Sábado, 20 de noviembre de 2010 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR DOMINICANO JUNOT DíAZ
El ganador del Premio Pulitzer 2007 por La maravillosa vida breve de Oscar Wao asegura que la literatura “es una verdadera mierda, por lo difícil”. “Escribo alrededor de un capítulo cada dos años y no tengo miedo ni nada de eso”, dice.
Por Mónica Maristain
Desde Oaxaca
Dice que su nombre se pronuncia “Junó”, que la letra “t” no se pronuncia y que obedece a alguna rémora haitiana de su padre, un soldado trujillista que vive ahora en la península de la Florida, “donde se van a vivir todos los padres malos”. “En Haití hay muchos Junot, es un nombre muy común allí y muy raro en otras partes del mundo”, aclara Junot Díaz, Premio Pulitzer 2007 por su novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao y estrella incandescente en la trigésima edición de la Feria del Libro de Oaxaca, que termina mañana (domingo 21) en esa ciudad del sur de México. Pocas veces una primera novela genera tanto revuelo y la de Díaz fue un tsunami en la vida del escritor nacido en Santo Domingo en 1968, que llegó a Estados Unidos cuando era apenas un adolescente y no era políticamente correcto jugarla de latino en un universo donde todo lo cool era gringo. “Yo no era cool, era un nerd, porque si naces en una familia conservadora como la mía tu rebeldía se basa en mirar muchas películas de ciencia ficción; luego, claro, de tu práctica de tiro y de boxeo, a la que estuve abonado durante todos los fines de semana de mi infancia”, cuenta. En su novela, que lo hizo famoso, el inefable dictador Rafael Leónidas Trujillo cobra la forma de Saurón, el mago malo de El señor de los anillos, y ésa ha sido por ahora la única incursión en el género fantástico de Díaz. Luego, claro, del intento frustrado de escribir una historia de ciencia ficción cuyo primer capítulo envió a su editor para que éste respondiera con un telegrama que tenía una única palabra: “No”.
“Sirve para que me inviten a Oaxaca, por ejemplo”, dice de su Pulitzer, premio del cual se enteró por un amigo que había escuchado la noticia por televisión. “Soy un escritor muy feo y no me llamaron directamente para avisarme, como sí lo hicieron el año anterior con una amiga dramaturga, muy bonita”, se ríe. En el medio de ese interés mediático, el escritor “con talentos muy limitados”, que elabora sus historias con ritmo “muy lento” y para quien hacer literatura “es una verdadera mierda, por lo difícil”, intenta avanzar con una segunda novela que ya ha comenzado a generar mucha expectativa. “Escribo alrededor de un capítulo cada dos años y no tengo miedo ni nada de eso. Para un escritor no importa si su segunda novela va a ser mejor que la primera. Lo único que quiere es terminar el proyecto y dedicarle el sacrificio y el amor que se merece”, asegura, y sigue: “Se trata de una historia de dos hermanas que viven en tiempos de Joaquín Balaguer, que gobernó el país durante doce años, en ese período postrujillista que se llamó ‘dictadura blanda’, y en el que muchos militantes de izquierda fueron asesinados u obligados al exilio. Ha sido una generación perdida en la República Dominicana. Y hasta ahora, la novela me está saliendo súper mal”, confiesa.
De ideas fuertes y precisas en torno de lo que él llama “la diáspora de los inmigrantes” en Estados Unidos, Díaz está convencido de que los latinoamericanos “no entienden a las colonias que viven en ese país, y suelen ser más gringos que los gringos”. “Cuando voy a Santo Domingo, mis primos me hablan de Coldplay, de White Stripes, como si yo supiera algo o me interesara esa vaina de los blancos”, afirma, al tiempo que reconoce que “es muy interesante ser parte de una diáspora, pues ambas comunidades te rechazan y a la vez te integran”. “No hay suficientes proyectos culturales para los inmigrantes en Estados Unidos, pero las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Hay que decir, no obstante, que cuando un extranjero llega a ese país se vuelve loco por el dinero, no por la poesía”, agrega.
