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Martes, 3 de agosto de 2010

CINE › EL REALIZADOR NéSTOR MONTALBANO HABLA DE PáJAROS VOLANDO, SU CUARTO LARGOMETRAJE

“El humor siempre implica riesgos”

Director de ciclos como Cha, cha, cha y Todo por dos pesos, que instalaron en la televisión un humor irreverente y absurdo, Montalbano vuelve este jueves a la pantalla grande con la misma pareja protagónica de Soy tu aventura: Diego Capusotto y Luis Luque.

 Por Oscar Ranzani

La cara no visible de programas humorísticos que hicieron historia en la televisión argentina es Néstor Montalbano: fue uno de los creadores y el director de Cha, cha, cha, De la cabeza y Todo por dos pesos, ciclos que terminaron por instalar en la pantalla chica un humor con ostensible desparpajo y el absurdo como lenguaje expresivo. Pero Montalbano es también director de cine: ya filmó cuatro largometrajes, dos de ellos con Diego Capusotto y Luis Luque como pareja protagónica: Soy tu aventura y Pájaros volando. Esta última se estrena este jueves en 37 salas de todo el país, un lanzamiento fuerte para una película argentina, que busca sin duda al público acostumbrado al humor del protagonista de Peter Capusotto y sus videos, aunque por su argumento Pájaros volando no apunta exclusivamente a estos espectadores.

Antes de adentrarse a comentar su nueva película, Montalbano cuenta su fascinación por ser realizador cinematográfico: su interés surgió en 1972, cuando tenía tan sólo doce años y vio Juan Moreira, de Leonardo Favio. Oriundo de la localidad de 9 de Julio, Montalbano confiesa que presenció todas las funciones que se programaron de una de las obras cumbres del director de Gatica, el mono en su pueblo. Pero no todo quedó allí. Montalbano tenía un juguete llamado Cinegraph, “donde uno podía dibujar la película”, según recuerda. Entonces, un día se fue al cine, grabó el sonido del film, compró la revista TV Guía, y luego dibujó con el Cinegraph las caras de todos los actores. “Después en la escuela yo proyectaba esa película”, recuerda, mientras reconoce que, a partir de entonces, comenzó a profundizar “en esta cosa de ver las películas ‘desde afuera’ y a preguntarme cómo se hacían”. Su pasión por la dirección terminó de materializarse a partir de sus 19 años, cuando recién “egresado” de la colimba volvió a 9 de Julio a trabajar en la panadería de su padre. Fue entonces que un amigo le prestó una cámara Súper 8 y empezó a realizar películas con la gente del pueblo, a modo de entretenimiento. “Y ahí trabajaban el cartero, el panadero, el intendente; incluso llegó a trabajar el comisario. Y después, la pasaban en la Municipalidad y los vecinos se veían como Clint Eastwood o Rocky Balboa”, comenta Montalbano sobre esos trabajos que se hicieron muy populares en su tierra.

Ya no es un novato. Y en Pájaros volando Montalbano desarrolla situaciones disparatadas pero que, en muchas ocasiones, invitan a la reflexión. No es un humor pasatista al estilo del que fue, en otros años, el de los programas de Marcelo Tinelli, cuando “el rey del rating” armaba festivales de mal gusto (casi como ahora). Montalbano cuenta que Pájaros volando nació como consecuencia de un proyecto conjunto con Damián Dreizik –guionista del film, además de integrante del elenco–. “El me dijo que andaba leyendo cosas de ovnis y que le gustaría meterse con ese tema. Yo había estado de vacaciones en San Marcos Sierras ese mismo verano. Fuimos juntando toda esa línea de personajes y de historias que nos llevaban a ese cóctel que tiene la película”, relata el director.

Pájaros volando presenta la historia de José (Capusotto), un músico que vive de las ganancias de una remisería y que, décadas atrás, había tenido una banda de rock, Diente de Limón, junto a su primo Miguel (Luque), con quien craneó el hit “Pájaros volando”. Pero eso es parte del pasado. Miguel se fue a vivir a Las Pircas, un pueblito de las sierras cordobesas, con una especie de comunidad hippie, donde se gana la vida vendiendo artesanías de... ovnis y extraterrestres. Hasta que un día, Miguel viaja a Buenos Aires y le propone a José que abandone la gran ciudad y que se vaya a Las Pircas, con el objetivo de lograr que se anime a hacer un viaje al espacio con seres de otro planeta. La comunidad con la que se encuentra el personaje de Capusotto no puede ser más ecléctica, tanto desde la ficción como desde la realidad: allí aparecen desde Juan Carlos Mesa a Miguel Zavaleta, de Claudia Puyó a Lola Berthet, de Miguel Cantilo a Alejandra Flechner, de Víctor Hugo Morales a Antonio Cafiero.

