diario con qué cargos se condenaría al confundido viudo Carrascosa. La huella del crimen, el libro que Cántaro Narrativa acaba de publicar, refuerza esa idea de especialización, porque en él reúne diez relatos policiales escritos a lo largo de cuatro décadas, organizados en tres secciones que aluden al título del volumen de cuentos que Horacio Quiroga publicó noventa años atrás: De amor, de locura y de muerte.
Poco amor, bastante locura y mucha muerte en estos cuentos de Battista, escritos con esas dosis de ironía y cinismo propias del género negro, con un estilo de frase corta y directa, despojada y seca; el nominado ministro de Cultura macrista, Luis Rodríguez Felder, tal vez pueda encontrar en este libro una forma de antónimo a su amado rococó. El título, La huella del crimen, repite el que utilizara Luis V. Varela para publicar, en 1877 y con el casi casi anagrama-seudónimo de Raúl Waleis, lo que se considera como la primera novela policial publicada en lengua española: “Era hijo de Florencio Varela y de una hermana de Miguel Cané, familias opositoras a Rosas”, explica Battista. “Esa novela era la primera parte de una trilogía; la segunda se llama Clemencia y la tercera no se publicó nunca. Las hace transcurrir en París, pone a funcionar a un comisario de la policía francesa y es casi un vestigio de lo que podríamos llamar el positivismo que imperaba en la Argentina por entonces. Están escritas a la época, con un discurso profundamente machista.” ¿El género es un poco así? Battista asiente. Y cita a la norteamericana radicada en Venecia Donna León, autora de la saga del comisario Brunetti, como excepción a la regla.
Aunque el signo estilístico de Battista es visible en todo el libro, el volumen bien puede verse como un muestrario de variantes para el género: hay de dos páginas y de treinta y cinco; enfoques desde la víctima, desde el asesino y desde quienes buscan resolver los casos; complots e intuiciones que aciertan o fallan; roces con el género fantástico; cruces con textos y/o personajes de Borges y Hammett; cuentos montados sobre casos reales ocurridos un siglo atrás o hace tres meses; diversidad de estructuras. ¿Se propuso eso, “mostrar el abanico de posibilidades del policial”? Battista duda: la mayor parte de los relatos fueron apareciendo en antologías o en revistas; absolutamente inéditos, dice, son tres de los relatos. “No hay una fórmula para escribir; el modo de contar una historia surge en relación con lo que sea esa historia”, define.
“Una historia de amor”, el último de los que escribió, se inspira en una noticia muy fresca: la de aquel ladrón que en julio pasado copó una “casa de masajes” en Lavalle y Montevideo y durante catorce horas mantuvo como rehenes a varias personas, entre ellas a una ex novia que trabajaba ahí. “Lo recreé un poco, porque el caso real daba más bien para una farsa”, dice Battista. “Me divirtió de esa situación que, en simultáneo, mientras todos los medios y la policía se concentraban en ese lugar, a diez cuadras de ahí un grupo de ladrones se robó prolijamente, piso por piso, un edificio de oficinas: si yo hubiera sido parte de esa banda lo menos que hacía era mandarle una caja de bombones, porque mantuvo entretenido a todo el mundo.”. Ese relato, aclara, no lo conforma tanto como otro de los inéditos, “Ellos vendrán”, que cierra el libro y es, dice, “una especie de homenaje a ‘Los asesinos’ de Hemingway y ‘La espera’ de Borges. Se sabe que hay unos verdugos que van a matar al protagonista, que trata de camuflarse, de eludirlos, pero nunca se sabe quiénes son los asesinos ni por qué buscan matarlo.” Ese recurso de zona velada también es apreciable en el cuento que abre el libro, “Frente de tormenta”, que enfoca un rato de la vida de una pareja de delincuentes en tránsito: ¿qué delito los involucra, cómo seguirán?
“El policial me interesa como fenómeno literario”, dice Battista. “No es casual que, más allá de los clásicos del género –Chandler, Hammett–, prácticamente todos los grandes escritores del mundo lo hayan incursionado: Graham Greene, Hemingway, Borges, Bioy Casares, Walsh. ¿Por qué les atrae tanto? Cuando empezás a tirar líneas y ver qué pasa, descubrís que el hecho policial nace con el hombre. Para los bíblicos, la cosa se inicia con Caín matando a Abel, algo muy interesante porque Jehová, que todo lo ve y como detective la tiene facilísima, lo descubre; y aunque Caín se hace el idiota y se escapa por la tangente, Jehová lo condena y luego lo salva, le da una especie de libertad condicional.”
¿Para dónde evoluciona el policial? Battista rebobina hasta la fundación de Poe con Dupin, avanza por Agatha Christie y Arthur Conan Doyle como emblemas de la literatura “de enigma” que no cuestiona a la sociedad ni al sistema, sigue por la franja “negra” que sí lo hace (Hammett, Thompson) y semblantea un panorama institucional ultracorrupto y violento (sin panegíricos, dice), repara en los repudios de Borges y Bioy a esta última vertiente y, finalmente, desemboca en lo que observa como un resurgimiento de las raíces del género a partir de Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez, y de El enigma de París, de Pablo De Santis. “No hablo de la calidad de los libros, porque los dos son magníficos escritores”, aclara Battista. “Quiero señalar, nomás, un pequeño trasfondo político: ambas transcurren lejos de la Argentina y los órdenes sociales no son cuestionados. No es casual. Pareciera que ese tipo de novela vuelve a tener vigencia y a interesar. Por la calidad literaria de estos dos autores, bienvenido sea. Ahora, que sean políticamente más lavadas, queda en manos de los teóricos de la literatura, o de los sociólogos.”
“Para el escritor de policiales no hay ninguna aventura, porque sabe todo lo que va a pasar, se maneja con una estructura”, dice el escritor. “Sobre todo en la novela de enigma: hay que darle información al lector sin hacerle trampa, pero haciéndosela. En la mitad de Sirocco pongo, mezclado con otras cosas, el nombre del criminal: pudo haberlo matado tal tipo. Y después, claro, no te parás en eso. Pero en la novela negra no es tan central el enigma del crimen: uno relee a Chandler o a Hammett porque le interesan las tramas, lo que va sucediendo hasta la resolución, a nivel escritura. No pasa eso con Agatha o con Conan Doyle: todo lo que puede interesar de esas historias es saber quiénes fueron los asesinos, pero no dan ganas de retomarlos.”
A Battista le gustan varios autores contemporáneos de policiales: Daniel Pennac, Andrea Camillieri, Henning Mankell, Vázquez Montalbán (con reparos) y la ya citada Donna León. “Por suerte el género está vivito y coleando”, dice. “Por una u otra razón, muchos autores estuvieron cerca de la policía”, señala. “No es mi caso: no quiero estar cerca, ni tengo amigos policías ni nada de eso. Por cuestiones de salud, además. Desconozco ciertos códigos y muchas cosas me las invento. Lo que sé es por lo que leí y por las películas.” Tal como está planteada, tal como funciona en este momento, la policía, dice Battista, contribuye más a sostener e incrementar la delincuencia que a combatirla. “Si uno encuentra una billetera con cinco mil pesos y la devuelve –concluye– se hace un acto sin precedentes y se lo admira por su honestidad: yo lo felicito, me alegro mucho, pero eso es lo menos que se le pide, que sea honesto. Ocurre que ya incorporamos lo que debería ser la normalidad como un hecho anormal.”
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