Martes, 16 de diciembre de 2008 | Hoy
CINE › VIRGINIA MENDEZ, CESAR TRONCOSO Y EL BAÑO DEL PAPA
En el film uruguayo, que se estrena aquí el primer día de 2009, un bagayero cree ver en la visita del Papa una forma de salvación, explotando comercialmente... un baño. “Pero no es miserabilista, no se regodea en la miseria”, dicen los actores.
Por Oscar Ranzani
Cuando en 1988 el papa Juan Pablo II visitó el pueblo uruguayo de Melo, muchos de sus pobladores dejaron de lado el anhelo espiritual por conocerlo y vieron en su llegada la posibilidad de una redención económica que los salvara de la pobreza. ¿De qué manera? Con rebusques: compraron chorizos, panes, bebidas, tortas fritas, fabricaron banderitas y medallitas del Pontífice... Todo para vender, creyendo que la visita del Papa a este pueblo lindante con Brasil facilitaría que 50 mil personas (en su mayoría brasileños), según estimaban, pisaran tierra uruguaya. Los pobladores de Melo ansiaban encontrar “el paraíso económico”. Pero fueron muchos menos quienes efectivamente cruzaron la frontera. En este hecho está inspirada El baño del papa –que se estrena el 1º de enero de 2009–, dirigida por los uruguayos Enrique Fernández (también guionista) y César Charlone, quien además es el director de fotografía, un rubro en el que se mueve como pez en el agua. Para corroborarlo, basta mencionar que Charlone desempeñó ese rol en Ciudad de Dios (por el que fue nominado a un Oscar), El jardinero fiel y Blindness (la adaptación cinematográfica de Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago), todas de Fernando Meirelles.
Fernández y Charlone construyeron una ficción que tuvo buena repercusión en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2007. El resultado es una apasionante historia que toma elementos del neorrealismo italiano y que está a medio camino entre la comedia y el drama social. La dupla convocó a un pequeño elenco de actores profesionales, encabezado por César Troncoso y Virginia Méndez –ambos de amplia trayectoria en el teatro de su país– y los hizo interactuar con lugareños de Melo.
Troncoso compone a Beto, un contrabandista de frontera de poca monta, que debe lidiar con un policía corrupto en la zona. Beto se las rebusca, entonces, para llevar el pan a su familia, compuesta por su mujer, Carmen (Virginia Méndez), y su hija Silvia (Virgina Ruiz). Silvia reniega de las transas de su padre y sueña con ser locutora. Ante la inminencia de la visita del Papa, Beto no piensa en vender alimentos como sus vecinos, sino más bien en los desperdicios del cuerpo humano: tiene la disparatada idea de construir un baño en el terreno de su casa y cobrarles por el servicio a los peregrinos en emergencia. Para ello, convence a su mujer y a su hija de que lo ayuden en el emprendimiento. Pero cuando pone manos a la obra, Beto se mete en un lío enorme que llega a agotar la paciencia de su familia.
“Yo quedé en éxtasis”, dice Troncoso acerca de la participación de El baño del Papa en Cannes. “Comparado con los otros festivales Clase A que hay por el mundo, es el que tiene mayor prestigio y mayor capacidad de autopromocionarse. Yo leo de cine desde que tenía catorce años, y jamás se me había ocurrido la posibilidad de pisar Cannes. Menos con una película. Entonces, para la película y para quienes trabajamos en ella, es como una carta de presentación que te prestigia automáticamente. Todo lo que pasó con la película fue después de Cannes”, agrega el actor en la entrevista con Página/12, en la que también participa Méndez.
–¿Cómo fue la experiencia de trabajar con aficionados lugareños?
Virginia Méndez: –Fue maravilloso. Yo era tan aficionada como ellos, porque era mi primera vez como actriz de cine. Fue lindo. Nosotros trabajamos con un preparador de actores que se encargó de hacer esa mezcla y de que no se notara. Por ejemplo, que nosotros no sobresaliéramos más que los que no eran profesionales. No leí el guión hasta un día antes del rodaje. Por ahí, estuvo bueno que no me aprendiera las cosas para que cuando empezáramos, los actores no profesionales no estuvieran trancados. No se notaba, fue un trabajo lindísimo.
