Viernes, 14 de enero de 2011 | Hoy
CINE › BUEN DIA, DIA, DIRIGIDA POR LA DUPLA DE CUCHO CONSTANTINO Y EDUARDO PINTO
Cruzando el documental con una pizca de ficción, la dupla de directores busca echar luz sobre los costados menos conocidos del músico argentino, con ayuda de cintas con su propia voz.
Por Juan Pablo Cinelli
Dirección: Cucho Constantino y Eduardo Pinto.
Guión: Cucho Constantino, Julieta Ledesma y Eduardo Pinto.
Música: Miguel Abuelo.
Fotografía: Carla Stella y Guido Lublinski.
Desde el tiempo en que los griegos comenzaron a forjar el perfil de Occidente, cierto tipo de muerte honrosa era deseable y hasta buscada, puesto que a partir de ella era posible acceder a la eternidad de la gloria. Salteando unos veinticinco siglos de historia, esa épica sigue vigente y donde se la distingue con mayor facilidad es en uno de los fenómenos culturales fundamentales del mundo contemporáneo, uno de los últimos generadores de mitos todavía activos: el rock. Suerte de ficción global donde sin embargo la muerte es real. Casi basta con morirse antes de lo esperado, sobre todo si ello implica cierta tragedia (otro invento griego), para conseguir vacante en el Olimpo de la cultura pop. Hendrix, Morrison, Joplin, Bonham, Moon, Lennon, Cobain y una miríada de diosecillos menores y olvidados, pero no por eso menos talentosos (Nick Drake, Cliff Burton, Layne Stanley, Mark Sandman, Dimebag Darrell y siguen los epitafios), son prueba irrefutable de esto. El rock local también tiene sus altares y el cine no resiste la tentación de aprovechar sus leyendas (Tango feroz, Marcelo Piñeyro, 1993) u homenajear sus talentos (Luca, 2007). En la misma línea del documental de Rodrigo Espina, Buen día, día, de la dupla de directores formada por Cucho Constantino y Eduardo Pinto, reconstruye una historia posible acerca del precursor y mito del rock nacional Miguel Abuelo y permite si no descubrir, al menos echar luz sobre lo menos conocido de su historia.
Al principio fue la luz; y si Abuelo brilló hasta el final, eso alcanza para imaginar cuán deslumbrante habrá sido de joven o niño. Lo confirma su hermana: era insoportable, impredecible. No paraba. Bastaba darse vuelta para perderlo en la calle y ver cómo se iba feliz, montado en el carro del botellero. Como corresponde al héroe, Abuelo se hizo a sí mismo. “Salió del barro”, dice un enamorado Andrés Calamaro. Siempre curioso, rondaba con igual voracidad los antros nocturnos y la Facultad de Filosofía y Letras, y en ambos espacios generaba admiración. “Siempre estaba colocado y eso hacía que lo veneráramos más”; la frase, cargada de admiración y cariño, pertenece a Luis Alberto Spinetta. No es el único que se reconocerá en deuda con Miguel. El documental se vale sobre todo de archivos de audio, grabaciones en que la voz del músico relata fragmentos de memoria en primera persona, piezas valiosas que enriquecen la narración.
En sincronía con este costado tradicional del documental, una segunda línea narrativa se encarga de seguir a Gato Azul, único hijo de Miguel Abuelo, quien montado en su moto recorre algunos lugares de Buenos Aires, que por distintos motivos son significativos dentro de la historia. El heredero va juntando en su recorrido distintas fotos que artificiosamente encuentra. Aunque cargada de melancolía, esta parte es la menos natural de la película y es evidente que Gato no se encuentra cómodo frente a cámara, también aporta destellos fabulosos. Como el fugaz encuentro motorizado con Luciano, el hijo de quien fue guitarrista de la formación original de Los Abuelos de la Nada: Pappo, el Carpo (¿no tiene nombre de héroe? ¿para cuándo su película?).
Con altos y bajos, sin mayores lujos cinematográficos, Buen día, día resulta un documental de interés por su contenido y ágil en su forma. Aunque no llegue al nivel del mencionado Luca, punto de referencia inevitable del género en la Argentina. Un homenaje justo, una película correcta. Un héroe inmortal.
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