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Viernes, 15 de mayo de 2009

CINE › TETRO, SU NUEVA PELICULA, INAUGURO LA QUINCENA DE REALIZADORES

Francis Ford con el traje de turista

El director presentó en el festival francés la accidentada película rodada en la Argentina. Allí pretende contar una saga familiar, salpicada de imágenes que recurren al lugar común de los encantos argentinos, glaciar y San Telmo incluidos.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Exterior, noche. Un colectivo 29 se detiene en una esquina del barrio de La Boca y se baja un muchacho desorientado, con una bolsa de marinero al hombro. En su desplazamiento, la cámara registra –en lustroso blanco y negro– el refulgir del empedrado, una luz de almacén, un perro vagabundo, algún graffiti, los restos de un pasacalles arrastrado por el viento como una serpentina... Se diría que apenas faltan los papelitos y el Polaco Goyeneche cantando a Homero Manzi para suponer que se está ante una remake de Sur. Pero Pino Solanas aquí no tiene nada que ver. Se trata de la primera escena de Tetro, la nueva película de Francis Ford Coppola, que tanto dio que hablar durante su accidentado rodaje en Buenos Aires. Y que ayer tuvo su esperada première mundial en el Festival de Cannes, en la apertura de la Quincena de los Realizadores, luego de haber sido rechazada por la competencia oficial.

La expectativa era tanta que casi dos horas antes del inicio de la primera proyección matutina para la prensa ya había una cola que salía de la puerta de la sala del Palais Stephanie y comenzaba a poblar, mucho más temprano de lo habitual, a la Croisette, el bulevar marítimo que funciona como la columna vertebral de Cannes. Al fin y al cabo, se trataba del último trabajo del director de El Padrino, del ganador de la Palma de Oro por Apocalyse Now!, de la película que el director artístico del festival, Thierry Frémaux, amigo personal de Coppola, había decidido declinar del concurso para ofrecerle apenas “una función especial”, que el cineasta rechazó, para mudarse a la histórica sección rival, como un desafío.

¿Está Tetro a la altura de tanta expectativa? Definitivamente no, pero porque Coppola hace ya mucho tiempo que no es el que alguna vez fue, el cineasta capaz de reinventar el cine clásico de Hollywood y de devolverle su capacidad de vanguardia, de señalar caminos. El director de la Quincena, Olivier Père, lo presentó ante la multitud con los honores correspondientes y destacó que con Tetro Coppola volvía al cine independiente, hecho al margen de los grandes estudios, y que se trata quizá de su película más personal, considerando que son muy pocos los guiones originales firmados por él –las ya muy lejanas The Rain People (1969) y La conversación (1974)–, y que ésta es una película que tiene que ver con su vida y con su obra.

Presente en la sala al terminar la función –que concluyó con un aplauso que pudo interpretarse más a su figura que a la película que acababa de terminar–, Coppola se permitió, con una sonrisa cómplice, definir el asunto en términos más ambiguos: “Digamos que nada de lo que sucede en el film sucedió en la vida real, pero que todo es verdad”. Y recordó que en los títulos de algunas de sus películas más famosas siempre se ocupó de priorizar al autor –Mario Puzo’s The Godfather, Bram Stoker’s Dracula, John Grisham’s The Rainmaker– “porque la tarea del autor es esencial y en Tetro finalmente yo soy el autor”.

Su aseveración podría llevar a pensar que, en su caso al menos, el cineasta supo ser un auténtico autor trabajando con material ajeno más que, como sucede ahora, reciclando el propio. “Cuando hice El Padrino –contó ayer Coppola en Cannes, acompañado en el escenario por su mujer Eleonor y su hijo Roman– no sabía nada de gangsters ni de armas ni de la mafia, pero sabía cómo vivía y cómo hablaba una familia italoamericana de Nueva York y puse esa verdad en la película. Ahora en Tetro, aunque cuento una historia que tiene que ver con mi familia, con la relación de mi padre y mi tío, que eran compositores, me trasladé a la Argentina, aunque ellos no eran argentinos. Diría que de algún modo transplanté esa historia familiar a la Argentina, porque hay mucho de la inmigración italiana en la cultura argentina.”

