CINE › PABLO TRAPERO PRESENTO LEONERA, QUIZA SU MEJOR FILM HASTA HOY
Aunque el festival recién comienza su marcha, no resulta descabellado pensar que el jurado debería tener en cuenta el soberbio trabajo de Martina Gusmán, protagonista casi exclusiva.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
El despertar es duro para Julia. La noche anterior debe haber sido agitada, pero ella parece no tener conciencia, ni siquiera cuando bajo la ducha la sangre corre a la par del agua. Ella, sin embargo, no puede estar herida: va a trabajar como todos los días, en el mismo estado de confusión que quizá sea una rutina. Pero cuando vuelve a su departamento y abre la puerta recupera, para su horror, cierta noción de la realidad: allí están todavía, desde la noche anterior, los cuerpos inertes de Ramiro y Nahuel, los muchachos con los que convivía. Nahuel está muerto, pero Ramiro aún vive. La policía no tardará en llegar y llevarse a Julia. Ya allí, en los primeros pasos por la larga vida carcelaria –nombre, edad, estado civil, huellas dactilares: todo infinidad de veces, como si una sola vez no fuera suficiente para el ritual de la humillación– queda claro que Julia está embarazada. Y que tendrá su hijo en la cárcel, como tantas otras madres detrás de rejas.
Leonera, el quinto largometraje de Pablo Trapero, que ayer pasó por la segunda jornada de la competencia de Cannes, es quizá su mejor film hasta la fecha y el que lo devuelve a su plena forma, al mundo duro y a los personajes al límite con los que se siente más afín. Su película anterior, Nacido y criado (2006), había sido su única incursión por el pequeño reino de la clase media argentina, pero se lo notaba allí un poco perdido, sin el tono muscular que ha sido hasta ahora el fuerte de su cine, tanto en Mundo grúa (1999) como en El bonaerense (2002). Estos eran films de hombres solos, en la mala –el Rulo eternamente desocupado; el chorro que se hace cana de la Bonaerense para sobrevivir– y que debían reinventarse a sí mismos. En Familia rodante (2004), una road movie incomprendida, Trapero se animó a asomarse al universo de la mujer, pero en Leonera se interna de pleno por esta terra incognita: durante casi dos horas casi lo único que se verán son mujeres, presidiarias, amamantado y acunando a sus hijos en el calabozo, agarrándose de las mechas si les parece necesario pelearse por un jabón o, por el contrario, uniéndose en un solo puño para enfrentar a la Gendarmería e iniciar un motín. Y entre ellas Julia, que –como el Rulo o el bonaerense– también deberá reinventarse, aprender a adaptarse a ese entorno, a parir a su hijo y cuidarlo como una leona, con la solidaridad de sus compañeras.
“En Argentina, los hijos de las convictas pueden convivir con sus madres hasta los cuatro años”, explicó Trapero en la conferencia de prensa que siguió a la proyección. “Es muy duro ver a estos chicos en la cárcel, pero también es muy duro cuando las madres deben desprenderse de ellos. Es un tema que en mi país todavía no fue suficientemente debatido.” Como director, Trapero saca el mejor partido de esos chicos en un ambiente que les es a la vez ajeno y familiar, como cuando filma un plano detalle de los piecitos de un grupo de chicos trepados a una reja, como si fuera el patio de juegos de un jardín de infantes. O ese travelling inicial con el que describe por primera vez el mundo de la prisión, una cámara que se desplaza horizontal a la altura de los ojos de un chico, descubriendo panzas, piernas con várices, pequeños altares improvisados en una mesa desencajada, adornada con juguetes, santos y velas.
En ese mundo que la película representa con una gran dosis de verdad –Leonera fue filmada en cárceles reales y con auténticas reclusas como actrices–, Trapero introduce una peculiar tensión dramática al hacer de Julia una protagonista absoluta, presente casi en el 90 por ciento de los planos. En ese sentido, es no sólo el film de Trapero, sino también de Martina Gusmán, su mujer, productora ejecutiva y ahora también su heroína, un poco en el modelo de las divas del cine italiano de los ’50 y ’60 (no por nada Trapero se animó aquí a mencionar como ejemplo el cine de Rossellini), esas mujeres fuertes, capaces de poner el cuerpo cuando hace falta. El trabajo de Gusmán es intenso y, aunque todavía falta transcurrir casi la totalidad del festival, no parece descabellado pensar que el jurado seguramente la va a tener en cuenta cuando discuta el premio a la mejor actriz, porque el suyo es uno de esos papeles que no pasan inadvertidos.
Si hay un fallo que empaña Leonera es la incursión, en dos escenas, del personaje de Ramiro, interpretado por el brasileño Rodrigo Santoro. El primer encuentro, rejas mediante, en una penitenciaría, y el segundo, delante del juez para un careo, no agregan dramáticamente nada al corazón del film, que pasa por otro lado, “por la relación de Julia con su hijo”, como reconoció Trapero. Se diría que esas dos escenas le hacen perder la verosimilitud acumulada hasta entonces por la película, que se distrae de su rigor cinematográfico para abandonarse fugazmente a una dramaturgia televisiva. Al fin y al cabo, lo que le importa a Leonera no es quién mató a Nahuel ni de quién es el hijo de Julia, sino la vida que ella, a los golpes, aprende como madre detrás de esos muros y esas rejas.
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