Lunes, 24 de mayo de 2010 | Hoy
CINE › LA PALMA DE ORO EN CANNES FUE PARA UNA PELíCULA TAILANDESA
Uncle Boonmee who Can Recall his Past Lives, un bello y misterioso film de Apichatpong Weerasethakul, sedujo al jurado presidido por Tim Burton. Al margen de la competencia, el festival deja un saldo muy positivo, con auspiciosa presencia argentina.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Y se hizo justicia. Uncle Boonmee who Can Recall his Past Lives, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, el premio más prestigioso del mundo del cine. Un premio tan merecido como sorpresivo, porque la magnífica película de “Joe” (como se suele simplificar su nombre, para comodidad de Occidente) era un poco la película OVNI de la competencia, el objeto visual no identificado, un film tan bello como enigmático y misterioso, de esos que suelen dividir a los jurados. Pero esta vez parece que se alinearon los astros y en la extraña constelación de Cannes la estrella de Joe se cruzó con la de Tim Burton, el presidente del jurado, y se produjo el Big Bang en la Croisette.
“Quiero enviar un mensaje a mi gente”, dijo Weerasethakul cuando recibió de manos de la actriz Charlotte Gainsbourg la Palma. “Les agradezco a todos los espíritus y fantasmas de mi país, Tailandia, que está atravesando un momento tan difícil, que me hayan permitido estar hoy aquí.” Es que El tío Boonmee que puede recordar sus vidas pasadas es una celebración de las ánimas, de los espíritus de los muertos que rondan a los vivos y que vienen a acompañarlos y a conversar con ellos en sus momentos más íntimos y trascendentes. El tema de los fantasmas y las reencarnaciones ya estaba en toda su obra previa, impregnada por el budismo pero, en El tío Boonmee..., Weerasethakul lo ha desarrollado de una manera menos hermética que en sus films previos, con serenidad e incluso con humor, pero sin sacrificar por ello nada de su extraña, oscura poesía.
“También quiero dedicar este premio a mi madre, que treinta años atrás me llevó por primera vez al cine, desconocido hasta entonces para mí, y que me introdujo en esta noción del misterio, que es el poder y la magia del cine”, concluyó el director tailandés, que aprovechó para declarar su admiración por el cine de Tim Burton. El director de El cadáver de la novia, a su vez, debe haber quedado seducido por esos extraños faunos que aparecen en Uncle Boonmee..., unos espíritus peludos, de inquietantes ojos rojos, que asustan en la espesura de la selva y la oscuridad de la noche, pero que son inofensivos y sólo quieren compartir su soledad con quienes conocieron en sus vidas previas. Como el tío Boonmee, que se prepara para morir, pero está preocupado por su reencarnación, porque sabe que –como sucede ahora en Tailandia– él también mató compatriotas durante una guerra civil anterior.
Ignorado por la cartelera comercial de Buenos Aires –como en casi todo el mundo, por cierto–, el cine de Apichatpong Weerasethakul (Bangkok, 1970) se ha conocido en nuestro país gracias al Bafici y al DocBsAs, donde se ha exhibido la mayoría de sus films previos, como los largometrajes Tropical Malady (2004) y Syndromes and a Century (2006), y los cortos Morakot (2007) y A Letter to Uncle Boonmee (2008), una variación sobre el mismo tema del film que ahora acaba de ganar en Cannes.
Por detrás de Joe, el Palmarés de Cannes 2010 tuvo un fuerte acento francés. El Gran Premio del Jurado fue para Des hommes et des dieux, de Xavier Beauvois, retrato colectivo de las últimas horas de unos monjes cristianos franceses antes de ser ejecutados en medio del fuego cruzado de una guerra civil musulmana, un episodio basado en un hecho real ocurrido en el Líbano. El actor Mathieu Amalric ganó el premio al mejor director por Tournée, una road-movie burlesca, también con un elenco coral (pero en este caso de strippers), que es su cuarto largometraje como realizador. “Este premio me hace sentir que he vuelto a casa”, dijo Amalric, al recordar en el escenario del inmenso Grand Théâtre Lumière que él había empezado su carrera en el cine como meritorio de dirección.
Y el premio a la mejor actriz fue para Juliette Binoche, por su impresionante tour de force en Copie conforme, la primera película que el iraní Abbas Kiarostami rueda fuera de su país. La Binoche aprovechó la ocasión para volver a pedir por la liberación de Jafar Panahi, otro gran cineasta iraní, actualmente preso por el régimen de Teherán por su compromiso político con la oposición y que, simultáneamente con el desarrollo del Festival de Cannes, inició una huelga de hambre.
Otra declaración política fue la del italiano Elio Germano, que ganó (ex aequo) el premio al mejor actor por La nostra vita: “Berlusconi dice que nuestro cine siempre habla mal de nuestro país, por eso les quiero dedicar este premio a Italia y a los italianos, que hacen todo lo posible por hacer un país mejor, a pesar de su clase dirigente”. El otro actor premiado fue el español Javier Bardem, por Biutiful, donde el realizador de Amores perros y Babel, el mexicano Alejandro González Iñárritu, lo somete a todo tipo de desgracias y padecimientos, de esos que sensibilizan también a la Academia de Hollywood. Por lo visto, en este rubro hubo dentro del jurado alguna disputa insalvable, que se resolvió de manera salomónica: cortando el premio en dos.