César Troncoso: –Además, me parece, que gran parte de la verdad que la película tiene está dada por la presencia de los actores no profesionales, que son lugareños casi todos, salvo uno. Había una verdad que ellos nos transmitían a nosotros, y nos impregnamos de ella. Con todos actores profesionales hubiera sido otra película. Habría sido igualmente interesante, pero hubiera tenido, sin duda, otra textura.
–Al comienzo de la película, un cartel señala que está inspirada en hechos reales. ¿Cuánto de lo que narra la trama sucedió verdaderamente?
C. T.: –Lo que no sucedió tal cual se cuenta es la historia de que a una persona se le haya ocurrido construir un baño ante la visita del Papa. Todo lo demás, más allá del valor agregado que tiene la parte ficcionada, en realidad sucedió: mucha gente creyó que ante la llegada del Papa iba a poder hacerse millonaria.
V. M.: –Hay otro fenómeno social que se dio en nuestro país, que es el tema de los quileros. Enrique Fernández, que es de Melo, lo tenía en la cabeza de niño. Es el fenómeno del contrabando que, en algún momento, se hizo a caballo, después en bicicleta y luego en moto.
C. T.: –Lo de los quileros es real. Melo es una ciudad que está a 60 kilómetros de la frontera. Los tipos hacían 60 kilómetros sin carga y volvían con todos los encargos que les habían hecho, recorriendo otros 60 kilómetros, en bicicleta. Hacían 120 kilómetros diarios para sacar un jornal.
–¿Puede decirse que El baño del Papa está en el cruce entre el drama social y la comedia?
C. T.: –Yo creo que sí. Afuera se la ha comparado con el neorrealismo italiano.
–¿Y ustedes reconocen influencias?
C. T.: –Sí, me parece que es posible que las tenga. El que la ve termina con un cierto gusto amargo, pero mientras tanto se rió. Y me parece que es un poco como lo que sucede con la vida de esta gente. Cuando uno ve un pobre desde el lugar en el que uno está, muchas veces imagina: ¡Pobre tipo! Pero la vida para cualquiera, esté donde esté, tiene altos y bajos. Me parece que esta gente vive su vida y la película lo refleja. La vida de ellos es dura pero, por momentos, no deja de ser risueña.
V. M.: –Hay una lectura que se hace en el Uruguay que es como él dice, que te reís y te quedás con un dejo amargo. Pero yo tuve una experiencia reciente en Santo Domingo, donde se presentó la película. La lectura que hacía la gente era optimista. Cuando terminó la proyección, el público se quedó para una serie de preguntas y respuestas. Y una señora dijo: “Yo, en realidad, estoy feliz y contenta porque esta película puede ser de nuestro país perfectamente, de lo que nos pasa a nosotros”.
C. T.: –No es una película pesimista. Tampoco es miserabilista. Vos podés caer en ese cine en que mostrás miseria y pobreza y te regodeás en eso. Pero El baño... abre el juego a una posibilidad, a una esperanza posible.
–También muestra que la espera del Papa no es por fervor o anhelo espiritual, sino más bien por necesidad material. ¿Sería como una especie de redención económica la que buscan los habitantes de Melo?
C.T .: –Sí. Uruguay no es un país particularmente religioso. Es laico desde 1920 o 1930. No es como en la Argentina, que se jura por los santos sacramentos. No, allá se jura por la Constitución y ya está. Nadie es demasiado católico. Entonces, lo que toda esta gente vivió... le hubiera pasado lo mismo si hubieran venido los Globetrotter. Esta gente vio la posibilidad de salir de la pobreza con la picardía que, en general, tienen los pueblos. Pero sí, es una redención económica.
–¿Los habitantes de Melo necesitan creer en algo que va más allá del Papa, incluso de Dios?
