CINE › PRINCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO, DE MIKE NEWELL
En un calco del modelo de acción que impera en el Hollywood actual, el productor Jerry Bruckheimer deja su sello para una historia legendaria que no termina de fraguar, pero se permite un par de chistes y paralelismos con la época actual.
› Por Juan Pablo Cinelli
PRINCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO
Prince of Persia: The Sands of Time, Estados Unidos, 2010.
Dirección: Mike Newell.
Guión: Boaz Yakin, Doug Miro y Carlo Bernard, basada en el videojuego “El príncipe de Persia”, creado por Jordan Mechner.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: John Seale.
Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Gemma Arterton, Ben Kingsley, Alfred Molina.
Los hombres de negocios no suelen equivocarse cuando deciden invertir en algo, lo que fuera, en este caso una película. Saben hasta dónde es seguro y en qué punto empieza el riesgo, y que a veces es más osado invertir en un film de bajo presupuesto y guión novedoso, que gastarse 150 millones en un refrito de viejas ideas. En el afiche de Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo podría sin problemas leerse el tagline “Jerry Bruckheimer lo hizo” y a nadie le sorprendería. Es que Bruckheimer se ha cansado de producir éxitos, a tal punto que su nombre es más importante en películas como esta que el del propio director, por caso el británico Mike Newell. Sólo con la trilogía (pronto tetralogía) Piratas del Caribe, Bruckheimer recaudó casi 2700 millones. Príncipe de Persia es su nueva apuesta por la saga épica.
Basada en un popular videojuego, cuya primera versión fue jugada por señores que hoy han pasado de largo los 40, Príncipe de Persia utiliza para su paso al cine el molde de los mencionados Piratas, al punto de que cualquier adolescente podría intentar el ejercicio de encontrar las correlaciones entre una y otra. Una historia que en este caso cambia los mares de la colonia por el desierto, escenario de las conquistas del Imperio... el de Persia: no faltarán los intencionados que buscarán enseguida el pelo, trazando un paralelo entre aquellas campañas persas de antaño y las más actuales incursiones estadounidenses en la arena. Y como Bruckheimer está más allá de todo, hasta se permite volverse obamista en tiempos de Obama.
Dastan (Jake Gyllenhaal) es uno de los tres hijos del emperador, pero a diferencia de los otros él fue adoptado de niño, cuando el monarca descubre en él un valor y una nobleza inusuales. Ya grandes, los tres hermanitos parten en campaña para someter a quienes no guardan fidelidad al Imperio. Llegan así a las puertas de una ciudad sagrada que su padre ordenó no atacar. Sin embargo Tus, el mayor de los hermanos y comandante del ejército, ante la sospecha de que en esa ciudad se fabrican armas que son vendidas a los enemigos de Persia, reúne a los suyos para decidir si se debe o no respetar la orden paterna. A instancias de Nizam (Ben Kingsley), tío y consejero de los príncipes, y en contra de la percepción de Dastan, Tus decide atacar.
Las escenas de acción en Príncipe de Persia son subsidiarias de la nueva escuela del cine de ese género, cuyo mejor y tal vez fundacional exponente sea la saga Bourne: mucha acrobacia, parkour y persecuciones a la carrera en opresivos escenarios urbanos. De ese modo y con Dastan como héroe, la ciudad es tomada, pero las fábricas de armas no aparecen. Tamina, la bella princesa/vestal de la ciudad sagrada, les espeta a los herederos que “ni la tortura más terrible hará que aparezcan armas que no existen”. Es posible imaginar a Bruckheimer muerto de risa, disfrutando de la picardía de esa declaración inesperada en una de sus películas.
A partir de allí entrarán en juego una reliquia sagrada, una conspiración y un magnicidio, que acaban con Dastan y Tamina como prófugos, dando inicio a la esperable historia de amor-odio. En el camino la narración deviene fantástica, dando la vuelta de tuerca definitiva a la película. Que si bien mantiene su pulso no termina de fraguar. Como el protagonista, Jake Gyllenhaal, que con muy buenos antecedentes sobreactúa su Príncipe casi tanto como Orlando Bloom (un actor de menor valor) hacía con su pirata. Gemma Arterton contribuye con su belleza fría; Kingsley desarrolla su personaje con una ambigüedad que conoce de otros trabajos y Alfred Molina (de barba y pelo largo, casi un doble de Tom Araya, voz de los metaleros Slayer) da con gracia los infaltables pasos de comedia. Nadie duda del éxito de Príncipe de Persia en las boleterías, pero no estaría mal que Jerry B. le aportara algo al cine, que tantos favores (dólares) le ha hecho (ganar).
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