Premios consuelo fueron para Lee Chang-dong al mejor guión por Poetry, una película que estaba para mucho más, pero que el jurado al menos reconoció. Y el opaco Prix du Jury para Un homme qui cri, de Mahamat-Saleh Haroun, la primera película de Chad que concursa en Cannes y que es de una nobleza y una honestidad irreprochables, que alejan del premio la sospecha de todo paternalismo.
Al margen de la competencia, el festival deja un saldo muy positivo. La definitiva puesta en valor de la sección Una Cierta Mirada, con títulos tanto o más importantes que los que corrían por la Palma, fortaleció a toda la programación oficial, donde también hubo puntos altos en los films Hors Compétition y Séances Spéciales.
La sola enumeración de los nombres de los directores presentes en Un Certain Regard es un indicativo: Jean-Luc Godard, Manoel de Oliveira, Hong Sang-soo... Y todos presentaron trabajos a la altura de lo mejor de su obra. El Film socialisme de Godard, que él ha deslizado que podría ser su despedida del cine, vuelve a abrir caminos y a ratificar que, en sus manos al menos, el film de ensayo no sólo es posible sino también necesario, para reflexionar sobre el estado del mundo con los infinitos recursos del medio audiovisual. O estranho caso de Angélica (afortunadamente adquirida para su estreno en la Argentina), del centenario realizador portugués Manoel de Oliveira, “iluminó con su belleza toda la selección”, como señaló la presidenta del jurado de Un Certain Regard, la directora francesa Claire Denis. Por su parte, Ha Ha Ha, del coreano Hong Sang-soo, no sólo se llevó el premio mayor de la sección sino que además propuso uno de los films más placenteros de todo el festival. Y la representación rumana estuvo a la altura de lo que se espera de uno de los cines más vitales y singulares de hoy: tanto Aurora, de Cristi Puiu, como Marti, dupa craciun, de Radu Muntean, elevaron bien alta la vara de la sección.
En este contexto, el cine argentino, también presente con dos películas (lo que prueba también su trascendencia a nivel internacional), no sólo no desentonó sino que además se vuelve de Cannes con un premio importante. Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez, el trío protagónico de Los labios, se llevó el sábado el Prix d’Interpretation de Un Certain Regard, abriéndole un enorme camino por delante a esta película y a sus realizadores, Iván Fund y Santiago Loza, que hasta ahora no habían dado un salto de esta magnitud.
La inclusión de Los labios en la sección oficial también es una excelente señal del Festival de Cannes, que así prueba, por si hacía falta, que una película auténticamente independiente, sin apoyo previo de vendedores y coproductores internacionales, puede llegar al Palais y competir de igual a igual con los nombres mayores del cine mundial. En este contexto, hay que señalar que fue injusta la relativa indiferencia con que fue tratado por la crítica el excelente Carancho de Pablo Trapero. La necesidad que tiene el circuito de festivales de imponer novedades y fagocitar nombres año a año desplazó a Trapero del centro de atención, por el solo pecado de no ser ya una revelación, ni tampoco un maestro consagrado. Algo así como la crisis de la mediana edad.
El documental tuvo una presencia fuerte y destacada en las Funciones Especiales y Fuera de Competición. Allí fue el terreno de la polémica de actualidad política (Draquila, L’Italia che trema, sobre el caso Berlusconi) y económica (Inside Job, sobre los manejos financieros de Wall Street). Pero el documental de autor, de creación, estuvo en manos del chileno Patricio Guzmán por su emotiva Nostalgia de la luz. Y la experimentación con material de archivo ofreció uno de los films más originales de todo el festival: Autobiografia lui Nicolae Ceausescu, de otro talento rumano, Andrei Ujica, que consiguió narrar un cuarto de siglo de la historia de su país, utilizando únicamente materiales oficiales de la dictadura de Ceausescu, reveladores en su acumulación de la ficción que construía el régimen.
En la Croisette, el boulevard marítimo que recorre la Riviera de Cannes, esta nueva fuerza que cobraron las secciones oficiales paralelas a la competencia oficial inclinó el terreno a su favor y dejó en inferioridad de condiciones a la Quincena de los Realizadores. La partida de Olivier Père al Festival de Locarno dejó un vacío difícil de llenar: el nuevo director de la Quinzaine, Frédéric Boyer, no alcanzó, en su primera edición, a presentar una selección lo suficientemente fuerte y atractiva como para hacerle frente al festival oficial.
Sí, es verdad: en la Quincena hubo, por lo menos, dos títulos importantes, de los que se hablará a lo largo del año, como la estupenda película italiana Le quattre volte, segundo largo de Michelangelo Frammartino, rodada en escenarios naturales de Calabria. Y Todos vós sodes capitáns, promisoria opera prima del franco-catalán Olivier Laxe. Pero al margen de esos dos films, que se llevaron los premios del jurado de la sección y de la crítica (Fipresci), a la Quincena le faltó el factor sorpresa, la capacidad de descubrimiento que venía caracterizando a la gestión anterior y que el nuevo director deberá conseguir, para intentar volver a equilibrar la balanza con las secciones oficiales.
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