Las dos horas de Tetro narran la relación de Little Bernie (Alden Ehrenreich) con su hermano mayor, Angie (Vincent Gallo), rebautizado Tetro, en honor a su legado familiar. No se sabe muy bien cómo Tetro terminó compartiendo un departamento de La Boca con Miranda (la española Maribel Verdú), pero una serie de flashbacks –un recurso narrativo tan perimido como explicación de conductas que parecería indigno de Coppola– dan una idea: Tetro es el estereotipo del genio incomprendido, del escritor loco, que asiste a unas sesiones radiofónicas de La Colifata abrazado a un manuscrito ininteligible que guarda como un tesoro. La inesperada llegada de su hermano menor, a quien había abandonado allá lejos y hace tiempo, pondrá en marcha todos los traumas y fantasmas de Tetro y abrirá heridas que él y Miranda creían cicatrizadas.

En el camino, sin embargo, Tetro tendrá ocasión de mostrarle a Little Bernie algunas de las delicias de Buenos Aires, como los bares en los que algún parroquiano no se priva de tomar mate en mesas al aire libre, o de presentarle a algunos de sus amigos, como la pareja interpretada por Rodrigo de la Serna (peinado tanguero a la gomina) y Erica Rivas, que discuten a los gritos en la calle como si estuvieran en un barrio de Nápoles en vez de en la esquina de México y Balcarce, en San Telmo. “Eso es amor”, le explica Tetro a su incrédulo hermano, anonadado ante tanto pintoresquismo porteño.

El turismo, sin embargo, no le impide a Tetro interesar a su hermano por la escena teatral under porteña, de la que él parece haberse convertido en uno de sus principales animadores, sino como autor o al menos como iluminador de un grupo conducido por Abelardo (Mike Amigorena), a cargo de una versión travestida de Fausto, con la ayuda de Sofía Gala y Leticia Brédice, que no se priva de hacer un strip-tease, quizá para sugerir una extraña cruza de Buenos Aires con el cabaret berlinés. A ver ese improbable espectáculo llega Alone (así, en inglés), “la crítica teatral más importante de América del Sur”, y que está interpretada por la almodovariana Carmen Maura, escondida detrás de unos anteojos que parecen arrancados a Victoria Ocampo.

Será esta mecenas del arte quien ponga en marcha la ilusión del grupo de participar de un tal Festival Patagonia, lo que dará la excusa para que todos –de un lado y del otro de la cámara– partan alegremente hacia el Parque Nacional Los Glaciares a bordo de un auto descapotable que recorre las rutas argentinas hasta el fin. Tanta es la argentinidad del asunto que incluso la principal cronista televisiva del evento no es otra que... Susana Giménez.

Mientras tanto, otros flashbacks irán ilustrando la historia del padre de Tetro, un famoso compositor y director neoyorquino (Klaus Maria Brandauer), lo que derivará en un final a toda orquesta, en el que se dirimirán no sólo las rivalidades artísticas de los hermanos –porque el pequeño Bernie, estimulado por la atmósfera porteña, se dedicó a terminar la obra que su hermano escondía y no quería concluir–, sino también paternidades varias, en un sepelio final digno de una ópera de Verdi.

Los incondicionales de Coppola quisieron ver aquí en Cannes correspondencias con El Padrino (por el tema de la familia como tragedia) y con Rumble Fish (por la competencia entre los hermanos), y no cabe duda de que pueden tejerse otras tantas relaciones. Al fin y al cabo, Coppola es un director con una enorme obra a cuestas. Pero lo que Tetro desnuda de manera impiadosa es que lo más valioso de ese cine ya quedó irremediablemente atrás, sin que parezca posible algo nuevo o mejor por delante.

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CANNES
Coppola en Cannes, donde propuso Tetro para la competencia oficial, pero fue rechazado.
Imagen: EFE
 
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