Sábado, 20 de noviembre de 2010 | Hoy
CINE › FINAL PARA LAS COMPETENCIAS EN EL AUDITORIUM MARPLATENSE
Aballay, cruza del western con la gauchesca, se basa en un cuento que Antonio Di Benedetto escribió en cautiverio, durante la última dictadura. Beli, belisvet tiene como referente a Bertolt Brecht. Y la local Antes del estreno se inspira en John Cassavetes.
Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Ayer se cerraron las tres competencias oficiales y hoy a última hora de la tarde tendrá lugar la ceremonia de clausura del Ficmdp, ocasión en que se dará a conocer el Palmarés de esta 25ª edición del festival. Las últimas películas presentadas en Competencia Internacional fueron la argentina Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner, y la serbia Beli, belisvet, que a efectos de su distribución internacional se conoce como White White World. A su turno, la mexicana Abel, ópera prima como realizador del actor Diego Luna (el “otro” de Gael García Bernal en Y tu mamá también) fue una de las últimas en concursar en Competencia Latinoamericana, mientras que Antes del estreno, de Santiago Giralt, llegó sobre el final de la Competencia Argentina.
La nueva película de Fernando Spiner (realizador de La sonámbula y Adiós, querida Luna) se basa en Aballay, un cuento que Antonio Di Benedetto escribió en cautiverio, durante la última dictadura. En el cuento, un gaucho matrero oye de un cura la historia de los estilitas, monjes cristianos que, en la Edad Media, como forma de penitencia se trepaban a una columna, para no bajar de allí nunca más. Agobiado por una muerte que le pesa en la conciencia, y a falta de columnas en la pampa, el gaucho decide convertirse en estilita a caballo, subiéndose al pingo para siempre. Con ayuda de dos coguionistas, Spiner le dio a esta historia –y a la busca de venganza del hijo del muerto, que se narra en paralelo– el marco de un western criollo. Encarnado por un fiero Pablo Cedrón, Aballay es ahora el líder de una pandilla salvaje, y la referencia no es azarosa. La película de Spiner empieza con Cedrón y los suyos cabalgando hacia cámara en ralentí, en un encuadre que recuerda tanto el film de Peckinpah como Cabalgata infernal, de Walter Hill. Tras el robo de una diligencia, Aballay degüella a un militar porteño que se le quiso hacer el gallito, descubriendo luego que el hijo de aquél presenció esa muerte. El resto de la película transcurre diez años más tarde, cuando el chico ya es un joven y se propone cazar, uno por uno, a los asesinos de su padre.
La película de Spiner cruza el western con la gauchesca. Del primero de esos modos se desprenden tanto ciertos temas centrales (el motivo de la venganza, la pandilla de outlaws, el asalto a la diligencia, las disputas de poder al interior de la pandilla, el duelo final) como visuales (los secos cañadones tucumanos en reemplazo del Monument Valley; los jinetes sobre la ladera, como en los westerns de John Ford) y hasta musicales, con arreglos alla Morricone. De la gauchesca, los diálogos, la riña de gallos y hasta una chinita, encarnada por Moro Anghileri. La oposición entre civilización y barbarie, común a ambas formas de relato, se encarna en el choque entre el cajetilla porteño (encarnado por Nazareno Casero) y el líder salvaje (Claudio Rissi, desaforado), que le pelea el poder a Aballay, “marca” a la china como ganado, “cuerea” al rival y termina tirándole a alguien la cabeza de un ser querido, como Kurtz a Willard en Apocalypse Now. Con un elenco que incluye a Gabriel Goity en el papel del cura y a Horacio Fontova como curandero, tal vez por ciertas notorias disparidades actorales o quizá como consecuencia de una dramaturgia vacilante, Aballay –espléndidamente fotografiada por Claudio Beiza– funciona mejor en exteriores que puertas adentro.
“Mis referencias más determinantes fueron la tragedia clásica y Bertolt Brecht”, dijo en la conferencia de prensa el realizador serbio Oleg Novkovic, y White White World no deja dudas sobre ello. La película transcurre en el pueblo de Bor, que en tiempos de la antigua Yugoslavia representó la prosperidad económica y actualmente se halla en vías de extinción. En vías de extinción parecen todos los vecinos, corroídos por la falta de trabajo, el cierre de la mina y, peor aún, la violencia mutua, el alcoholismo, la promiscuidad, el asesinato, la cárcel y –last but not least– el incesto. Es tal la suma de calamidades que Beli, belisvet se vuelve, por momentos, casi cómica. Algo que no da la impresión de haber pasado inadvertido para Novkovic, que en la conferencia de prensa dejó clara su intención de construir la película en base a toda clase de choques estéticos. En White White World coexisten la pantalla panorámica y la cámara en mano (algo que los manuales desaconsejarían), el documentalismo y la estilización y, sobre todo, la desgracia y las canciones. Cada personaje tiene su leitmotiv, un coro cierra la película a la manera griega y letras como “mi madre fue la alcantarilla, mi padre el agua servida” se ven servidas por unos arreglos orquestales llenos de luminosidad y color. El resultado es fuerte y desconcertante. Puede anticiparse que la visceral protagonista, Jasna Djuricic, que viene de ganar el premio a Mejor Actriz en Locarno, tiene todas las chances de repetir hoy aquí.
El hallazgo de Diego Luna en Abel es, también, el trabajar en contra de lo que la lógica parecería sugerir. A los nueve años, el protagonista vuelve a casa, tras dos años de internación en un centro de salud mental. Más allá de algunas rabietas y caprichos, da toda la sensación de que la familia lo internó sólo por no saber qué hacer con él. Pero lo interesante es que, en lugar de convertir a Abel en víctima de su familia y merecedor de la siempre a mano piedad del espectador, Luna y su coguionista hacen de él un dictador. Ante la ausencia del padre, el chico opta por ocupar su lugar, retando a la mamá y obligando a sus hermanos a estudiar y a comportarse bien en la mesa. Hasta que, claro, aparece un señor que dice ser el papá. Con un humor contagioso pero a contrapierna, esta rara Abel invita a ponerle atención, de aquí en más, a la obra como realizador de Diego Luna. Finalmente, dos sorpresas dentro del amplio panorama de cine argentino que presenta esta edición de Mar del Plata. La favorable es Antes del estreno, de Santiago Giralt, que forma parte de la Competencia Argentina. Correalizador de UPA! y de Las hermanas L (que se estrena la semana próxima), la ópera prima solista de Giralt, Toda la gente sola, había sido una decepción en toda la línea. Remake en versión libre de Opening Night, de Cassavetes –con Erica Rivas “haciendo” de Gena Rowlands y toda una revelación en Nahuel Muti– un notable manejo del espacio (enteramente construido en largos y fluidos planos secuencia) hace de Antes del estreno la más lograda película de ficción de esa competencia.
La sorpresa desfavorable es Agua y sal, opus 2 de Alejo Taube, parte de la Competencia Latinoamericana del Ficmdp. En Una de dos, premiada en el Bafici 2004, Taube había logrado narrar la crisis del 2001 con un realismo descontracturado, pero en Agua y sal éste deviene naturalismo televisivo, impostada imitación de códigos y ambientes populares y más aceite que sal en esa agua, que combina largas escenas de carácter documentalista con una fábula de dobles, que parece salida un poco de Borges y otro poco de La doble vida de Verónica.
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