Domingo, 24 de agosto de 2008 | Hoy
CINE › ENTREVISTA CON GUS VAN SANT, SOBRE LA TRASTIENDA DE PARANOID PARK
Por Gilbert Adams
Según el criterio generalizado, Paranoid Park, con la que Gus Van Sant completa su primera docena de películas, redondearía un ciclo iniciado con Gerry (2002) y continuado por Elephant (2003) y Los últimos días (2005). “El adolescente y la muerte” se le podría poner de nombre a esa saga, si se estilara nombrar a ciertos ciclos fílmicos, tal como se hace con ciclos literarios o pictóricos. La libertad formal, la experimentación narrativa, la ruptura con formas tradicionales de relato y cierto ánimo contemplativo caracterizan también ese ciclo, que desde ese punto de vista tal vez podría llamarse “Gus corta amarras” o algo así.
Pero nadie le pondrá nunca nombre a un grupo de películas, por lo cual no parece muy provechoso seguir dándole vueltas a esa idea. El hecho es que hablamos con el realizador de Mi mundo privado, días después de que volvió de Cannes con un Premio Especial, otorgado por el Jurado de la sexagésima edición del festival a Paranoid Park. Su relación con la ciudad de Portland (y, en general, con los suburbios), sus propias experiencias como skater, su trabajo de adaptación de la novela original y sus procedimientos formales y narrativos fueron algunas de las cuestiones tocadas en la entrevista.
–Paranoid Park se basa en una novela escrita por Blake Nelson, nativo de Portland y especializado en literatura para jóvenes. ¿Cómo dio con ella?
–En un primer momento me había interesado otra novela de Blake, Rock Star Superstar. Se lo comenté y en lugar de ella me hizo llegar las pruebas de galera de Paranoid Park. Ahí decidí filmar ésa, en lugar de la otra.
–¿Qué fue lo que lo atrajo de la novela?
–Varias cosas. Que transcurriera en Portland, que es mi ciudad natal y donde filmé mis primeras películas. Que el protagonista fuera amateur, lo cual lo convertía de algún modo en un marginal, con respecto a los profesionales del skate. También me interesó la circunstancia que la novela describe, particularmente sofocante.
–Los chicos al margen son todo un tema para usted, ¿no?
–Es verdad que la mayoría de mis películas están protagonizadas por chicos así, pero lo que más me interesa son sus familias. Sucede que soy hijo único, y siempre me atrajeron las familias con muchos hijos. De hecho, solía integrarme, medio informalmente, a las de mis amigos. Tal vez por eso en mis películas aparecen familias temporarias, integradas por chicos que están como perdidos.
–¿Y filmar en Portland qué representa para usted?
–Portland es un pueblo chico, y entonces es como que todas las diferentes subculturas están juntas, conviviendo y chocando unas contra otras. El mundo de las familias tradicionales coexiste con otro mundo más vagabundo, el de la calle, el de los negocios y hasta el mundo de los enfermos mentales. En el centro de la ciudad hay lo que se llama “hoteles de vida asistida”, donde fueron a parar los pacientes de los centros de salud mental clausurados durante la era Reagan. Todos esos mundos existen al mismo tiempo, en un radio de pocas cuadras. Usted se para en medio de la calle y es como si tuviera toda la ciudad funcionando, delante de sus ojos. Eso en ciudades más grandes no pasa.
–¿Usted tiene relación con el mundo de los skaters? En los ’90 produjo Kids, de Larry Clark, cuyos protagonistas también eran patinadores.
–Bueno, de joven practiqué skate. De alguna forma participé, en los ‘70, de toda esa cultura. Después fui dejando, porque me puse demasiado viejo para hacerlo. La cultura skate siempre fue fuerte en Portland. Había bandas de skaters punk tocando todo el tiempo, y eso Blake lo mamó bien de adentro, porque él daba recitales de poesía en un boliche que era como una base de operaciones de toda esa movida.
–¿El sitio en el que transcurre la película existe?
–Hay un lugar de patinaje en Portland al que los skaters llaman Paranoid Park, por lo peligroso que es. Blake usó ese nombre, pero el sitio donde la historia está ubicada es otro. Se llama Burnside Skatepark y lo levantaron los propios skaters a comienzos de los ’90, de manera ilegal. Es uno de los lugares de skate más famosos del mundo. El más famoso, tal vez.