Cuando Díaz era niño, era “un verdadero bruto”, afirma. “Me la pasaba en el gimnasio y escribir no era lo mío. Mi familia detesta la literatura y ama el ejército, así que llegué a mi primer día en la universidad con un par de pesas en las manos. Poco a poco fui entendiendo que lo único que más o menos me sale bien es escribir y que amo a los escritores”, dice el autor residente en Nueva York, donde estudió en la Universidad Rutgers de Nueva Jersey. Allí era profesor Tomás Eloy Martínez, de quien se hizo muy amigo. “Siempre le decía a Tomás: nunca seré tan cool como tú”, cuenta. Consciente en grado máximo de la mirada prejuiciosa que suelen tener lectores y críticos estadounidenses respecto de los autores latinoamericanos, Díaz se queja: “Si en mi novela pongo un hurón como personaje, enseguida llaman a eso realismo mágico, porque no se les pasa por la cabeza que puedo haberme formado mucho más en la ciencia ficción que en ese género de la literatura de nuestro continente. En todo caso, he leído a todos los escritores del boom y lo único que puedo decir es que en mi novela trato de jugar con todos los géneros posibles, sin pegarme demasiado a ninguno”.
“¿Que mis dos libritos son más importantes para leer que toda la obra de Roberto Bolaño? Esa es la cosa más ridícula que he escuchado este año y mire que en Nueva York escucho cosas ridículas todos los días”, dice el también autor del libro de cuentos Los boys al conocer la recomendación que hace el chileno Antonio Skármeta cuando se le pregunta por Bolaño. “Hay que leer a Junot Díaz, ése es el bueno”, suele decir Skármeta, un enemigo acérrimo del fallecido autor de Los detectives salvajes. “Esas cosas pasan porque en América latina hay demasiados escritores machos que no entienden que leer no es como tener amigos. Veo a la literatura como una estrategia y nadie puede negar o rechazar una estrategia. Además, es tan difícil escribir que no quiero rechazar ni a mis enemigos, nunca sabes cuándo un libro de otra persona va a venir a salvarte en tu propia escritura”, expresa. Díaz aporta su cuota de afición a la literatura argentina y se decanta por César Aira a la hora de elegir un autor favorito. “Sé que está loco, pero su obra es fantástica”, asegura.
–Usted dice reiteradamente que escribir es una mierda. ¿Por qué, entonces, se dedicó a la escritura?
–Es que uno tiene ideas que quiere expresar, comunicar, y la literatura es un buen vehículo para ello. Aunque, en realidad, lo más importante en este asunto es que en realidad escribir es la única cosa que sé hacer. Para mucha gente, lo más difícil es entender que no porque uno haga algo porque no sabe hacer otra cosa, eso signifique que le resulte fácil. Quiero mucho a la literatura y entiendo perfectamente el efecto que produce en un lector cuando un libro le cae muy bien, cuando un libro tiene la capacidad de cambiarle la vida, de transformar para siempre lo que es esa persona. Como lector, tengo muchos libros que me han cambiado la vida, que me han cambiado el alma.
–¿Como cuáles?
–La primera fue una novela que leí en mi niñez, era sobre conejitos. De adulto, me impresionó mucho La canción de Salomón, de Toni Morrison. La gran novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, ¡mi Dios!
–¿Qué le gusta que se diga de usted? ¿Que es activista social o que es escritor?
–Ojalá no tenga que elegir entre ninguna de las dos. Soy esas dos cosas y lo que más me importa es ser consciente de que formo parte de una sociedad y que como tal debo e intento hacer lo posible por mejorar lo que veo, aunque sea una vaina chiquitita, mejorar la vida de alguna gente. La vida mía no valdría la pena si no hiciera eso
–¿Cuáles son los temas que le interesan?
–Sobre todo aquellos relacionados con los inmigrantes, el abuso policial; trabajo mucho con la juventud pobre, ¿sabe? Lo importante es que entendamos que las cosas no las va a cambiar un voto... Una elección no basta, tenemos que participar de todas las formas posibles para mejorar nuestra sociedad. Así que yo, que tengo tantos privilegios, que todavía estoy joven, tengo dos brazos y dos piernas, estoy obligado a asumir mi responsabilidad como miembro de la sociedad civil.
