Martes, 15 de septiembre de 2009 | Hoy
CINE › AUNQUE (500) DAYS OF SUMMER RENUEVA EL GéNERO, NO LLEGA AL NIVEL DE LOS DíAS DE GLORIA
Además de la producción en serie de costumbre en Hollywood, el problema de las rom com es que ubican a los protagonistas en un mundo idílico con el que el espectador no logra identificarse. Por eso, ni las mejores están a la altura de Sturges, Capra o Hawks.
Por Geoffrey Macnab *
La comedia romántica llegó a su pico en los ’30 y desde entonces casi todo ha sido barranca abajo. Y al ver la flamante (500) Days of Summer, que ha sido muy elogiada en Estados Unidos por volver a invocar los gloriosos días del género, todavía es difícil evitar cierta sensación de hundimiento. Este es el último film de una larga serie que ha ido por ese camino. De todos modos, aunque lo intentaran, los cineastas contemporáneos simplemente no pueden emular el trabajo de Preston Sturges, Frank Capra, Howard Hawks y demás. Las comedias románticas de la era de la Depresión simplemente tenían más brío. Eran anárquicas y abrasivas en un modo que las películas hechas en tiempos más cómodos nunca lo fueron.
Las mejores comedias románticas de la era de oro a menudo eran como minipelículas de guerra. Piénsese en las rutinas de “resistencia y rendición” entre Fred Astaire y Ginger Rogers en los musicales que protagonizaban juntos, o en la agotadora relación entre la chica rica y malcriada Claudette Colbert y el tipo común de clase trabajadora Clark Gable en Lo que sucedió aquella noche. En esos trabajos, la sacarina era mantenida al mínimo.
Ayudaba que esas comedias románticas a menudo tuvieran fuertes salidas inesperadas. Las mujeres eran salvajes y determinadas, mientras los hombres tendían a desesperarse y acobardarse en su presencia. En películas como Domando al bebé y, más tarde, La impetuosa, Katharine Hepburn –Katharine La Arrogante, como alguna vez se la llamó– era una fuerza de la naturaleza: una amazona golfista con ansias de vivir que dejaba a su contraparte masculina achicándose en su estela, incluso cuando eran formidables actores como Cary Grant o Spencer Tracy. Y nadie, ni siquiera James Cagney, podía escupir sus líneas tan rápido como la periodista que interpretaba Rosalind Russell en Ayuno de amor.
(500) Days... al menos intenta evitar el sentimentalismo pegajoso que a menudo torna tan difíciles de digerir a las incursiones modernas en el género. Como sus mejores antecesoras, ésta es una historia de amor con capas de ironía. El futuro arquitecto Tom Hansen (Joseph Gordon-Levitt) es un romántico, a pesar de que se gana la vida escribiendo tarjetas de salutación melosas y vulgares. Summer (Zooey Deschanel) es la mujer que él idealiza. La ve como la mujer de sus sueños. Después de todo, a ambos les gustan The Smiths. Sin embargo, su devoción de mascota no es muy correspondida.
La narrativa ciertamente toca temas universales. Todo el mundo –o al menos la mayoría– ha vivido la indignidad de ser abandonado por el supuesto amor de su vida. Es uno de esos ritos de iniciación que pasan los adolescentes y los adultos jóvenes. La posibilidad de humillación es algo que se encuentra en todas las mejores comedias románticas. No son simplemente celebraciones de amantes hermosos que se enamoran el uno del otro. Son estudios bien enfocados que relatan el comportamiento de los amantes en toda su absurdidad y sus contradicciones.
En términos de taquilla, las comedias románticas rivalizan con las películas de gangsters como uno de sus artículos más confiables. El público siempre las ha devorado, en tiempos buenos y malos. Quizá por esa razón, los críticos siempre las han despreciado, incluso cuando estaban bien hechas. Es fácil ser despreciativo de las comedias románticas como Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill sin darse cuenta de lo bien que están armadas y de qué empujón le dieron a la industria cinematográfica británica en los ’90. Hugh Grant tenía al menos algo de esa mezcla de encanto apocado y tímida bravuconería que caracterizaba a su tocayo Cary en su pompa. Julia Roberts fue lo más cercano de esta era a una Colbert o una Hepburn.
