Jueves, 23 de febrero de 2006 | Hoy
CINE › “RENT”, VERSION SONY DEL MUSICAL NEOYORQUINO
Por H. B.
Como Whitney Houston haciendo un tema de los Sex Pistols. A eso se parece Rent, los bohemios. La que se estrena ahora en Buenos Aires es la versión Sony Pictures de un musical que supo ser, años atrás, una suerte de manifiesto contracultural, de forma de resistencia del Village neoyorquino frente a la América limpia de Rudolph Giuliani. Que lo que narra Rent sea la guerra entre los últimos románticos del East Village (los bohemios del título en español) y un proyecto urbanístico y cultural llevado adelante por una gran empresa no parece haber arredrado a los directivos de una de las mayores megacorporaciones de la industria internacional del espectáculo, que produjeron la película como si fuera posible disimular que las que narran la historia no son las ovejas, sino el zorro. Para peor, la compañía contrató, como director de la película, a un realizador como Chris Columbus, encarnación consumada del yes man hollywoodense.
Versión aggiornada de La Bohème, estrenada a comienzos de los ’90 en una pequeña salita off-Broadway y escrita y musicalizada por Jonathan Larson (que murió de sida tiempo más tarde), Rent es algo así como un musical ideológico, que hace explícita su orgullosa reivindicación de todas las formas de marginalidad, en contra del sistema. Sus protagonistas son jóvenes y pauperizados candidatos a artistas plásticos, performers, lesbianas, travestis y desnudistas, consumidores de toda clase de sustancias y varios de ellos portadores de hiv. Si el musical era contemporáneo de los hechos narrados –el pico de la epidemia de sida–, la película roza lo arqueológico, en tanto lo que cuenta transcurrió hace casi veinte años. Es verdad que si esto le pone un límite a su actualidad, no necesariamente la invalida.
Lo que invalida esta versión-Sony es su pasteurización, la rampante incoherencia entre el “mensaje” y su forma de producción. Esta esquizofrenia queda risiblemente expuesta cuando, en medio del número más de batalla de la obra entera (en el que se reivindican todas las formas posibles de sexualidad, todos los excesos conocidos y por conocer), alguien canta, a voz en cuello: “Estamos en contra de todo lo que sea mainstream”. Esa política de filtrar el agua con aceite ya había sido anticipada en el comienzo mismo de la película, cuando un documentalista anuncia que de allí en más va a filmar sin guión. Y lo que viene es, por supuesto, la película con el guión más rígido que pueda presentar la cartelera actual. Seguramente más auténtica, la obra original no destaca sin embargo por su sutileza, presentando una serie de estereotipos que se trenzan, escena tras escena, en números musicales machacados por esa suerte de épica soft-heavy (muy en la escuela Andrew Lloyd Webber) que sobrecarga de arreglos y lleva hasta el aturdimiento hasta a las canciones más íntimas.
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