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Jueves, 18 de agosto de 2005

CINE › “PLANTA 4ª”, DEL ESPAÑOL ANTONIO MERCERO

Sarcasmo en silla de ruedas

 Por H. B.

¿Puede ser divertida una película protagonizada por pacientes cancerosos cuyas edades no pasan de los 15 o 16 años y que para peor tienen los miembros amputados? Sí, sin duda: Planta 4ª no es divertida, es divertídisima. Tiene algunos de los personajes más simpáticos y varios de los gags más contagiosos del cine reciente. Claro que, para poder disfrutarlo, es necesario apelar a una violenta suspensión de la incredulidad. Si se la juzga bajo la lupa del verosimilismo resultará bastante inconcebible que una sala de enfermos terminales sea lo más parecido a una interminable festichola, una joda de nunca acabar. Por el contrario, si se aceptan sus presupuestos, es cuestión de relajarse y gozar: pocas veces, media docena de sillas de ruedas han representado un vehículo más directo al festejo vital.
Qué relación existe entre una silla de ruedas y la risa, y entre todo eso y la madre patria, es algo que algún día habrá que ponerse a desentrañar. La invalidez como pasaje al humor es una extraña tradición española, que en cine admite ejemplos tan excelsos como los de El cochecito (1961), más de un Buñuel y Torrente, el brazo tonto de la ley (1998), donde Santiago Segura mandaba a trabajar a su padre paralítico. Producto de una cultura en la que una de las formas de lidiar con la desgracia y la muerte es divertirse con ellas en plan bestia, Planta 4ª prolonga una de las más vivificantes costumbres del cine hispano. Mil veces más vivificante que el solemne academicismo oficial en el que esa cinematografía suele vararse.
Basada en una obra teatral, adaptada por el propio autor y dirigida por Antonio Mercero (un casi setentón agente-para-todo-servicio del cine español, que en los 70 firmó cosas como Tobi, el niño con alas), ya de entrada Planta 4ª le aplica al espectador una dosis concentrada de lo que vendrá. Un grupo de chicos, sin pelo por la quimioterapia y con muñones donde deberían estar las piernas, recuerda a los gritos el partido de básquet que vienen de jugar contra el equipo de otro hospital. El tono es tan chacotón como el de cualquier barrita. Uno de ellos (médicos, enfermeras y pacientes los conocen como “los pelones”) comenta el resultado: “Dos cojos y tres mancos nos pasaron por encima; nosotros formamos con tres mancos, un cojo y otro con síndrome de Kortz”.
Cuando en la escena siguiente, el mismo pibe (Miguel Angel, el más jodón de la sala) presenta “la superpierna hidráulica” de uno de sus compañeros como si se tratara de un desfile de modas (“esta temporada se llevará la pierna modelo Terminator 2, distinta del modelo Robocop que se usó el invierno pasado”), mientras el otro se levanta el pantalón pijama y muestra orgulloso su pata metálica, ya no quedan dudas sobre la clase de complicidad a la que es invitado el espectador. La barra más juerguista que haya dado el cine desde Amigos míos –aquella película en la que Tognazzi, Noiret y Adolfo Celi ahuyentaban vejeces y frustraciones a pura broma–, estos “pelones” de Planta 4ª matan la angustia con sarcasmos, cargadas telefónicas y trueques de comida durante el almuerzo (“una pata de pollo por medio flan”). Y haciendo deporte, cómo no. El básquet, como pasión excluyente (el fútbol sería algo más complicado), y hasta una picada a todo vapor y en sillas de ruedas, recorriendo todo el hospital, que es el momento más memorable de la película. Por cierto que todo este despliegue cachondero –cuya eficacia se ve elevada a la enésima potencia por el hecho de que a los propios actores les faltan los miembros, sin digitalización de por medio– se ve contrapesado por algunos insights intimistas, en los que aflora la angustia de los pibes y donde la película de algún modo (y para su perjuicio) se normaliza. Tampoco faltan el cálculo de guión (cierta subtrama amorosa, la aparición del jugador de básquet providencial, la presencia de algún médico aguafiestas) y un final tirando a demagógico, con el grupo de rock Estopa cantándoles a los chicos. Pero no hay golpes bajos. Además, son tan irresistibles todos los personajes, tan infeccioso su espíritu de joda y tan recordables la mayoría de sus guarradas, que Planta 4ª mueve a dejar para otro momento cualquier reserva y disfrutarla a pleno, como un “pelón” más.


7-PLANTA 4ª
España, 2003.
Dirección: Antonio Mercero.
Guión: Albert Espinosa y A. Mercero, sobre obra teatral del primero.
Intérpretes: Juan José Ballesta, Luis Angel Priego, Gorka Moreno, Alejandro Zafra, Marcos Martínez y Marcos Cedillo.

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