Aun así, siempre hubo algo sensiblero y de fórmula en estas películas que las hacían parecer demasiado ricas y enfermizas para muchos gustos. Lo mismo puede decirse de las comedias románticas de Nora Ephron o Meg Ryan. Eran graciosas y emocionantes, pero también burdamente manipuladoras. La originalidad a menudo cayó cuando las comedias románticas eran fabricadas en masa por estudios que invariablemente repetían la misma fórmula. Las comedias románticas más originales a menudo son películas que ni siquiera se ubicarían a sí mismas dentro del género. Las comedias de Woody Allen, por ejemplo, estaban cargadas con tanta timidez y ansiedad que nunca son propensas a la sensiblería. La culpa, los celos sexuales y la paranoia no son muy a menudo destacados como ingredientes prometedores en las comedias románticas, pero las películas que carecen de ellos resultan muy blandas.
Marc Webb, el director de (500) Days..., se ha quejado de las comedias románticas “de fórmula” que tratan de “engañar vilmente”. A su favor, hay que decir que su película no es cínica ni artificial en ese sentido. De todos modos, la película ilustra los desafíos casi irremontables a los que se enfrentan los directores contemporáneos que quieren evocar los días dorados del género. Un problema es lo inmaduros que se ven los protagonistas. Incluso actores tan talentosos como Zooey Deschanel y Joseph Gordon-Levitt no pueden darle mucha profundidad emocional a sus personajes. Los antecedentes de Webb tienen que ver con hacer videos pop. Por momentos, la película parece una versión extendida de un clip pop, sobre y para adolescentes. Hay mucha menos tensión sexual que en el trabajo punzante que hacían directores como Howard Hawks y Preston Sturges. No puede escapar de su propio saludable júbilo.
En los últimos tiempos, las comedias románticas independientes norteamericanas se han incrementado tanto como las menos naturales ofrecidas por los estudios. Estos son los films chiflados sobre amor joven que usualmente comienzan su vida en el Festival de Sundance. Algunos han sido muy buenos. Por ejemplo, Adventureland, de Greg Mottola, sobre un chico brillante –con algo de Holden Caulfied– que mata el tiempo en un interminable trabajo en un parque temático y que en el camino encuentra el amor verdadero, fue al mismo tiempo divertida y conmovedora. Otra moda es el choque que en el cine independiente norteamericano se propone entre la comedia romántica y el drama familiar disfuncional. Películas como la menospreciada Margot at the Wedding (de Noah Baumbach) y Rachel Getting Married (de Jonathan Demme) han desdibujado los límites entre los dos formatos de modo inventivo. Pero incluso así, estas películas se quedan varios pasos atrás de las comedias románticas de los ’30, que se las arreglaban para ser al mismo tiempo livianas y provocativas.
Las obsesiones de los directores con sus protagonistas de ambos géneros puede ayudar. Woody Allen estaba claramente atontado por Diane Keaton en el momento que hizo Annie Hall. Cuando los cineastas están esclavizados por sus protagonistas femeninas hay un doble nivel de ironía. No es sólo el o la protagonista de ficción el o la que sufre a causa de su obsesión romántica. La ansiedad se mete en la tela de la que está hecha la película. El público capta esto inmediatamente.
En Lo que sucedió aquella noche, a los espectadores también se los hace conscientes del contexto social. Se sabe que esta historia de amor escapista acerca del periodista y la heredera fugitiva sucede con un telón de fondo de tensión y privación económica. Eso es lo que le otorga su urgencia a la película. Demasiadas comedias románticas contemporáneas tienen lugar en un mundo cercano a lo soñado, en el que nada parece estar muy en riesgo. Hay un narcisismo en los protagonistas que les imposibilita darse cuenta de su propia absurdidad. Un personaje adolescente suave y lindo se enamora de otro. Los espectadores no necesitan ser puestos en la exprimidora emocional ni que les hagan pensar que están viendo una de Ken Loach cuando van a ver una comedia romántica.
De todos modos, las comedias románticas que muestran algo de la vulnerabilidad de sus personajes y de sus problemas crean una impresión más fuerte que las que tienen lugar en una especie de mundo aislado de tarjeta postal. Esto es algo de lo que se dieron cuenta Hawks, Capra, Sturges y otros grandes practicantes del género. Sus películas no eran sólo acerca de juntar opuestos y ponerlos en las situaciones más penosas y absurdas que pudieran imaginar los guionistas. El secreto era más simple que eso. Ellos sabían que, para que el escapismo funcionara, tenían que empezar en un lugar que todo el mundo pudiera reconocer.
* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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