–La película está ubicada en un suburbio, como varias otras de las suyas. ¿Qué clase de conexión tiene usted con los suburbios?
–Crecí en un suburbio. Actualmente vivo muy cerca del lugar donde transcurre la película. En mis comienzos, todos mis guiones tenían como fondo los suburbios. Siempre me gustaron los relatos que tienen lugar en esas zonas, desde Encuentros cercanos del tercer tipo hasta los cuentos de John Cheever. En mis películas más recientes traté de volver al suburbio. Me refiero a Elephant, Paranoid Park e incluso Gerry, que si bien transcurría en el desierto, estaba protagonizada por chicos suburbanos.
–La estructura narrativa de la película es muy distinta de la de la novela.
–Sí, en términos de estructura me concedí una libertad absoluta. Fui y vine en el relato, sin seguir una línea.
–En ese sentido recuerda a Elephant.
–En ese sentido puede ser. En otros no. Esta está basada en una novela ajena, y en el caso de Elephant era un guión mío. Además, ésta es, si se quiere, una película más psicológica, más introspectiva. En Elephant nunca se intentaba saber qué les pasaba a los personajes.
–Hay otra cosa en común: también aquí decidió trabajar con actores amateurs, a los que convocó a través de una página del sitio MySpace.
–Me parece que ésa es la manera en que las agencias de casting deberían elegir a los adolescentes. Ya habíamos intentado algo parecido para Los últimos días, la película sobre Kurt Cobain. Pero no lo logramos, porque ahí necesitábamos que fueran músicos de rock and roll, y los músicos de rock no van a los castings. Pero si pegás un cartel que diga Buscamos estudiantes secundarios para una película, los chicos van a ir.
–¿Qué lo llevó a rodar fragmentos en Super 8?
–Muchas películas amateurs sobre skate se filmaron en Super 8 o videotape, por la sencilla razón de que si vas a hacerlo montado sobre un skate, es más sencillo cargar una de esas camaritas que una más grande. Como para la película usamos algunos de esos materiales de archivo, entonces decidimos filmar más fragmentos en Super 8. El resto es 35 mm.
–Llama la atención que haya elegido como director de fotografía a Chris Doyle, conocido sobre todo por sus trabajos junto a Wong Kar Wai. En sus películas anteriores usted había trabajado con Harris Savides.
–Yo ya había tenido a Chris como director de fotografía, cuando hicimos la remake de Psicosis. Pero allí se trataba de copiar plano a plano la original, así que no tuvo ocasión de soltarse. Cuando estaba preparando Paranoid Park me acordé de Fallen Angels, de Wong Kar Wai, que es una película que me gusta mucho, y donde Chris usó mucho los grandes angulares. Como los skaters usan mucho los grandes angulares cuando filman (por una razón práctica, porque así pueden seguir mejor la acción), le pedí a Chris que tratara de imitar eso. Pero sucede que él tiene aversión a repetirse, por lo cual se negó rotundamente a hacer algo que pudiera parecerse a Fallen Angels. Así que cambiamos de idea, y decidimos dejarnos llevar por lo que la historia nos pidiera. Usamos cámara en mano para algunas tomas, trípode para otras, ralentis en ocasiones, estilos visuales muy diversos.
–La música cumple un rol muy importante. ¿Cómo se la planteó?
–Es curioso, porque mucha de la música vino de escuchar iTunes, mientras editábamos. Mi asistente de edición es una especie de musicólogo amateur, así que oímos pilas de cosas de su catálogo personal, que es interminable. De repente estábamos oyendo un shuffle, y yo veía que calzaba muy bien en determinada escena. Entonces simplemente lo incluíamos.
–Hay un par de alusiones a la guerra de Irak.
–Se supone que la historia tiene lugar aquí y ahora, de ahí las referencias. Pero además, en la medida que Paranoid Park tiene como eje un acontecimiento trágico y la forma en que repercute en la cabeza de un joven americano, se la puede pensar como alusión a lo que sucede allí.
Traducción y adaptación:
Horacio Bernades.
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