CINE › WALTZ WITH BASHIR, IMPACTANTE PELICULA DE ARI FOLMAN
Otro punto alto de ayer en la competencia de Cannes fue el estreno mundial de Waltz with Ba-shir, “un documental de animación”, en la peculiar definición de su director, el israelí Ari Folman, hasta ahora un desconocido en el circuito de los grandes festivales, pero que a partir de su originalísima aparición en el concurso oficial ha logrado poner la atención de la crítica sobre su película. En junio de 1982, cuando las milicias cristianas del Líbano que vengaban la muerte de su líder Bashir Gemayel perpetraron la tristemente célebre masacre de Sabra y Shatila, en la que murieron fusilados e incluso acuchillados a sangre fría 3000 palestinos (la mayoría ancianos, mujeres y niños), el director Folman era un adolescente de 19 años, que formaba parte del ejército israelí que permitió deliberadamente ese genocidio dentro de su perímetro de seguridad. Como tantos otros israelíes de su generación, Folman descubrió que su memoria, en un extraño mecanismo de autodefensa, había borrado todos los detalles de la horrorosa matanza de la que había sido testigo. Pero como cineasta, decidió luchar contra ese olvido colectivo y comenzó a indagar con viejos amigos y camaradas con quienes creía haber compartido aquella experiencia. Y como muchos, aunque aportaron su testimonio, no se animaron a ser filmados, decidió reconstruir el documental inicial con técnicas del cine de animación.
El resultado no puede ser más sorprendente: aquí hay un documental en primera persona, en la que el director se interroga a sí mismo y entrevista a ex soldados y periodistas. Pero las llamadas “cabezas parlantes” son aquí retratos dibujados de esos sujetos, de quienes el film se permite a su vez ilustrar no sólo sus recuerdos, sino también las pesadillas con las que han estado conviviendo todos estos años. En las escenas propiamente bélicas, no es difícil asociar la locura y el absurdo con el que conviven esos soldados adolescentes con las de sus primos lejanos de Apocalypse Now!, donde también se disparaba indiscriminadamente, a cualquiera y a nadie, a las sombras de un enemigo invisible. Cuando finalmente, en el minuto final, los dibujos ceden su lugar a la imagen real, el golpe no podría ser mayor: allí están las imágenes que se registraron en la primera incursión periodística en los campamentos arrasados de Sabra y Shatila y aparecen las primeras figuras humanas con vida, sobre un tapiz de cadáveres: son las mujeres que avanzan hacia cámara –hacia la conciencia culpable del pueblo israelí– y que lloran desconsoladamente el asesinato de sus hijos.
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