–¿Hay una izquierda en Estados Unidos?
–Sí, pero está muy fragmentada, lo que no significa que no valga la pena o que no trabaje. Soy miembro de muchos grupos progresistas y se hacen cosas, aunque también hay una crisis en todos estos movimientos.
–¿Se vive mejor en los Estados Unidos de Obama?
–No, decididamente no. Ha sido una desilusión muy grande. La reacción de la derecha ha sido tan fuerte, con el Tea Party y todo eso... Obama no ha sabido hacer frente a eso.
–¿Vivirá para siempre en Estados Unidos?
–La vida mía es la de un pájaro transeúnte, voy alrededor de tres o cuatro veces al año a República Dominicana y el día que deje de hacerlo, moriré.
–Ya no se hacen buenas películas de ciencia ficción, ¿verdad?
–Bueno, soy un fanático del género y diría que uno tiene que darle chances a las nuevas películas. Claro que Matrix no es Blade Ru-nner, pero tiene lo suyo. Y a veces nos toca pasar por una mala temporada. Hollywood tiene a todos en un puño y coloca tanta presión en los directores y productores, buscando ganar cantidades enormes de dinero, que se borran las partes más interesantes de los films para que sean más suaves y más blandos.
–Y cuando se filme La maravillosa vida breve de Oscar Wao, ¿usted será el guionista?
–No, de ninguna manera. Ya están vendidos los derechos, aunque eso no significa que la película vaya a hacerse, pero en el caso de que suceda, no tendré nada que ver en ese asunto. La verdad es que nadie se muere por ver un film de nerds dominicanos de Nueva Jersey.
–Usted siempre dice no escribe en spanglish.
–No tengo la menor idea de lo que es el spanglish. Como buen inmigrante, tengo mis grandes dificultades idiomáticas. Llegué a los Estados Unidos cuando no era cool hablar español. Ahora las cosas han cambiado un poco en ese sentido. En Dominicana me dicen que no hablo español y en Estados Unidos, que no hablo inglés. Por eso, en mi libro quise investigar cómo funciona ese fanatismo nacionalista que esgrimen muchas personas cuando hablan de la pureza del idioma. Para hablar de los problemas de una comunidad de inmigrantes, para narrar la diáspora, hace falta incorporar todos los idiomas que se hablan en dicha comunidad.
–¿Sigue una rutina para la escritura?
–Sí, me levanto todos los días a las 6, y escribo durante tres o cuatro horas todas las mañanas de mi vida.
–¿Escribe artículos para periódicos, reseñas para revistas?
–No soy bueno en eso. Nunca he escrito un ensayo, la verdad, el talento mío en todo este asunto es muy limitado.
–¿Está feliz con su vida?
–Bueno, es una lucha, usted sabe... Soy un ser humano, soy un hombre... Y en estos tiempos, por lo menos muchos hombres que conozco, están obsesionados por no envejecer, buscan una muchacha veinte años más joven para colgarla de su brazo y se niegan a aceptar el paso del tiempo. Hablo de mi grupo, no del mundo, pero encuentro a mis amigas mucho más prácticas, mucho más inteligentes y sabias, entendiendo que las cosas cambian...
–¿Cambiaron para usted a los 40?
–Uy, las cosas para mí comenzaron a cambiar a los 35...
–¿Tiene hijos?
–No, fue una decisión, quería dedicarme a mi carrera. Y ahora que tengo 42 años, creo que no fue tan buena idea...
–¿Qué le dejan tantas entrevistas, que la gente lo siga a todos lados para preguntarle cosas?
–La gente me recomienda muchas cosas en las entrevistas: libros, música, otros escritores. Una entrevista para mí es una excusa para conocer a alguien. Por supuesto que las entrevistas son una mierda, pero me han hecho ganar muchos amigos entre los periodistas.
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