Jueves, 18 de noviembre de 2010 | Hoy
CINE › AYER SE EXHIBIERON EN MAR DEL PLATA LAS NOTABLES DE CARAVANA Y MALóN
Cordobés y cuartetero, el film de Rosendo Ruiz va más allá del lugar común del pintoresquismo para registrar el choque cultural en un delicioso tono de comedia. El de Fabián Fattore también se acerca a lo popular, pero de modo más elíptico, igualmente efectivo.
Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Aunque sus elecciones estéticas sean a veces cuestionables, el Festival de Mar del Plata ha sabido construir tradiciones loables, no siempre reconocidas. Una de ellas es la de hacerle lugar a un cine argentino que problematiza lo popular. Esto es, un cine que no cede al prejuicio y las ideas adquiridas, como tampoco a la demagogia populista o la corrección política al uso. Esa honorable tradición se remonta hasta el origen mismo de esta segunda etapa de Mar del Plata: no debe olvidarse que la gran consagrada local de la edición 1996 no fue otra que Pizza, birra, faso, nave insignia de esta tendencia. Más recientemente, el Ficmdp lanzó el cine del quilmeño José Celestino Campusano, presentando, en sucesión, esas gemas en bruto que son Vil romance y Vikingo. Ahora, la 25ª edición de Mar del Plata acaba de hallar una genuina heredera de aquéllas. En la película cordobesa De caravana, lo popular-marginal no es un mundo ni mejor ni peor que el “civilizado”. Es simplemente otro mundo. Más físico y peligroso, más turbio y desafiante. Un mundo que admite intercambios, aunque no sean sencillos.
Sanjuanino radicado en Córdoba, programador de un cineclub que se da el lujo de no cerrar nunca, la idea original de Rosendo Ruiz (1967) fue filmar un corto sobre La Mona Jiménez y el mundo de las fiestas cuarteteras. Terminó filmando un largo en el que una banda de segunda línea intenta secuestrar a La Mona. “¿Qué Mona?”, dice uno de otra banda, cuando se entera de la idea. “Si esos giles no pueden secuestrar ni a los monos del zoológico...” Como en todas las películas de esta tendencia, un ajustado oído para la lengua de la calle es clave para el verosímil que construye De caravana. Una lengua particularmente lucida en este caso, ya que se trata de esa forma hiperveloz del castellano, llena de ironías y de astucias, que se habla en la ciudad de Córdoba. Como en una Después de hora menos kafkiana, Ruiz lanza al mundo de la noche, la bailanta y la marginalidad a un chico habituado a los 0 km, la notebook y la cámara Canon. Secuestrado por un pesado, amigo de la morochita que lo encandiló, Juan Cruz terminará traficando para él, apaleado por otro, rechazado por su grupo de amigos y vapuleado por la chica. Pero claro, la cosa tiene su gustito...
Manteniendo en todo momento el tono de comedia festiva, con unos diálogos que son como una cruza de Tarantino y la Mole Moli, dos o tres actores que se florean de lo lindo y La Mona Jiménez actuando en vivo, lo que da densidad a De caravana es que por mucho que joda y fiestee nunca deja de tomarse el asunto en serio. ¿Qué asunto? El choque cultural, la estratificación social, la idea de los mil mundos en tensión que caben en uno. “¿Vos te pensás que afanar es un hobby? Esto es un laburo, flaco...”, le escupe en un momento a Juan Cruz el memorable Laucha, confirmando que la cosa va muy en serio. Pero es el rival de aquél –dueño de un secreto siniestro, que sólo al final se revelará– el que expone la idea básica de De caravana. Se trata de la “teoría del frasco”: los que están adentro son los boludos, los que aceptan las reglas sociales. Hay que salir del frasco para enterarse de qué va la cosa. Y De caravana, película contagiosa si las hay, logra hacerlo. Ah, a propósito de lo contagioso y a cuenta de otros premios que pueden empezar a conjeturarse: si hay una candidata a Premio del Público en esta edición de Mar del Plata es esta ópera prima cordobesa y cuartetera.
Un acercamiento bien distinto de lo popular –más distanciado y elíptico, más sofisticado e indirecto– lleva a cabo Malón, que debutó ayer y vuelve a exhibirse hoy en la Competencia Argentina. Austera, mínima, lacónica, la película de Fabián Fattore presenta a uno de esos solitarios introspectivos, tan frecuentes en el cine argentino de la última década (de Extraño a La mirada invisible, pasando por Parapalos, El custodio y El otro). Pero no se trata en este caso de un cirujano, un guardaespaldas o una preceptora, sino de un muchacho del interior, que trabaja en un barcito del conurbano y se caracteriza por no decir una palabra. Sosa tiene dos distracciones: boxear y tocar el acordeón. Eso es todo lo que se sabe de él. Si consistiera sólo en esto, Malón sería un exponente típico del cine argentino reciente. Pero Fattore practica dos operaciones que convierten su película en algo bastante más raro y elusivo. Una de ellas es enfrentar a Sosa con La vuelta al malón, el célebre cuadro de Angel Della Valle, en el que la indiada lleva a pelo a una cautiva. La otra es rodearlo –como en una Polémica en el bar libre de clichés– de un grupo de parroquianos que intentan desentrañar, con conocimiento y obsesividad, lo que podría llamarse “esencia mítica” del peronismo originario. Dos formas de la historia (y de la épica), confrontadas con una individualidad contemporánea, la de Sosa, alejada de todo heroísmo: el hombre jamás se anima a hablarle a una vecina de pensión, que –es visible– espera algún gesto de él.
Uno de los acontecimientos de esta edición de Mar del Plata, en relación con el cine argentino, es el “estreno” de Kindergarten... veintiún años después de filmada. Como es sabido, la película de Jorge Polaco, protagonizada por Graciela Borges, Arturo Puig y Luisa Vehil, debió haberse estrenado en 1989. Pero un recurso de amparo, interpuesto por un abogado ultramontano a quien unos chicos bajo una ducha le parecieron claro indicio de perversión, lo impidió. Por algún motivo misterioso las copias que había en el país desaparecieron, hasta que unos meses atrás pudo procesarse una copia restaurada, a partir de un negativo hallado en España. Anoche, el público agotó las localidades de una de las salas del cine Ambassador, para ver finalmente esta solitaria víctima de la censura posdictadura. Hoy y el sábado habrá nuevas oportunidades de hacerlo. Después, quién sabe...
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