Miércoles, 14 de abril de 2010 | Hoy
CINE › EL CINE LATINOAMERICANO BORRA FRONTERAS EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL
La chilena La quemadura, la paraguaya Cuchillo de palo y la mexicana Alamar se suman a la tendencia más fuerte del cine contemporáneo que consiste en disolver las líneas que en otros tiempos separaban el campo de la ficción del documental.
Por Horacio Bernades
Ya se ha señalado: de las diecinueve películas que participan de la Selección Oficial Internacional de la 12ª edición del Bafici, un tercio son documentales. O lo son en buena medida. O parecen serlo. O no lo parecen, pero tal vez lo sean. Toda esta serie de aclaraciones obedece a que una de las tendencias más fuertes del cine contemporáneo consiste, como se sabe, en disolver las líneas que en otros tiempos separaban con corte tajante el campo de la ficción del del documental. En sintonía con ello, en su sección de cabecera el Bafici 2010 presenta documentales narrados como ficciones (la argentina El ambulante), ficciones actuadas por “gente real” (la indie Putty Hill) o películas en las que es imposible diferenciar una cosa de otra, como en la italiana La bocca del lupo. De un solo golpe, tres películas latinoamericanas vienen a aportar nuevos hilos a esta bienvenida red de fusiones entre lo real y lo ficticio. Se trata de la chilena La quemadura, la española (paraguaya, sin embargo, a todos los efectos que no sean los de su financiación) Cuchillo de palo y la mexicana Alamar.
Lo más impresionante de La quemadura no se ve, se oye. Sucede en los primeros segundos de película, cuando sobre cuadro negro se escucha una conversación telefónica entre una señora y un muchacho, a quien por la voz se adivina no tan joven. “¿Cuánto medís? ¿Qué talle de camisa usás? ¿Sos flaco, tenés pancita?”, pregunta la señora. Sería una conversación perfectamente banal, si no fuera porque son madre e hijo. La mujer se fue a comienzos de los ’80 y nunca más volvió a tener contacto con su familia. Hasta ahora. La investigación que hace el hijo sobre los motivos y circunstancias de su partida y la latente posibilidad de reencuentro motorizan La quemadura, ópera prima del treintañero René Ballesteros. La singularidad del caso y, a la vez, su condición metonímica (la familia Ballesteros impuso sobre el asunto un grueso manto de olvido, silenciamiento y desmemoria), sumadas a la hábil dosificación de la información y la utilización de una atractiva estructura fragmentaria fogonean el interés de La quemadura, tanto en términos narrativos como formales.
Pero hay dos peros. Uno es el intento de vincular la huida de la madre con el golpe de Pinochet, sirviéndose de una investigación universitaria que la hermana de Ballesteros hace sobre una editorial de tiempos de Allende, barrida tras el golpe. El problema es que la única conexión entre una cosa y otra es que en casa del realizador tenían, cuando era chico, libros de esa editorial. Y nada más que eso. El otro manchón es el estilo embudo con que el relato se dirige a su catarsis, que suena tan calculada como una de Hollywood. Lo siniestro familiar es investigado también en Cuchillo de palo, de producción española, pero filmada en Asunción por la realizadora paraguaya Renate Costa. Se trata aquí de una muerte sumamente sospechosa: la de un tío de la realizadora, que hacia fines de la interminable dictadura de Alfredo Stroessner se habría arrojado un día del balcón de su casa.
Sucede que –aunque sus propios parientes se resistan a reconocerlo hoy en día– el tío Rodolfo era marica. Y en el Paraguay de Stroessner, a los maricones los perseguían, los detenían y torturaban. ¿Se habrá suicidado el tío Rodolfo o qué? El título alternativo de Cuchillo de palo es escueto, misterioso y siniestro. 108 es el nombre que hasta el día de hoy se les da en Paraguay a los homosexuales, dada la cifra de detenidos en una de las razzias más famosas. Hasta el día de hoy: la pervivencia de la homofobia en el Paraguay contemporáneo –advertible tanto en los diálogos de la realizadora con su padre, que intentó infructuosamente apartar al tío de las “malas influencias”, como en la oscura cueva de “locas” que Costa visita– deja, al final de la proyección, un regusto tan rancio como el de un secreto familiar, guardado en el lugar más húmedo de la casa.
Y otra vez la familia en Alamar, ópera prima en solitario de Pedro González-Rubio (correalizador de Toro negro, vista también en el Bafici), que viene de ganar uno de los premios mayores en Rotterdam. En este caso, el mundo de los padres –estos padres, no necesariamente todos– como imposible conciliación entre lo femenino y lo masculino. Antes de irse a vivir a la urbanísima Roma junto a su mamá italiana, un chico de unos cinco años parte en otro viaje. Es el último que hará con su padre, a una zona de arrecifes de coral, en la península de Yucatán. Allí, aquél y el abuelo lo iniciarán en la vida semisalvaje, enseñándole a bucear, a pescar con arpón, a perderles el miedo los cocodrilos, a nombrar a las aves, a conocer la flora caribeña. Le enseñarán, en una palabra, lo arquetípico masculino. Jorge Machado, Natan Machado y Roberta Palombini hacen de sí mismos. Aunque jamás se sabrá hasta qué punto lo que viven en cámara es “real” o “actuado”. Lo de Alamar es cine directo, cámara invisible, impresión de realidad absoluta, acciones y sólo ellas. El cine como representación de la experiencia. Pero una representación que parecería no ser tal, sino experiencia pura.
* La quemadura se exhibe por última vez hoy a las 14.15, en el Hoyts 5. Cuchillo de palo, hoy a las 20.45 en el Hoyts 8 y el sábado 17 a las 16, en el Hoyts 9. Alamar, hoy a las 20.30 en el Atlas Santa Fe 1 y mañana a las 16.45, en el Teatro 25 de Mayo.
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