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Jueves, 12 de enero de 2006

CINE › “UN AMOR, DOS DESTINOS”, DE LASSE HALLSTRÖM

La muerte, la culpa y el perdón

En un ambiente casi de western, el cineasta sueco propone un “drama adulto”, con Robert Redford y Morgan Freeman.

 Por Horacio Bernades

Todos tienen un duelo que elaborar, una herida que sanar, una deuda que saldar, un pasado que cicatrizar. Si Un amor, dos destinos aspira a la condición de drama adulto no es por la edad de algunos de sus protagonistas (el caso de Robert Redford y Morgan Freeman) ni por el rostro muy adusto que los principales miembros del elenco muestran en el afiche de la película, sino en tal caso por lidiar con cuestiones como la muerte, la culpa, la responsabilidad por el prójimo y la necesidad del perdón, y hacerlo sin que a nadie se le escape jamás una sonrisa. Y sin que las neurosis individuales impidan que finalmente aflore la generosidad latente en todos. No por nada todo esto tiene lugar lejos de la ciudad y en un ambiente casi de western, género en el que los grandes espacios parecerían predisponer a la grandeza de espíritu.

Redford es Einer Gilkyson, veterano rancher de Wyoming, cuya parquedad y rostro dolorido revelan cuánto le pesa aún la muerte del hijo, desde que más de diez años atrás un accidente de auto se lo llevó de este mundo. Antes de morir el muchacho dejó una hija, y es con ella que la mamá, Jean (Jennifer Lopez) deja la ciudad y parte al rancho del abuelo, en busca de refugio. Ambas vienen huyendo del novio de Jean, uno de esos tipos que juran no volver a maltratar a su mujer magullada, mientras golpean violentamente la mesa. Más locuaz con los animales o con su propio hijo (suele sentarse frente a la lápida para conversar con él) que con la gente viva, Einer no recibirá de muy buen grado a Jean, a quien por alguna razón le atribuye la culpa por la muerte del hijo. Pero la nena se parece enormemente al papá, y ya se sabe que nada ablanda más a un duro cowboy veterano que conocer a su nieta.

Mientras tanto, en una habitación alejada del rancho de Einer guarda cama Mitch Bradley (Morgan Freeman). Tiempo atrás, Mitch cometió el error de acercarse demasiado a un oso mientras éste almorzaba. Consecuencia del zarpazo, la cara le quedó como la de Freddy Krueger y necesita frecuentes inyecciones de morfina que su amigo le aplica pacientemente. Como las aplicaciones son en la nalga y la relación entre ambos veteranos jamás llega a explicitarse (tal vez haya sido su capataz), hay un denso homoerotismo entre ambos, se supone que no buscado e involuntariamente gracioso, tratándose de dos señorones como Redford y Freeman. Entre este triángulo de personajes circularán los temas enunciados más arriba, con Einer como representación de la dificultad misma de perdonar, Mitch como su contrapeso humanista (cuando se entera de que el oso fue atrapado, va a verlo al zoológico y termina pidiendo que lo suelten) y Jean como víctima múltiple, perseguida por el dolor, el maltrato y, encima, la falta de perdón.

No es difícil adivinar que Einer terminará cediendo en su tozudez e intolerancia, porque por muy patriarcal que sea se lo adivina de buena madera. Y porque al fin y al cabo es Robert Redford. Que tal vez pueda hacer de duro, pero nunca de malo. En este sentido, los dos momentos más chocantes de Un amor, dos destinos, aquellos en los que la película parecería mostrar una hilacha que se cuida mucho de no transparentar, son sendas escenas en las que el viejo cowboy funciona como aquellos héroes inmaculados del pasado, interviniendo, a pura violencia brutal, en defensa de damas en peligro. Tal vez si esta película no se hubiera estrenado después de Una historia violenta, que le da vuelta como un guante a la noción de heroísmo oficial de Hollywood (y de los Estados Unidos en general) hubieran rechinado menos esas escenas. Pero el hecho de que la primera de ellas transcurra en un bar de pueblo y con dos patoteros y el “héroe” por protagonistas (exactamente igual que en la película de Cronenberg) convierte a Un amor, dos destinos, en un extraño caso de retrogradismo a destiempo. Por lo demás, el sueco Lasse Halsström, últimamente muy atareado (pronto se verá su versión de Casanova) confirma con esta película, luego de Chocolate y Atando cabos, su condición de artesano confiable y con oficio, capaz de no hacerle pasar papelones a ninguna estrella. Y de mantenerse a sí mismo en un anonimato tal, que sólo el apellido nórdico del personaje de Robert Redford parecería indicar alguna clase de implicación con lo que está contando, que vaya más allá del simple profesionalismo.




6-UN AMOR, DOS DESTINOS

An Unfinished Life. EE.UU., 2005.

Dirección: Lasse Hallström.

Guión: Mark Spragg y V. Korus Spragg.

Fotografía: Oliver Stapleton.

Intérpretes: Robert Redford, Jennifer Lopez, Morgan Freeman, Josh Lucas, Camryn Manheim, Damian Lewis y Becca Gardner.

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Un amor... busca exaltar valores como la grandeza de espíritu y la generosidad.
 
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