En semejante coctelera artística, la batuta la tienen Capusotto y Luque, quienes recordaron los buenos viejos tiempos de Soy tu aventura. “Incluso, Damián propuso que fueran otra vez primos –explica Montalbano acerca de la elección de la dupla por segunda vez–. Por un lado, Capusotto con el tema del rock era muy del palo para ese personaje. Y lo de Luque se fue conformando de distintas maneras. Son dos actores de temperamentos muy distintos y de palos muy diferentes. De hecho, el personaje de Luque es complejo. Si bien la bipolaridad e inestabilidad que tiene lo hace gracioso, es un personaje oscuro, intenso, dramático.”

–Parece ser una película más reflexiva que Soy tu aventura...

–En algún punto, tiene más profundidad. La otra se quedaba en la anécdota de la historia, del cuentito, era para ver los personajes y disfrutar eso a quien le llegaran el código y el lenguaje. En este caso, con Damián hemos respetado el análisis de los personajes, incluso poner un personaje que se aparte de la comicidad como es el que interpreta Verónica Llinás (la mujer del personaje de Luque). Es el personaje más racional que mira todo con cierto equilibrio, mientras los demás están todos desaforados creyendo en los platos voladores. Pero si se mira con profundidad a estos personajes, en lo terrenal son tipos que en el fondo se quieren salvar de este mundo.

–En ambas películas hay guiños a las décadas del ’60 y ’70: Soy tu aventura parece un homenaje a las producciones de Enrique Carreras, mientras que Pájaros volando lo hace al rock nacional y, de alguna manera, al mundo hippie. ¿Qué significó para usted aquella época?

–Es generacional. Yo tengo 49 años y no puedo escaparme de lo que me selló hasta la adolescencia, como le pasa a cualquiera. Algunos dicen que soy un melancólico sin retorno. Yo no me considero así, sino que uso ese pasado para relanzarme hacia el futuro. Es decir, cuando pienso en cómo hacer estas películas, voy a las fuentes para volver a conmoverme. Cuando te ponés más viejo, vas perdiendo las pasiones. Cuando veo Juan Moreira, me da la sensación más pura de sentirme que yo puedo hacer cine. Me motiva.

–¿Por qué las tramas de sus películas se desencadenan generalmente en pueblos chicos?

–Se da de manera casi involuntaria y, en algún lado, yo debo arrastrar esa intención de generar este tipo de proyectos. Primero parto de una idea. Nunca pienso: “Quiero volver a filmar en el interior”. Pero sí hay una coincidencia tremenda y que no es sólo en un pueblo chico: en cada una de las cuatro películas que hice, un personaje regresa después de veinte años para reencontrarse con un amigo o con otra persona de ese lugar, y a partir de ahí, tratar de redimir ese pasado, anclándose todo en ese pueblo chico.

–¿El método de trabajo con Capusotto fue diferente al de la tele?

–No, igual.

–Hay quienes no disfrutan de la misma manera a Capusotto en el cine que en la TV. ¿Existe un mito acerca de que en la televisión se improvisa más que en el cine?

–Son dos lenguajes. Y en principio, la televisión es una sucesión de gags y de sketches, es decir, segmentos cortos que se van oxigenando constantemente en distintos personajes que se van creando. En el cine, al personaje de Capusotto lo aceptás o no porque tiene uno solo. Si bien en esta película su personaje tiene revelaciones porque en determinado momento le pasa algo que lo lleva a otro estadío de su personalidad, él compone un solo personaje y con un lenguaje totalmente diferente al de Peter Capusotto... Yo tomo ese análisis como un prejuicio. O sea, más allá de valorar a Capusotto como actor, si te gusta o no, yo creo que desgraciadamente para mucha gente es una marca, quiere verlo de esa manera, y se frustraría al ver un personaje que va remando una historia y es funcional a la misma. Yo me saco el prejuicio y lo juzgaría por si es un buen actor o no en esas condiciones.

–¿El humor implica un riesgo en el cine?

–Sí, totalmente, porque, por ejemplo, usted y yo seguramente tenemos humores distintos, y a cada uno un chiste nos va a hacer reír más que otro. Es una cuestión de idiosincrasia lo que define el humor de cada uno y la empatía que tiene con determinadas cosas. En cambio, el drama, bueno..., si se murió un nenito todo el mundo va a llorar y se va a conmover, o las circunstancias son más generalizadas. Pero el humor es tirano: una vez que lo planteaste, si hiciste dos minutos de risa, cuando vienen los otros dos minutos que querés relajar, no te lo perdonan si es que no pasó nada. En ese sentido, no es algo que me complique la vida. Yo cuento una historia. Y creo que hay cosas que hacen reír y otras que no. Y en la película seguramente la gente se va a reír de cosas que a mí no me hacen reír, y que no las hice para hacer reír. Es la manera en que yo veo el mundo también: con la mirada irónica, si se quiere hasta ácida, y de ternura que le pongo hacia el ser humano.

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Montalbano cuenta que su pasión por el cine surgió cuando vio Juan Moreira, de Leonardo Favio.
Imagen: Pablo Piovano
 
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