Martes, 22 de julio de 2008 | Hoy
CINE › ADIóS A MARíA VANER, GRAN ACTRIZ DEL CINE ARGENTINO
Uno de los rostros más sensuales del cine nacional, Vaner debutó con Leopoldo Torre Nilsson, protagonizó films esenciales de David Kohon y Rodolfo Kuhn y alcanzó su apogeo en El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio, con quien tuvo dos hijos.
La actriz María Vaner, hermana de Norma Aleandro, ex esposa de Leonardo Favio y dueña de una extensa trayectoria en la escena, la TV y el cine nacionales, falleció ayer en Buenos Aires, a los 73 años. No se conocieron oficialmente los motivos de su deceso, aunque trascendió que se encontraba internada en el Sanatorio Mitre, a causa de un cáncer de larga data, según dijeron a la prensa en la Asociación Argentina de Actores. Hoy martes los restos de la actriz serán inhumados a las 9.30 en el Panteón de la institución, en el Cementerio de la Chacarita.
Nacida en España el 23 de marzo de 1935, María Vaner era hija de una pareja legendaria del teatro hispanoparlante, la actriz María Luisa Robledo y el actor Pedro Aleandro. Debutó en el cine hace exactamente medio siglo con El secuestrador (1958), de Leopoldo Torre Nilsson, protagonizada por Leonardo Favio, quien luego sería su marido. Al año siguiente, Vaner también compartió con Favio el elenco de En la ardiente oscuridad, de Daniel Tinayre, y a partir de entonces su trayectoria abarca unos 50 títulos, aquí y en España, hasta llegar a sus últimos trabajos, que fueron Cara de queso (mi primer ghetto) (2006), de Ariel Winograd, y La mujer sin cabeza (2008), de Lucrecia Martel, que en mayo pasado participó de la competencia oficial del Festival de Cannes y cuyo estreno local está anunciado para el mes próximo.
A poco de comenzar su carrera cinematográfica, Vaner se impuso como uno de los rostros más sugestivos de la pantalla nacional y sus profundos ojos negros encandilaron a varios directores de la llamada “Generación del ’60”: David José Kohon en Tres veces Ana (1961) y Prisioneros de una noche (1962) y Rodolfo Khun en Los jóvenes viejos (1962) fueron algunos. No fueron los únicos. Otros –más veteranos– que cayeron bajo sus encantos fueron René Mugica (El octavo infierno, 1964) y Fernando Ayala (Primero yo, 1964); un año antes, ella y Lautaro Murúa habían prestado sus voces para Un largo silencio, cortometraje del jovencísimo Eliseo Subiela.
Sin embargo, la carrera de la actriz dio un vuelco cuando se vinculó sentimentalmente a Favio, con quien rodó Crónica de un niño solo (1965) y protagonizó El romance del Aniceto y la Francisca en 1967, como Lucía, la mujer capaz de hacerle perder el gallo de riña al Aniceto. Su papel en ese último título está considerado uno de los más sensuales que ha conocido el cine argentino.
La pareja tomó estado público, tuvo dos hijos y como Favio además cantaba, ella no se quedó atrás y a principios de los ’70 lanzó un LP que contenía tangos clásicos –“Cambalache”, “A media luz”– y un tema, “El que me hizo debutar”, versión beat del tango “Guapo sin grupo”, de Salvador Merico y Manuel Romero.
La separación de Favio significó otro vuelco en su carrera, a lo que se sumó una amenaza de muerte de la Triple A, que la obligó –poco después de rodar para Lautaro Murúa La Raulito (1974)– a volver a España, donde ya estaban por el mismo motivo Héctor Alterio, Luis Politti y Marilina Ross, entre otros actores argentinos. Regresó al país en 1983 y, al año siguiente, protagonizó Heroica de Buenos Aires, de Osvaldo Dragún, en el teatro Del Globo, además de ofrecer clases de actuación, canto y danza, disciplinas que le permitieron sobrevivir en Madrid. Escribió cuentos y poemas, actuó también en Feliz año viejo, de Marcelo Rubens Payva, dirigida por Rubens Correa, fue docente de actuación en la Escuela Superior de Cine y comenzó a preocuparse por la ecología.
El cine volvió a convocarla para En retirada, de Juan Carlos De-sanzo y Darse cuenta, de Alejandro Doria, ambas de 1984, en una lista que incluye Adiós, Roberto (1985), de Enrique Dawi, Los insomnes (1986), de Carlos Orgambide, Sentimientos: Mirta, de Liniers a Estambul (1987), de Jorge Coscia y Guillermo Saura, y Cuerpos perdidos (1988), de Eduardo De Gregorio. Asimismo tuvo algunas intervenciones en TV –Valeria, Alas, poder y pasión–, planeó guiones que no llegaron a filmarse, estuvo en pareja con el legislador socialista Alexis Latendorff y se reconcilió con su hermana Norma Aleandro, de quien estuvo alejada durante años.
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