Viernes, 7 de agosto de 2009 | Hoy
CINE › LA ASAMBLEA, DE GALEL MAIDANA
El documental hace foco sobre el Frente de Artistas del Borda, que viene construyendo, a través de talleres artísticos, un puente que permita arribar al objetivo más deseado, el de la desmanicomialización.
Por Horacio Bernades
Argentina, 2009.
Dirección, guión, fotografía y cámara: Galel Maidana.
Estreno de hoy en malba.cine, donde se exhibirá todos los viernes a las 20 y sábados a las 17.
Depósito en el que la sociedad argentina encierra (o entierra) a sus locos, el Hospital Borda vuelve a ser objeto de un documental. A mediados de los ’80, en Hospital Borda: un llamado a la razón, Carmen Guarini y Marcelo Céspedes radiografiaron hasta el hueso el grado de descuido, negligencia e irracionalidad que entraña una política que no ha variado demasiado. Más recientemente, LT 22 Radio La Colifata dio testimonio de uno de los emprendimientos más originales que los propios internos llevan adelante desde hace décadas, el de la radio homónima. Ahora, La asamblea hace foco sobre otra inspirada iniciativa, la del Frente de Artistas del Borda, que desde hace un cuarto de siglo viene intentando construir, a través de talleres artísticos, un puente que permita arribar al objetivo más deseado, el de la desmanicomialización. Palabra de pronunciación más complicada que aquello que representa: la terminación de la política manicomial en Argentina, tal como se la ha entendido hasta el día de hoy.
Exhibida en la última edición del Festival de Mar del Plata y ganadora de un premio mayor en el de Toulouse, La asamblea segmenta su tema, que no es ya el funcionamiento del Borda en su totalidad sino sólo el del Frente de Artistas. Pero la segmentación no se limita a lo temático. El realizador, Galel Maidana (nacido en Honduras y radicado aquí desde muy pequeño), construye también de modo fragmentado el espacio y la narración. Reniega de planos generales, de los llamados “de ubicación”, para concentrarse sólo en lo particular. Trabaja sobre una serie de planos cortos que funcionan como las piezas de un mecano, y está en el espectador terminar de armarlo a la salida. Filmada en blanco y negro y digital de alta definición, La asamblea por otra parte borra, como buen documental de observación, todo signo de intervención. No hay relato en off, ni leyendas explicativas, ni nombres sobreimpresos, ni cabezas parlantes, ni entrevistas a cámara.
Esa preceptiva se aplica con tal rigor, que a lo largo de 70 minutos prácticamente ni se menciona al Frente de Artistas del Borda. Como tampoco a su fundador, que aparece en cámara, coordinando algún taller pero sin ser identificado por su nombre y función. Lo mismo sucede con coordinadores, pasantes e internos. Tal vez pueda verse en esa indiferenciación un modo de llevar a la puesta en escena el combate contra la estigmatización que el FAB prioriza. La cámara observa el funcionamiento de los talleres –democrático, horizontal, respetuoso– como lo haría un visitante ocasional: con cierto aire casual y más atenta al detalle que al entorno, del que prácticamente no da cuenta. Las que genera La asamblea son, entonces, impresiones parciales. Un interno, chocho con su nuevo celular, reconoce que todavía no sabe cómo se usa. En medio de un taller alguien nombra al poeta Jacobo Fijman, uno de los internos más insignes del Borda. “Enfocá para acá”, le ordena a la cámara un interno díscolo y la cámara no le hace caso. Un grupo toca un blues, alguien hace una gran versión de un bolero clásico, el de más allá se manda una filípica demoledora contra el pueblo argentino, “emboludecido por un culo, una teta, una pelota”. Otro, más clásico, pide un cigarrillo.
Si esos recortes valen por sí solos, otros tal vez dejen demasiada información fuera de campo. En una asamblea –medio habitual para la toma de decisiones, de allí el título de la película– un interno da poco menos que una clase magistral sobre desmanicomialización. Pero luego alude a alguna disputa intestina y el espectador se queda afuera. Alguien dice “ustedes saben lo que pasa acá”, y todo lo que se puede hacer es imaginarlo, con bastante margen de error. Cuando otro cuenta que, siendo marino durante la dictadura, sus superiores lo usaron de cobayo, suministrándole dosis sostenidas de “pentonaval” y borrándole la memoria durante quince años, que después de ello se vaya a un corte genera una lógica frustración. Contrariamente, basta con oír el hablar patinado de la mayoría de los internos para constatar hasta qué punto da en el clavo el que acusa al sistema de sobremedicarlos para sedarlos y dejarlos bien mansitos. Allí no se requieren declaraciones airadas o subrayados para que La asamblea se vuelva, casi como sin querer, testimonial y política.
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