Miércoles, 14 de abril de 2010 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A JONATHAN PEREL, DIRECTOR DE EL PREDIO, SOBRE LA EX ESMA
Sin testimonios, sin una voz en off, sin un relato explícito, el joven director debuta en el largometraje con un film que retrata el momento de transición entre el ex centro clandestino de detención y el Espacio de la Memoria que crece día a día.
Por Oscar Ranzani
Egresado de la carrera de arte de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), Jonathan Perel inicia su carrera como cineasta con su ópera prima, El predio, que se exhibirá hoy a las 13.45 en el Hoyts Abasto, como parte de la Sección Cine del Futuro del Bafici. Perel decidió filmar en la ex Escuela de Mecánica de la Armada, convertida en Espacio para la Memoria. Nacido nada menos que en 1976, Perel, sin ser militante, siempre tuvo un interés particular por la temática de los procesos de construcción de memoria, aunque debieron pasar varios años hasta que su proyecto cinematógrafico desembocara en la elección pretendida. Es que el cineasta pensó, en principio, realizar una película que abarcara muchos más lugares que la ESMA: filmó en Villa Martelli, donde fue asesinado el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Mario Santucho, y también registró imágenes del centro clandestino de detención El Olimpo. Pero un día fue a la ex ESMA a coordinar unas jornadas de políticas de memoria, donde se exhibían films emblemáticos como Garage Olimpo, Los rubios y M. Y decidió circunscribir su proyecto solo a ese lugar, tal vez porque lo marcó visitar el predio por primera vez. “Tengo un interés por los temas de memoria que me venían dando vueltas hace mucho tiempo, y la ESMA es el lugar por excelencia”, relata el joven cineasta.
El predio es un documental de observación, con la particularidad de que la cámara se detiene en planos prolongados en el tiempo, sin intervención exterior: no recurre a testimonios, no hay relatos en off y el único sonido que se percibe es el ambiente, con un silencio por momentos inquietante. La cámara de Perel navega por escombros del pasado, de lo que en otra época fue el símbolo edilicio de la tortura, pero lo hace desde el presente, mostrando la sede que los organismos de derechos humanos tienen desde 2007. El predio también muestra el proceso de conversión, pero alejado de un tono informativo o explicativo que reproduzca cómo se realizó la reconstrucción del edificio, sino más bien invitando a reflexionar sobre los sentidos posibles de ese espacio.
–¿De qué manera buscó simbolizar el horror del pasado?
–La película, sobre todo, trata de preguntarse a sí misma y de preguntar a la audiencia qué posibilidad hay de narrar ese horror que parece inenarrable, o que escapa a toda representación, o que se hace difícil de contar en el arte. El camino elegido es silencioso y tiene que ver con el poder del silencio y del vacío de dar cuenta de aquello que parece que cualquier palabra o narración no le alcanza.
–¿Ese silencio está relacionado con un silencio que tal vez le imponía el lugar?
–No sé si el lugar me imponía silencio. Esa era la línea más clara que yo tenía de acercamiento. No me interesaba hacer entrevistas ni poner una voz en off ni una narración. Tampoco me interesaba ponerle palabras ni explicaciones. Eran imágenes que se tenían que defender solas y lograr transmitir o expresar lo que pudieran. Había confianza en esas imágenes. En algún momento tuve un prólogo explicativo, pero luego lo descarté.
–¿Cómo se conjugan el pasado y el presente en El predio?
–Es una película sobre el presente, absolutamente contemporánea. La cámara buscando algún lugar dentro de la ESMA es lo más contemporáneo que puedo imaginar. Es algo que sólo puede pasar de 2007 para acá. Y el pasado, como dice Walter Benjamin, “relampaguea en un instante de peligro”. Yo esperaría eso. Afrontar el debate de qué hacer con el predio es una tarea tan difícil y en la que tienen que participar tantos actores sociales que es un instante de peligro. Yo esperaría que las imágenes logren que algo del pasado relampaguee. Pero es una película del presente.
–El film parece estar dividido en dos partes: la primera muestra los rastros del pasado, la segunda se detiene más en los signos del presente. ¿La planteó así?
–No, el primer acercamiento con el lugar, más allá de si uno lo conoce o no, es a través de mi mirada. Es un acercamiento a una ruina y eso se conecta un poco con cierto aspecto del pasado. A medida que la cámara vuelve a los mismos lugares, a ver cómo avanzan los artistas y cómo se siguen proyectando películas, esos lugares se vuelven más cotidianos y más presentes. La primera vez que vemos el lugar donde una artista planta papas es ruinoso, mientras que cuando vuelvo por cuarta vez al lugar es una imagen más cotidiana y más presente. Pero yo no planteé una división.
–Otra idea es que parece mostrar los cambios del proceso de reconversión pero tal vez no de un modo evidente...
–Hay algo que me interesa mucho del estado actual del lugar: está en construcción. Que el lugar esté abierto y yo pueda entrar a filmar, pero que todavía no esté completamente formalizado como espacio de memoria me hizo pensar que ahí había una brecha y un camino donde yo podía encontrar un lugar desde donde narrar algo del pasado o desde donde hacer un ejercicio de memoria. Siento que en unos años (uno, diez o no sé) ese lugar se va a formalizar más, se va a transformar en un museo más institucionalizado. Y ciertas brechas que hay ahora se van a cerrar, van a quedar más clausuradas. En ese sentido me interesó ocupar con mi cámara la ESMA en este momento en transición. Yo muestro, por ejemplo, que se están haciendo obras: la película arranca con una escena que las muestra, como se le dice ahora, de puesta en valor. Es toda una discusión si habría que hacer una puesta en valor o no, cuánto habría que reconstruir o no. Yo no registré el proceso de la construcción, a diferencia del de los artistas: uno ve cómo los dibujos de uno de ellos avanzan por las paredes, o las papas de otra artista van creciendo. Esos procesos sí los seguí, tratando de mostrar cómo pasaba el tiempo.
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