Martes, 10 de enero de 2006 | Hoy
CINE › DIARIO DE RODAJE DE ALEX BOWEN EN EL DESIERTO PATAGONICO
El director chileno filmó Mi mejor enemigo, estrenada el jueves pasado, expuesto a las inclemencias climáticas de la región. Aquí revive su aventura en la Patagonia.
Por Julián Gorodischer
El cineasta partió hacia la Patagonia, con interés particular en los problemas de la frontera. Si todo límite geográfico impone sus condiciones, las de allí abajo, bien al sur –según el chileno Alex Bowen– tienen que ver con una geografía que borronea sus límites precarios, extingue el alambre de púas a la par que agudiza la brecha cultural. “Vemos las cosas desde un punto de vista muy distinto –dice el director de Mi mejor enemigo, que se estrenó el jueves pasado–. Ustedes han logrado mantener la teta del Estado a pesar de todas las crisis y nosotros no tenemos la capacidad de decirles las cosas como ustedes nos las dicen a nosotros. El desierto y la montaña nos encierran y nos hacen ser más crípticos.” Su película focaliza en el conflicto limítrofe de 1978, cuando estuvo a punto de declararse una guerra por unas islas: dos bandos de cinco soldados empiezan queriendo matarse y –en confianza– comparten asado de cordero y picadito. El correlato real, 28 años después, tiene menos que ver con mandos militares que con corporaciones. “Hoy aparece el chileno que se toma una cierta venganza –sigue Bowen–: los gerentes llegan a sus países con una prepotencia que puede ser no muy sana. El principal conflicto es cultural.”
Su diario de rodaje se define como una experiencia religiosa, que comenzó testeando la escena del desierto, con un fondo de heladas y viento que podría parecerse al desvarío o a una melodía dependiendo de la fortaleza de cada actor/director/víctima. Alex Bowen, solo en el Sur (a la altura de Santa Cruz, pero del lado chileno), rastrilló estancias privadas, se perdió durante horas, tuvo la compañía de una oveja durante varios días y descubrió que quería contar su propio sueño latinoamericano: de cómo se pasa del prejuicio hasta componer un equipo transnacional. Para contarlo, compuso el elenco multicultural –con Jorge Román y Miguel Dedovich, entre otros–, con menos dificultades para convivir de lo que hubiera pensado a priori. “La vida de la filmación era positiva –recuerda Bowen, también director del film Campo minado–. Al comienzo había muchas reglas de parte de los militares chilenos, porque estábamos en una estancia del ejército. Había zonas que los argentinos no podían pisar, los soldados tenían miedo a la figura del país limítrofe. Pero a los tres días estábamos tomando vino con los soldados chilenos y muriéndonos de risa.”
–Si en 1978 el conflicto era limítrofe entre dos estados nacionales, ¿la nueva problemática de frontera no es entre estados y dueños de estancias que se compran las bellezas naturales?
–La frontera, allí, es un imaginario; el alambre de púas ya no existe. Hasta el arriero chileno se mimetizó con el gaucho. Sobre el nuevo sur, en la zona de Magallanes (del lado chileno), no vi dueños que se estén comprando la Patagonia como sucede con el territorio argentino. Lo atribuyo a políticas más activas de parte del gobierno de esa región, y a que siguen presentes los descendientes yugoslavos, dueños de estancias, que se han preocupado de mantener el aislacionismo. La crianza de ovejas funciona en tanto no lleguen los supermercados grandes, ni las grandes tiendas.
–¿Qué cosas le complicaron el rodaje?
–Cualquier maniobra implicaba esperar tres horas hasta que trajeran lo que se necesitaba. Y el viento nos enloqueció hasta que nos acostumbramos: si uno se concentra en él, es agotador. Es como el sonido del mar: si se lo escucha con atención, cansa. Pero si acompaña la acción, te despierta, te inspira, se convierte en una melodía hasta ser un compañero más, con una trascendencia poética o nostálgica.
En Mi mejor enemigo, el grupo de combatientes chilenos sale a defender su frontera con el ánimo henchido de odio antiargentino, con la meta de matar a cinco argentinos por cada soldado chileno, y en la convivencia forzosa –a uno y otro lado de la línea divisoria artificial– empiezan a diluirse los prejuicios. Como una fábula moral, el film de Bowen cuestiona los mandatos del rencor entre vecinos, atribuye la guerra a los altos mandos y no a la tropa que –cuando se conoce– se amiga. ¿Cuál es la vigencia del conflicto del ’78, tanto tiempo después, en tiempos en que la Argentina y Chile proyectan una tropa común para acciones de paz? “Lado chileno y lado argentino –dice Alex Bowen– crecieron amparados por el dinero inglés. Pero en el lado argentino hay más interés por abrirse al mundo... También en la frontera hay un conflicto de tipo cultural. Sí veo que hay un conflicto entre los países con el tema del gas: se firmó un acuerdo y un nuevo presidente no reconoce lo pactado. Yo no defiendo a los empresarios, pero el chileno cree que el argentino desconoce el contrato y no manda el gas.”
En Mi mejor enemigo no hay tics de película “de paisaje”; su paradoja es ser un film de interiores en pleno desierto: su grupo cerrado, sus relaciones herméticas, cerradas al de al lado (tanto de argentinos como de chilenos) se traduce en un clima de encierro aun en la inmensidad patagónica, apenas con un fondo de horizonte que no se corta con un arbolito, sin ni siquiera referentes como una montaña, una laguna para saber dónde se está parado. Esa falta lleva a vagar sin rumbo, a perderse dando vueltas en un mismo círculo creyéndose en travesía infinita; se aferraban a un monolito como si fuera un tótem, único indicador donde sólo hay arena y ripio. En el baúl de lo que podría haber hecho y no hizo se incluye también el experimento de tensar y aflojar la cuerda entre los intérpretes chilenos y argentinos, tal vez queriendo simular lo que indicaba la trama. Lo cierto es que, aunque hubiera servido para generar estímulos, jamás hubo tal tensión...
“No veo diferencias entre un modo y otro de actuar –asume Bowen–. Y aunque no convenga al artículo de un cronista de Buenos Aires, debo decir que la actitud y el modo de trabajar fueron muy homogéneos.” Pero si Mi mejor enemigo no es un film de postales o viñetas paisajísticas, nada de pintoresquismo for export o atardeceres para festivales, el entorno sí fue central a la hora de filmar. “Recuerdo haber estado esperando a los actores argentinos –dice el director–... miraba el camino, se veía la inmensidad y ellos no llegaban. Era un solo camino de acceso, y había una panorámica de lente muy amplia. Era la espera permanente.” Hoy, 28 años después de lo que pauta la trama de Mi mejor enemigo, el arriero vestido igual que el gaucho sintetiza –para Bowen– una mejoría en el estado de situación. Si la dictadura de Augusto Pinochet había impuesto a todo ciudadano chileno de frontera abandonar el ropaje que lo asemejara al argentino, con obsesivo celo por diferenciarse para marcar el territorio, la actualidad borronea más de lo que delimita.... “A nivel comercial ya no hay fronteras –sigue Alex Bowen–. Ojalá la barrera cultural también se pueda traspasar y toda Latinoamérica pueda estar más unida.”
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