C. T.: –Ahí hay un tema, y es que la fe es maravillosa para quien la tiene, pero con la fe no se come todos los días. Entonces, vos podés creer que tu vida, a partir de que te mueras, va a ser un paraíso. Pero mientras tanto hay que comer porque si no, tu vida comenzará a ser un paraíso a partir de pasado mañana debido a que se te terminan los víveres.
–¿Se puede leer como una crítica a la “injusticia divina”?
C. T.: –Yo creo que la crítica tiene que ver en todo caso con lo que la Iglesia escucha y deja de escuchar. La Iglesia asume que la fe es suficiente. Y la fe no es suficiente. Es como cuando el Papa se sacó su anillo en Brasil y se lo dio a la gente de una favela. Puso un parche al sol. Y no lo puso porque el tipo fuera un desaprensivo o un desconsiderado, sino porque hay lógicas que la Iglesia no puede apresar desde el Vaticano. Me parece que lo que le pasa a la Iglesia es que hay realidades en las cuales se desfasa. Inevitablemente se desfasa porque cuando un tipo hace 120 kilómetros ida y vuelta a la frontera para ganar el jornal diario, no hay mensaje divino que solucione la brecha que se genera entre el tipo que se está partiendo el lomo y lo que le decís. No podés manejar mensajes de esperanza en esos términos con esa gente.
–¿El baño del Papa es también una película sobre la esperanza y la necesidad de tener un sueño?
C. T.: –Yo creo que hay un tema con la pobreza, y es que hay tipos de pobreza. Una es periférica a las grandes ciudades, que es una pobreza más descreída, la del tipo que ya está desesperado. Por eso la inseguridad, y por eso están dispuestos a muchas cosas. Pero hay otra pobreza, una que aún no ha perdido la capacidad de creer que, a partir del trabajo y del esfuerzo, se pueden conseguir cosas.
V. M.: –Y también que las diferentes personas tienen distintos conceptos de la fe, porque algunas consideran que la fe es creer en algo. En el caso de Carmen, la esposa de Beto, tener fe es esperar y es obrar porque ella tiene una actitud muy fuerte con él, en determinado momento. Hay cosas con las que ella no transa. Tiene unos valores muy fuertes. Son los valores que le transmite a la hija: los del amor, de la familia, y en llevar a la práctica lo que cree. Por ahí, la hija es la heredera de los valores de la madre y no se va a postergar como sí lo ha hecho la madre, porque mi personaje es una mujer sin ningún tipo de posibilidades.
–¿De ahí surge la mala relación entre Silvia y su padre?
C. T.: –A este personaje que hago en El baño del Papa le veo rasgos similares al de mi viejo, un gallego almacenero. A mí me daba vergüenza que hubiera hecho hasta tercer grado de la escuela, aun entendiendo las razones de eso. Me daba vergüenza por esa cosa de “gallego bruto” que teníamos instalada en el Río de la Plata. Y ahora, a la vuelta del tiempo, me doy cuenta de que, en realidad, lo que ese tipo hizo fue romperse el lomo para que yo fuera alguien preparado. Y me parece que es lo que le pasa a la hija con Beto: que un tipo que hace contrabando hormiga en bicicleta está mal visto.
–Pero le va a dar una oportunidad...
V. M.: –Sí, y yo creo que en eso tiene mucho que ver la madre, esa mujer que es el cable a tierra del marido, que lo ama, que ama a su hija y que también sueña. No sueña con tener pan y comida, sino con que su hija pueda ser diferente, que pueda tener otra vida.
–Haciendo una analogía con la metáfora religiosa, ¿Beto está entre el cielo y el infierno?
C. T.: –Está entre el cielo y el infierno, como están las personas. Lo bueno de la construcción de este personaje es que no es plano y lineal. Está en contradicción con lo que hace. El sabe que, por ejemplo, ser bagayero no está bueno porque no habría que serlo pero, por otro lado, tiene el deber de serlo, porque es la manera de sostener una familia. Lo mismo para un montón de acciones que él tiene con el aduanero, que tienen que ver con la construcción bien carnal. Enrique Fernández tuvo la habilidad de construir un personaje con contradicciones, como somos las personas. Está entre el cielo y el infierno porque la gente de verdad está también así.
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